De las causas justas de una guerra

Ahora que Mr. Bush ha decidido recomponer el concierto internacional, en crisis por la inmovilidad y la abulia avestruzante de las Naciones Unidas, e

Ahora que Mr. Bush ha decidido recomponer el concierto internacional, en crisis por la inmovilidad y la abulia avestruzante de las Naciones Unidas, e imponer de una buena vez la pax globalizante americana, conviene reflexionar en el trasfondo que subyace a esta voluntad de poder de la primera democracia mundial y en particular a las connotaciones que reviste su materialización en la agresión al pueblo iraquí.

Como justificaciones de tal agresión, se han ofrecido principalmente tres tipos de argumentos:

– La presunta dcfensa de intereses vitales, forma de agresión a la que podríamos denominar adaptativa o de sobrevivencia y que se supone encuentra sus raíces en la programación biogenética misma, y que explicaría razonablemente el sentimiento patriótico y la integración de la opinión pública de la primera democracia del mundo alrededor de su presidente y sus ejércitos. Presupone además esta forma de agresión, el prevenir contra otra forma de agresión caracterizada por el contrario por su destructividad y crueldad irracionales.

– La liberación solidaria de un pueblo oprimido, forma de agresión que podríamos denominar como ética en cuanto procuración de la buena vida y

– La promoción de la democracia y los valores universales de una comunidad dialógica libre de restricciones, forma de agresión a la que podemos dar el nombre de estética.

Pues bien, ¿Qué ha tenido de adaptativa, ética y estética esta agresión anglosajona contra el pueblo iraquí que permita justificarla e incluso celebrarla?   Veamos: La defensa de intereses vitales supone la aniquilación de un adversario que amenaza la propia existencia, y, desde una perspectiva internacional, la paz mundial. Pero tal capacidad o potencial destructivo dista mucho de lo que demostró el régimen iraquí, tan siquiera para preservarse y mantener la unidad nacional, no se diga ya para constituir amenaza alguna para quien  pretendía con la invasión a su suelo, a un tiempo defenderse y velar por el bienestar internacional.

En cuanto al fundamento ético de esta agresión, sustentado en la presunta liberación del pueblo iraquí y la remoción de un gobierno opresivo, la sola posibilidad de «daño colateral» que esta intervención, dizque de carácter humanitario y preventivo, necesariamente conllevaba al implicar el bombardeo de ciudades populosas, debió de persuadir a estos adalides de la racionalidad y la ética globalizantes del siglo XX1, contra una opción tan riesgosa para la integridad de millones de niños y demás víctimas indefensas. Recurrir a responsabilizar a un régimen al que ya de antemano se le atribuían toda clase  de excesos posibles, no solo es irresponsable sino mixtificante y criminal y desautoriza toda pretensión de competencia ética y racionalidad  internacionales, y no se diga de pertinencia liberadora.

Y en lo que respecta a la legitimación estética de esta agresión, en la que los valores éticos de la libertad y la democracia devienen en el «american way life» de la libertad de tránsito, expresión y consumo, ¿constituye acaso tal política de vida el espontáneo decurso de tal agresión liberalizante?. ¿Cuál es esa naturaleza humana que naturalmente tiende al modo americano de vida con tan sólo eliminar las ataduras que le impiden desarrollarse? ¿No es más bien tal acto de liberación una agresión que amenaza con disolver la identidad nacional, tribal, religiosa y comunitaria, que con sus contradicciones, desigualdades e injusticias seguiría siendo el fundamento martiano de una identidad internacional que en la diversidad de sus múltiples troncos podría construir su humanidad posible?

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