La Caída y la preeminencia del género

El libro de Génesis punto de partida común de las creencias de judeo cristianas, ubica la Caída como un acontecimiento que marca el devenir

El libro de Génesis punto de partida común de las creencias de judeo cristianas, ubica la Caída como un acontecimiento que marca el devenir de la relación de los géneros, habiéndose incurrido a lo largo de los siglos en una interpretación odiosa e injusta contra las mujeres.

Leyendo sobre la creación y la Caída llama la atención un hecho y es que cuando es mencionado que Eva quedó sujeta a la autoridad de Adán, a raíz de la trasgresión, “La condición de la mujer cambia… [pues] la entrada del pecado, el cual significa desorden, hizo necesario que hubiera autoridad, y ésta es conferida al hombre.” (Biblia Anotada de Scofield)

Lo anterior quiere decir que en el Paraíso que representaba el Jardín de Edén, no existía supremacía alguna de un género sobre el otro, ambos, varón y hembra, Adán y Eva, eran iguales, criaturas ambas de Dios, sin distingos, ni rangos. Fue la Caída la que originó, en virtud de la desobediencia primera de Eva, su supeditación a la autoridad de Adán, por cuanto éste no cedió a la primera tentación del Provocador; así quedó sujeta “…la voluntad de Eva [y por consecuencia, según se entiende, la de la mujer, lo femenino] a su marido…”

Situación ésta que no es bien entendida muchas veces, pues autoridad que le fue delegada a Adán en Jardín de Edén (y por consecuencia, según se entiende, al hombre, a lo masculino) ha sido interpretada por los pueblos a lo largo de la historia como el derecho o el privilegio de un género de ejercer dominio sobre otro; pero, dentro del orden divino que instituyera nuestro Dios, autoridad no significa supremacía, sino que autoridad significa o representa, ante todo, responsabilidad.

En este sentido, “Ser civilizado significa trascender [nuestra] naturaleza animal. No regodearte en ella. …. porque no puedes ser civilizado mientras trates a las mujeres con ese desprecio. Solo puedes ser civilizado si [las] tratas como amigas.” (Orson Scott Card; “Las Naves de la Tierra”).

Esta pugna de género que nace desde el Jardín de Edén por la desobediencia de nuestros primeros padres y que ha servido para inculcar la perversa doctrina de la preeminencia de lo masculino, y convertirla en una penosa y vergonzosa agresión de lo considerado como lo femenino en nuestras sociedades, no viene a ser otra cosa que la odiosa tergiversación del orden establecido en el Edén.

El orden establecido es aquel en que se nos enseña cómo nuestra madre Eva hace convenio de seguir el consejo de su marido en el tanto su marido, Adán, siga el consejo de su Dios y Padre; así, todos nosotros, aquellos llamados hijos de Adán, para merecer ser escuchados y dignificados en nuestro oficio y en nuestra investidura de autoridad (leamos mejor, de responsabilidad), debemos ser antes sabedores de la voluntad divina y seguidores de la autoridad de quien es mayor que nosotros.

De esta forma, poseer autoridad no significa tener poder, sino responsabilidad; el ejercicio correcto de la responsabilidad, con justicia, equidad y lealtad, trae consigo, el poder, que es siempre recibido por gracia y no por mérito.

En tal circunstancia, lo que genera una situación de violencia es, en su génesis, lo indubitable de la agresión de lo masculino (así, con género) sobre lo femenino. Lo femenino, por el motivo mismo de su creación, trae consigo el sentimiento de desprendimiento y sacrificio que orla lo materno, esa capacidad de auto trascendencia del ser, como mencionaba Viktor Frankl; siendo lo masculino propiciatorio de la agresión. ¡Oh! ¡Cuánta maldad y dolor proveniente del egoísmo del ser humano, incapaz de trascender de su hombre natural!

Así, la preeminencia del género no es otra cosa que nuestra incapacidad de autotrascender de nuestra condición primaria de hombres naturales. Cuando el ser humano trasciende de sí, comprende que no existe o existirá razón alguna que justifique la preeminencia de un género sobre otro.

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