Confesionalidad, laicismo y Universidad

No es su amor a los hombres, sino la impotencia de su amor lo que a los cristianos de hoy les impide… quemarnos a

No es su amor a los hombres, sino la impotencia de su amor lo que a los cristianos de hoy les impide… quemarnos a nosotros.  Nietzsche.

Últimamente se ha desarrollado en las páginas de UNIVERSIDAD impreso y virtual, una interesante polémica entre creyentes y no creyentes que ya en sí es muestra fehaciente de pluralidad ideológica.

Llama la atención el discurso de los defensores del teísmo militante en el seno de la Universidad. Vale la pena que reflexionemos al respecto, porque es asunto que atañe directamente al meollo de la convivencia democrática.

Liberarse de la tutela omnímoda de la religión e instaurar un régimen de pluralidad ideológica y vital, lo que en nuestra sociedad es un desiderátum (si no, que lo digan los ‘diversos’), ha sido una hazaña por la que las Iglesias han cobrado –y cobran– un espantoso tributo de sufrimiento y muerte. Los estudiantes deberían asomarse a ese horror en Historia de la Cultura, porque la historia es maestra de la vida.

Sentada esta premisa, las razones del teísmo aparecen como un ejercicio de lo que Sartre llamaba mala fe. Y es que las palabras –ya se sabe– no son neutras. El profesor  Víquez, por ejemplo, nos advierte sobre laicismos incorrectos, trasnochados, extremistas y peores. ¿Cómo se puede desde la sinrazón de la fe con su secuela de intolerancia pontificar sobre lo que debería hacer la increencia de la que, por cierto, nunca ha habido un exceso de presencia social?

Cuando la insidia suplanta al argumento hay que dudar de la insidia. Asombra tener que recordar que los ‘malogros’ del siglo XX, la pérdida de norte y sentido de nuestra sociedad no son consecuencia de un exceso de laicismo, sino del triunfo de la irracionalidad hermana gemela de la fe. Picado y Víquez fincan sus estrategias dialécticas en desfigurar el correcto pero enérgico alegato de la profesora Fonseca.  Yerran el tiro, porque en su artículo ella no incita a expulsar o acorralar a los creyentes.  Se combaten las ideas, no las personas.

Afirmar que limitar los derechos de unos exigiría limitar los derechos de otros es una falacia. Por ejemplo, el Estado debería limitar los derechos de la Iglesia Católica para decidir sobre la educación sexual en las escuelas públicas y eso no exigiría limitar los derechos de los que defienden la inclusión de esa formación. El argumentum ad antiquitatem de Picado ya lo combatió con brevedad y acierto Jerry Espinoza.

Las prácticas religiosas no son inofensivas manifestaciones como pretende Picado. Él mismo lo reconoce: crean y transmiten valores. Así que no se puede seguir el consejo de Víquez de mirar a otro lado. La UCR está comprometida con la pluralidad ideológica y las fes agazapadas en la democracia no han renunciado a su vocación totalitaria, que deriva de su convicción íntima de poseer la Verdad. Con Nietzsche digamos que no es que los cristianos ahora nos amen, sino que ya no pueden quemarnos. Y mientras no hayan renunciado a su pretensión de poseer la Verdad, germen de toda intolerancia, estará bien que en democracia nos atengamos a la estricta distinción que defiende la profesora Ana Lucía Fonseca.

La religión tiene copadas la sociedad y la escuela. ¡Hasta dirige Comisiones de Derechos humanos! La UCR es uno de los pocos espacios donde aún quedan islotes libres del humo del teísmo. La UCR no va a los cultos e iglesias a difundir la libertad de pensamiento; tenemos derecho a exigir reciprocidad. Y este no es ningún coqueteo con el totalitarismo de las conciencias. Si Víquez apela al argumentum ad verecundiam, Habermas también dice que a estas alturas el Estado –y la UCR es parte de él– debe abstenerse de patrocinar o suministrar visiones del mundo que recurren a legitimaciones religiosas directas o no. Cuando llegue ese momento, toda esta polémica parecerá a los ticos del futuro absurda, porque hubiéramos podido y debido dedicar estos esfuerzos a un trabajo realmente creativo.

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