Dart Vader

Cuando Woody Allen, en el tramo final de la campaña por la presidencia imperial, retrató en la prensa al entonces candidato George Bush Jr.

Cuando Woody Allen, en el tramo final de la campaña por la presidencia imperial, retrató en la prensa al entonces candidato George Bush Jr. como «payaso ignorante y vulgar», se podía sospechar que Allen era un demócrata irritado ante la posible derrota de su partido frente a un político grosero y que personificaba lo peor de la caverna estadounidense. Emotivo e inquietante lo de Allen, pero soslayable, en especial si se admite que un presidente de Estados Unidos no es Faraón ni César sino un factor de poder vigilado y limitado por el ejercicio de otros poderes.

Año y medio después resulta evidente que Allen falló en su juicio. Bush Jr. no era, infortunadamente, un ‘despreciable y tosco bufón’, sino un individuo turbio, taimado y perverso con voluntad y capacidad para causar daño. Un bufón, aunque finja extralimitarse, está siempre coercionado por una funcionalidad que él no define. En cambio,  el bruto vil puesto en tarea ejecutiva posee un malévolo instinto para forzar condiciones que le faciliten perpetrar crímenes y atropellos y, peor para sus víctimas, hace emerger factores que potencian la escena de su poderío maligno.

Bestial y torvo, podría pensarse, el bruto sigue siendo sólo un individuo acotado por contextos espacio/temporales o un funcionario vigilado por los mecanismos políticos de división de poderes, sujeción a la ley y régimen de opinión pública. El malvado sería algo para sufrir y lamentar, alguien capaz de causar martirio intenso pero siempre, consuelo magro, circunstancial o episódico, anécdota ingrata. Pero Bush Jr. no funciona en este mundo de inicios de siglo como un individuo, sino como signo de los tiempos. Vergüenza para todos, la mala bestia condensa una degradada sensibilidad histórica.

Un periodista gringo, Dan Rather (CBS News), asumiendo el papel de honesto que estereotipadamente se autoasignan muchos individuos de ese país, confiesa que Bush ha excitado allí un «patriotismo desbocado» que combina con abiertas amenazas a los periodistas, legislación restrictiva hacia los informadores y censura y acciones directas para despedir a quienes disienten del discurso oficial. Rather estima en peligro la integridad de su profesión. Pero acepta asimismo que la asfixia totalitaria resulta querida y agradecida por una mayoría de estadounidenses: «Este patriotismo comienza en cada uno de nuestros corazones», dice. Es la patología que llevó a los trabajadores que removían escombros y

buscaban cadáveres entre las ruinas de las torres neoyorquinas a aclamar a Bush coreando su visita con un «¡YIUESEI!» fervoroso que transmutaba crimen y dolor humanos en una acción geopolítica. El bruto, excitado, sonreía entre babas.

Rather, como otros yanquis, cree que existe evidencia para considerar que la administración Bush supo con antelación de las acciones posibles de Al Qaeda en territorio estadounidense, pero que las desestimó en beneficio de su geopolítica y de los crímenes que ya tenía preparados contra Afganistán. La descomposición cultural consiste en que los removedores neoyorquinos de escombros, aún sabiendo esto, habrían igualmente vitoreado a Bush. Sienten que un miserable los representa.

La bruma moral no afecta sólo al jingoísmo gringo, siempre fatuo y miope. Un danés, fichado por Reader’s Digest como un «ex-izquierdista del movimiento Greenpeace», docente universitario, cambió de bando para anunciar que no existe ningún desafío ambiental, ni social, ni militar, ni nada. Se está hoy en el mejor de los mundos y la gente debe olvidar inquietudes «poco productivas» y poner atención en las importantes. Ganar mucho y rápido es el evangelio del neosuicida Bjorn Lomborg orgasmizado por la revista de masas (RD/06/02). El danés resulta patético. Apostrofando a demógrafos que predijeron que 920 millones de personas morirían de hambre hacia el final del siglo, Lomborg observa que sólo lo hicieron 792 millones. Don’t worry, baby.

En bárbaros escasos meses, Bush Jr. fascistizó legislación interna para condenar en indefensión a los ‘extranjeros’ y silenciar críticas, hizo recular 20 años la cautela ambiental planetaria, intensificó la manipulación sobre Naciones Unidas y OEA, incurrió en genocidio contra talibanes y afganos mientras respalda el de palestinos y exige, además, se le secunde o se muera, reiterando que los próximos destrozados serán iraquíes, coreanos y quienquiera rehuse lengüetear la saliva codiciosa de las empresas globales gringas.

Defendiendo la rapacidad soez del HiperMonkey global «Tiempos del Mundo» indica que a Bush Jr. lo eligieron (?) gringos para que tratara el planeta de acuerdo con sus intereses. De modo que el resto del mundo puede irse yendo a la mierda. Al menos los compadres la manejan clara.

En la serie inicial de «La Guerra de las Galaxias», Dart Vader personifica el instrumento de un imperio que hace ostentación de su poder maligno. Los amos de Vader están orgullosos de su maldad. Si el ser humano sobrevive al siglo XXI, quizás los historiógrafos del futuro lleguen a calificar a Bin Laden como un anómalo precursor de la rebelde princesa Laia, de su hermano, Luke Skywalker y del redimido traficante Han Solo.

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