Han pasado 36 días desde el terremoto en Haití, días cuando he perdido la dimensión del tiempo y a veces del espacio, en los que las horas parecen transcurrir muy rápido cuando se está trabajando, y eternas cuando se intenta conciliar el sueño.
Por las calles abrumadas de personas en busca de nada, los escombros abundan y el tendido eléctrico aún cuelga prendido apenas de la firmeza que dan uno que otro cimiento en pie o a medio caer. Los servicios básicos no se han restablecido, ni tampoco la tranquilidad.
I Parte
Aún las noches son oscuras, iluminadas por una que otra vela en puestos de ventas callejeras que se sostienen más con la voluntad de la supervivencia, que con una verdadera relación de trueque. Los movimientos nocturnos son peligrosos, en medio de la noche se escuchan disparos, hay mucha violencia; algunos aprovechan la falta de luz para tratar de llevarse alguna cosa que les permita aliviar el hambre. Se escuchan los gritos, no son gritos de fiesta, sino más bien como alaridos, a veces llantos de dolor o desesperanza y otras veces a las manifestaciones de distintas maneras de hacer alabanza divina.
En los campamentos la vida es cada vez más dura, las fuerzas empiezan a flaquear, la falta de alimento se hace mayor y las condiciones higiénicas son cada vez más adversas. ¿Se han imaginado alguna vez la vida transcurrir entre paredes y techo cubierto por sábanas, telas tan volátiles que no cubren del acalorado sol durante el día, la penetrante polvareda y la inmensidad de la noche con todas las inseguridades? En donde la noche y el día sólo se diferencian por la presencia del astro rey, donde no hay un sitio donde descansar, donde hacer tus necesidades, bañarse, comer, o simplemente donde tener un momento de privacidad.
Los callejones de Puerto Príncipe son pequeños trillos en medio de los escombros, en los que abundan la basura, las moscas, los malos olores y la presencia de los menos favorecidos, sobre todo niños y mujeres que sólo esperan. Muy cerca de ellos grupos de jóvenes deambulan, hombres fuerza laboral importante que sólo espera, que no sabe qué hacer y tampoco quieren.
Y así transcurren los días, la gente sin rumbo, nada se mueve, sólo quienes van y vienen, buscando sin encontrar. El gobierno haitiano es como si no existiera, no hay capacidad ni gobernabilidad, sólo la presencia de los grandes camiones de la MINUSTAH (Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití) y de todas las delegaciones de las distintas misiones de Naciones Unidas (UN), y de las bases militares de distintos países, principalmente los norteamericanos que suman cerca de 20.000 personas ya.
Y entonces esta realidad se hace cada vez más dura, o más real para Haití. Acá no hay carencia, es que no hay organización, esta es una palabra tan inaplicable en Haití. Pensar siquiera en organizar una comunidad para que reciba alimentos para sus niños es tan complejo, que en el intento te sientas a pensar, repensar y volver a empezar y en este círculo de inicios y reinicios fallidos se te van las energías, las que por más galletas nutritivas de los alemanes, no puedes retener.
Es tan complejo entender, si entre tantas causas probables de impotencia y poca efectividad se encuentran las barreras culturales, idiomáticas, geográficas, organizativas, de gobernabilidad de equidad, de justicia y de solidaridad; o si es el calor intenso que te embriaga, las polvaredas que te ciegan, la malaria que te hace delirar o los intensos dolores y malestares estomacales que te recuerdan cuán vulnerable y dependiente como ser humano eres, intentando sobrevivir en un ambiente que te rechaza, como la madre que no logra sostener su feto en el vientre.
Cuántas misiones internacionales están en Haití intentando dar apoyo y sienten esta misma impotencia, esta que paraliza y no tanto por el cansancio físico, sino porque es como intentar abrazar las tinieblas. Tocas puertas, armas y desarmas. Muchas reuniones, muchas personas “importantes” de muchos países intentando ponerse de acuerdo y muy poca acción. Entonces cuando tomas las decisiones por tu cuenta y llegas hasta toparte con la cara de la necesidad, te das cuenta que es tanta, que tu “asistencialismo” apenas da para generar desorden, caos, violencia, inseguridad y hay que huir, salir corriendo para no morir en el intento.