Vivir a ritmo de swing criollo

El libro “Brincos y vueltas a ritmo de swing: Explorando las experiencias corporales y simbólicas de esta práctica cultural costarricense”, presentado al público el

El libro “Brincos y vueltas a ritmo de swing: Explorando las experiencias corporales y simbólicas de esta práctica cultural costarricense”, presentado al público el pasado 4 de julio, analiza el swing criollo como expresión de cultura popular y aborda las experiencias de quienes practican este estilo de baile.

El texto, escrito por Claudia López y Paola Salazar, se desprende de la tesis de Licenciatura en Antropología Social de la Universidad de Costa Rica de las investigadoras, que fue aprobada con distinción y recomendación de publicación en marzo del 2010.

Sin embargo, no fue hasta ahora que se concretó la publicación, a cargo de la Editorial Académica Española LAP LAMBERT (Academic Publishing GmbH & Co. KG). El libro actualmente se comercializa a través de Internet, puntualmente en www.morebooks.de y www.amazon.com.

 

De acuerdo con López y Salazar, la investigación aborda “las representaciones sociales del baile popular, específicamente del swing criollo, danza netamente costarricense; sobre esta, no se había publicado nada en formato de libro hasta la fecha”.

En entrevista con UNIVERSIDAD, López aseguró que la inquietud por estudiar este tema surgió después de ver el documental “Se prohíbe bailar suín”, dirigido por la comunicadora Gabriela Hernández.

“Nos llamó la atención la existencia de un lugar como Karymar (discoteca en la ciudad de Guadalupe); luego, al investigar qué había sobre el tema, nos dimos cuenta de que no había nada escrito y que desde las ciencias sociales en la Universidad el tema del baile popular estaba relegado”.

Entre los aportes más relevantes de la investigación, las antropólogas señalaron que en el texto se delimitan características del baile y se realiza un compendio de las versiones que existen sobre el surgimiento del swing criollo; los datos sirvieron de insumo para que el mencionado baile fuera declarado Patrimonio Cultural Intangible.

Además, afirmaron que se detallan rasgos sociales y de identidad de los bailarines, los rituales y prácticas cotidianas (asignación de recursos económicos, tiempo, etc.) en que está presente el baile y los diversos grupos que se conforman dentro de la misma comunidad de bailarines de swing.

En la investigación también se desarrolló el concepto de “capital social dancístico”, que se refiere al aporte que hace el baile en la vida social de quienes lo practican. “Ellos son felices transmitiéndolo y que los identifiquen como bailarines, que los inviten a las clases de educación física en las escuelas, a presentaciones, a concursos; todo eso les genera proyección para sí mismo y para los demás”, dijo Paola Salazar.

Claudia López añadió que durante el estudio se hizo evidente la importancia que tiene el baile en la vida de estas personas como mecanismo de realización personal, pues les permite escalar simbólicamente en la sociedad, al ser “conocedores de algo” y al servir de fuente de empleo, de ingresos y como canalizador de problemas, emociones y estrés.

SE BAILA Y SE APRENDE PACHUCO

En el libro de Salazar y López, se define el swing criollo como un estilo de baile, no de música. El baile se caracteriza por ser “brincadito” y acompañarse con ritmo de cumbia colombiana.

Según la investigación, este surgió en la segunda mitad del siglo XX entre las clases populares y obreras, y se practicaba en salones de baile y otros espacios que se prestaron para la práctica y el aprendizaje.

Según Salazar, hay dos principales versiones sobre el surgimiento específico del baile; una indica que proviene del swing de las grandes bandas que se escuchaba en las bananeras en el sur del país o que traían los “traileros” desde Estados Unidos; y otra, que se vincula con la película “Al compás del reloj” y el “rock and roll brincado” que en ella se mostraba.

De acuerdo con el estudio desde sus orígenes, el swing fue mal visto y criticado por las clases hegemónicas, por transgredir la moral y los valores impuestos sobre el deber ser y hacer. Salazar afirmó que es por esa razón que aún existe un estigma sobre el baile y quienes lo practican.

“La gente asocia erróneamente clases populares con peligro. El swing se baila y se aprende pachuco y por eso carga un estigma que viene de sus orígenes, cuando lo bailaban taxistas camioneros, domésticas y prostitutas. Durante la investigación nosotras contactamos a las personas y nos encontramos con gente muy sencilla y humilde, de buenos sentimientos, a quienes el baile llena por completo y es incluso un motor de sus vidas”, dijo.

¿EN RIESGO?

A pesar del reconocimiento mediático y oficial, a criterio de las autoras el baile podría estar en peligro, pues los salones de baile están desapareciendo.

Frente a esta situación, López opinó que para rescatar el swing primero es necesario determinar cómo se quiere rescatar y qué papel va a tener el baile ahora que es patrimonio. “Habrá que ver si lo que se desea es atraer turistas o vender, o si es para bailar. Si es bueno o malo usarlo para el turismo, no sé, pero no debería ser solo algo de exhibición, sino para que lo baile la gente”, comentó.

Mientras tanto, Salazar indicó que es importante destacar los esfuerzos de las personas que se dedican a rescatar el baile. “Ligia Torijano, por ejemplo, que se ha encargado de llevarlo fuera y le ha dado proyección internacional; para los bailarines es importante ese reconocimiento, especialmente porque ella es bailarina de salón”.

Las investigadoras coincidieron en que los espacios que se han abierto tras la declaratoria de patrimonio son importantes, al permitir dar a conocer el baile. “Antes de que haya identificación tiene que haber conocimiento; mientras más conocido sea, el swing adquiere mayor relevancia”, destacó López, para quien “el swing no necesita de la legitimación de Patrimonio para vivir; ya ha sobrevivido sin ella mucho tiempo”.

Por su parte, Salazar aclaró que “el que el baile sea parte del patrimonio nacional no quiere decir que sea un mecanismo de definición de identidad, sino que su reconocimiento —junto a otros símbolos como la carreta, el yigüirro o el boyeo— demuestra la diversidad cultural, de ser, de vivir y de pensar que hay en el país”.

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