Sobre el laberinto de un profesor

La realidad nacional en materia de educación puede no ser halagüeña pero nada insípida para un filósofo ávido de acicatear con su crítica la

La realidad nacional en materia de educación puede no ser halagüeña pero nada insípida para un filósofo ávido de acicatear con su crítica la modorra intelectual. Pero tal pareciera que algunos filósofos prefieren volver reiteradamente sobre un tema, con los mismos datos y los mismos prejuicios.

Recientemente, el Sr. Roberto Fragomeno volvió a “ahondar” en el problema de la Resolución VD-8782, trasladando a la Facultad de Educación de nuestra universidad una fuerte cuota de responsabilidad respecto a cuestiones que van desde terminología inadecuada hasta cuestionar sus logros respecto a la formación de nuestros educadores, reiterando los puntos –hoy archidiscutidos- en que se debe reformular la educación en nuestro país.

En medio de su laberíntica redacción, Fragomeno delega una responsabilidad injustificada sobre el progreso del sistema educativo y de la misma universidad a nuestra Facultad de Educación. Sería conveniente recordarle que desde hace muchos años ya la mayor parte de los educadores no se gradúan en las universidades estatales y que buena parte del mal hacer educativo  se debe a los políticos y directivos pusilánimes que han aprobado muchos programas en otras universidades que no poseen los requerimientos básicos.

Por su parte, suponer una inercia de parte de la Facultad de Educación solo por defender los acuerdos originales realizados el año pasado con la Vicerrectoría de Educación es desproporcionado y superficial. La Resolución VD-8782 fue discutida profundamente por todas las comisiones y se encontraron muchas contradicciones y errores. No en vano, la apelación para anular dicha resolución contó con el apoyo de las instancias legales de la Universidad. La continua banalización y reiteración de esto de parte del Sr. Fragomeno realmente sorprende, pues ya el tema ha sido superado en la mayor parte de las comisiones y más bien se está trabajando en cristalizar los acuerdos previos.

Si bien tenemos claro que hay aspectos que requieren un cambio urgente para mejorar al profesional en educación, no podemos soslayar que nuestra universidad sigue aportando educadores que se destacan por su calidad profesional. Se obvia con frecuencia los muchos proyectos de acción social, de investigación y docencia que se realizan en la Facultad de Educación y que incluso han tenido reconocimiento internacional. Quizá la cuestión no sea lo que no se hace, sino la falta de publicidad respecto de lo que se hace.

El problema de las carreras compartidas no ha sido su constitución sino que sus participantes en varios casos no han trabajado de forma integral y consistente. En el caso particular de la Enseñanza de la Filosofía, hasta apenas hace unos cuatro años, gracias a las gestiones del Dr. Manuel Triana, las partes involucradas se despertaron de su letargo e indiferencia. Esta nueva actitud incluso produjo un Encuentro de Profesores de Filosofía en el 2008, el cual promovió muchas nuevas reflexiones dentro de la propia comisión compartida y sobre los objetivos que esta debía plantearse para dar un apoyo eficaz a los estudiantes de la carrera respectiva.

Por otra parte, no hay “educadores a secas”. La educación es en sí misma una rica articulación de disciplinas, con énfasis en distintas áreas. La Facultad de Educación no puede ni pretende tener el monopolio sobre materia educativa, como supone Fragomeno, pero es claro que tiene un acervo específico en estrategias pedagógicas e innovaciones tecnológicas, narrativas y artísticas que provienen de la viva experiencia de estar en el aula con niños y jóvenes, algo bastante ajeno a la mayor parte de los docentes de otras facultades y que es imprescindible en la formación de los educadores.

Se puede compartir la idea de que cualquier persona puede pensar la cuestión educativa, claro, pero practicarla requiere de ciertas cualidades. Un factor que obvian muchos profesores universitarios es la forma en que ellos mismos modelan el ser pedagógico y que, a fin de cuentas, influye en los demás procesos sociales. Es bien sabido que una de las cosas que más impacta la formación de un educador es cómo se comportan con ellos sus propios profesores, cómo modelan ese rol en el aula. Lamentablemente, encontramos hoy  profesores que en lugar de corregir constructivamente e inspirar, humillan y descalifican a sus estudiantes o se jactan de sus conocimientos, pero son incapaces de estimular una sana ambición intelectual en ellos. En otros casos, encontramos docentes que son deficientes hasta en el uso del lenguaje y se pierden en un laberinto de ideas repetidas y mal estructuradas.

Coord. Carrera en Enseñanza de la Filosofía

Escuela Formación Docente-UCR

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