Al cumplirse este 17 de junio, un año de la muerte de nuestro compañero de labores y maestro del dibujo, recordamos su humanismo y trayectoria con este artículo publicado en la Revista de la UNED.
A mi hermano Hugo Díaz.
Debí habértelo dicho antes, pero no se me ocurrió ni me pareció necesario… y tampoco era para vos indispensable… Además, espero habértelo demostrado en casi 30 años de amistad y más de noventa litros de whisky debidamente filosofados… Y es que no es sino ahora cuando me vengo a dar cuenta.
Digo, no es sino ahora, cuando me percato de que tu presencia era como una especie de nirvana, de protección fantasmal para todos los que te rodeábamos. Ahora, cuando lo comento con Rosa, con el Sebas, con María, con Renato, con Lucía, con Silvia y con Hugo Gerardo, me doy cuenta que todos tienen la misma percepción: emanabas como una aura protectora, una estela de bondad. Una irradiación de seguridad, de compañía. Una buena sombra de árbol fecundo.
No trabajabas aquí, en mi oficina, ni siquiera estabas próximo en la U -es más, vos allá en Tibás y yo aquí, en San Pedro- ni tampoco andábamos juntos por todo lado, pero en cualquier momento y sobre todo en el instante oportuno, en el caso necesario, en la emergencia existencial o filosófica, ahí estabas mágicamente cerca para responder generoso, para resolver erudito, para acompañar solidario, para genializar mis tonteras con tu dibujo alegre, para darnos apoyo a todos tus cercanos, a veces sin siquiera pedírtelo… Tal vez lo adivinabas.
Ahora que los jóvenes preguntan por tus méritos de artista -para hacer sus tesis y tesinas, para no olvidarte- hay que decirles que, sin el estímulo de tus maestros en el Liceo de Costa Rica de los 40, quizás no hubieras podido perfeccionar ese maravilloso arte que lograste. Ellos fueron tu inspiración y ejemplo. Allí te educaron Juan Manuel Sánchez y Paco Amighetti. ¡Casi nada!, como dicen los chiquillos.
El primero, sobre todo, te heredó la mano suelta y la línea grácil, la sencillez de vida; y el segundo, la agudeza mental, la bohemia y una piel de magnolia para ocuparte de los otros.
Pero bien se sabe que mucho de tu enfoque como dibujante social venía de las preocupaciones que en la prensa de los 50 publicaba Noé Solano, tu maestro a la distancia.
Ya en aquellos dibujos iniciáticos del periódico estudiantil «Vértice» se palpaban perspicacia y destreza, pero la culminación serán tus pinturas realistas del San José antiguo y la famosa caricatura de Nixon y Mao comiendo hot dogs , con la que ganaste el premio internacional en Canadá allá por 1972.
Sin ser periodista, el país te reconocía como un emblema de esa profesión, pues muy a menudo sintetizabas en unas pocas rayas lo que había pasado en toda la semana y con eso los periódicos se ahorraban galones de tinta y, de feria, miles de sus lectores gozaban.
Porque hay que ver que tenías el mejor sentido de la risa. Y una gracia que no aparentabas para nada. Todo lo contrario, más bien la escondías tras el grueso lente de tus infaltables gafas y parecías demasiado serio. Pero cuando tu lápiz punzante se metía en las desgracias de la realidad, era capaz de sacarle un chiste a la más abrupta de las piedras, a la más agria de las suegras o al más antipático diputado, que es casi lo mismo.
Aquella niña pequeña, vestida con encajes de princesa, que tirada de la mano de su padre y plena de juguetes caros mira con ansiedad y envidia la lata de sardinas con que se divierte un niño miserable del barrio, es de antología.
Lo mismo la cara destemplada y los ojos desorbitados del viejo burgués que entra en casa y se encuentra a su hijito vestido de hippie y leyendo a Carlos Marx.
O la manta de neutralidad que extiende el entonces presidente Monge para tapar el tráfico de armas que reinaba entonces en la frontera nica.
Fuiste toda una época en la caricatura de tu patria. Pienso que la mejor época, porque integraste en tu arte la sensibilidad social de tus maestros con la perfección de un trazo original, limpio, explícito, bello y valiente. No se le podía pedir más.
Apreciabas el silencio, se podría decir que lo preferías al parloteo, pero igual te encantaba la tertulia porque, de a callado, ibas construyendo tu mundo de muñecos mágicos y justicieros. Y cuidado ah, porque si tomabas la palabra para hablar de música, de plástica, de cine o de teatro, podías convertirte de inmediato en el centro de la charla. Del viejo western lo sabías todo y de los estrenos en Broadway, casi todo. De la Greta y de Bogart las viste todas.
Para adornar tu humildad auténtica, había tanta bondad en tu alma que nadie pudo malquererte. Ni los enemigos ideológicos. Ni siquiera los dibujantes mediocres, porque a esos les regalabas horas de enseñanza sin que apenas lo notaran y aunque nada aprendían por burros, se convencían de que eran ellos los que te estaban adiestrando y entonces… también tenían que quererte. Inteligencia emocional se llama la figura.
Otra cosa: cuando uno está de buenas, puede ser más o menos bueno, pero cuando vos estabas de buenas, llegabas al extremo de llamarnos por teléfono y buscar cualquier tema, profundo o baladí, para otorgarnos tu cariño. Llegaba a tal punto esa nobleza de tu espíritu, que no encontrabas forma de cortar la comunicación con tal de no parecer grosero. Y eso te pasaba con todo el mundo, de allí las interminables charlas por el fono y las gruesas facturas para el ICE. Por eso estabas contra «el combo».
En las páginas de 42 libros deambulan tus ilustraciones y según repetía Joaquín Gutiérrez, nunca su negrito Cocorí anduvo más catrín y engalanado que cuando vos lo dibujaste.
Por todo eso te fueron coronando de premios -tanto aquí como en el extranjero- y te hicieron periodista honorario y fueron llenando de placas la salita de Rosa María. Tantas que debiste pasar algunas a las paredes de tu hermanas Lía, Flora y Mary.
Pero lo que más valorabas, con tu sonrisa escondida, era el aprecio del pueblo, que se veía retratado en tu obra y se identificaba con tus monos plenos de compromiso político y de entrega a los valores de la dignidad latinoamericana. Porque eso sí, en la suavidad de tu temple siempre abrigó la fortaleza de tus convicciones socialistas, jamás negociables, jamás reciclables. Tamaño ejemplo en este mundillo de manjarete que soportamos.
Bueno mi hermano, la verdad es que nunca te dije todo esto y ahora que quiero llamarte, para decírtelo… ¡Puta! No sabés lo que me duele que ya no estés en el fono.
HUGO DIAZ JIMENEZ
Dibujante y pintor que elevó al más alto rango el dibujo periodístico en Costa Rica.
Nació en San José el l8 de julio de 1930.
Su obra como caricaturista se publicó en UNIVERSIDAD, La República, Pueblo, Gentes y Paisajes, y está recogida en los libros «Díaz todos los días» y «El mundo de Hugo Díaz».
Murió el 17 de junio de 2001.