Del academicismo al acadecinismo

Si de comunidad universitaria se trata, los comentarios externados por el señor Fernando Leal en la página 15 del diario La Nación (20/05/2011), muy

Si de comunidad universitaria se trata, los comentarios externados por el señor Fernando Leal en la página 15 del diario La Nación (20/05/2011), muy lejos del principio de unidad que caracteriza nuestra institución universitaria, decanta una posición soberbia arraigada en la visión de una universidad medieval, donde el conocimiento era prohibido para las “masas” y su tratamiento de unos pocos, por lo general miembros de una élite -en algunos casos sumergida en lo oculto o el oscurantismo- cuya esencia era el ser y no el “somos” que impera en nuestros días. La Universidad ha evolucionado, se ha transformado y se mantiene en constante cambio, para bien de las sociedades y sus comunidades. La Universidad de hoy tiene su razón de ser en el principio de unidad de diversidad y su integración ya no con el ser en sí mismo, sino con el “somos”, por deberse enteramente a la sociedad por y para la cual existe.

La Universidad dejó de ser desde hace varios siglos el claustro y su misión, es el logro del bien común, contribuyendo con las transformaciones que la sociedad necesita. La unidad universitaria constituye una comunidad desde una perspectiva de integralidad, que identifica a todos sus miembros, sean autoridades, profesores, estudiantes y personal administrativo. Pensar en una organización y gobierno sin representación desde esa perspectiva integral, fractura y atomiza la verdadera esencia de la Universidad: Somos Universidad.

Nuestra Universidad no tendría sentido si no es por la sociedad en que está inmersa, somos un agente económico dinamizador, somos una población económicamente activa, somos un pilar del desarrollo humano, somos el talante que en muchas encrucijadas y en diferentes tiempos ha trazado el destino de nuestra patria, siempre con la mirada puesta en la luz del conocimiento y el saber.

Hablar de “mediocridad” no es un asunto de sano criterio si no se acompaña de ideas de orden superior a las ideas existentes o prevalecientes. No se trata de reflexionar sobre un mero modelo de organización y gobierno, sino de la construcción de una obra que no concluye y que está en constante transformación. No podemos edificar una institucionalidad sobre la base de una solidez tan robusta que en el futuro sea tarea imposible transformar; para ninguna organización humana ha sido posible sobrevivir y perpetuarse en el tiempo si no es por medio de la adaptación a las leyes de cada contexto, la renovación de las ideas y su mejoramiento continuo, razón por la cual no hay tal “mediocridad”, pues para los unos no existen ideas agotadas sino para los otros: hombres agotados en sus ideas.

Hago estos comentarios de opinión por respeto a todos y cada uno de los miembros de la comunidad universitaria, sin hacer distinción entre el Doctor en las Ciencias y las Artes, y el humilde trabajador agrícola que prepara los terrenos para la investigación, el asistente de laboratorio que facilita y reproduce la labor docente, la secretaria y personal administrativo que hacen posible múltiples realizaciones y materializaciones asistiendo y colaborando con las autoridades académicas de la institución. Todos y todas vasos comunicantes coadyuvantes de las funciones sustantivas que alientan mi identidad con la institución, para la cual trabajo desde hace más de veinte años; trabajo digno y edificante fuente de inagotable bienestar. Exhorto a todos quienes somos universitarios a rescatar el principio de solidaridad, porque de la unión de todos nuestros esfuerzos se hace posible construir cada día nuestra querida Universidad para el bien de todos y todas en la sociedad.

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