El muñeco que llevamos dentro

Desde hace muchos años para acá a los costarricenses se les ha insuflado en su mentalidad un «muñeco» político, que no les deja ver

La sombría y triste historia de un «muñeco maléfico» enterrado en el Estadio de Cartago estuvo recientemente a pocos minutos de desvanecerse. 90 minutos eran suficientes para que el hermanillo de “Chuky” pusiera “pies en polvorosa” y se fuera a residir a otras latitudes. Seguramente cuando el “muñeco” de la vieja metrópoli se aprestaba a contratar a alguna empresa de mudanzas para su respectivo traslado, cayó el penal y la expulsión, y ante un Herediano con mentalidad de campeón y no de “muñeco”, “Chuky 2” se aferró a su morada y, a lo mejor, pensará quedarse unos 73 años más merodeando las ruinas, asistiendo a la Basílica y contemplando el Irazú. Pero bien, cartagos y cartagadas aparte, lo que quiero comentar en este breve artículo es que la historia del “muñeco” no se restringe única y exclusivamente al que habita bajo el césped del estadio de dicho equipo. Tan severa maldición desde hace muchos años se ha apoderado de la mentalidad de miles de costarricenses. Cientos de “muñecos maléficos” han hecho de esta Costa Rica un averno plagado de inmundicias, carencias, desigualdades, aberraciones, iniquidades y maldiciones.

Desde hace muchos años para acá a los costarricenses se les ha insuflado en su mentalidad un «muñeco» político, que no les deja ver más que la putrefacta y desvergonzada forma tradicional de hacer política. Es una maldición tan terrible, que nuestro pueblo tiene cada cuatro años la posibilidad de desterrar ese «muñeco» y sin embargo no ha logrado, al igual que el equipo de Cartago, encontrar la pócima mágica que le devuelva la racionalidad esperada, que le haga ver que hay formas más honestas y transparentes de gobernar. Algunos clarividentes y estudiosos del árbol genealógico de los descendientes de «Chuky», han llegado a la conclusión que este tipo de ser demoniaco de la ciencia política, se posesiona en la mente y en la conciencia del común de los mortales y no les da la oportunidad para la reflexión ni la crítica política, y se conforman con llevar al gobierno a los mismos de siempre.

La peor desgracia que le puede suceder a un ser humano es cuando ese «muñeco» no se esconde en un lugar físico, sino que busca habitar la conciencia de las personas. Cuando su domicilio es físico, se puede desenterrar y lanzarlo muy lejos o, a lo mejor, lo podemos enterrar en la propiedad de algún enemigo nuestro. Así podemos vengarnos de alguna maldad que aquella persona nos hiciera en tiempos pasados. Pero si decide morar en nuestro interior, la inhabilitación mental es de tal magnitud, que nos cierra la capacidad de  razonamiento y de reflexión. No aceptamos que existen «otros mundo posibles» y que debemos abrirnos al cambio y a la tolerancia. Ejemplos de que el «muñeco» habita también en las personas, y no solo en los estadios, los tenemos en la mentalidad petrificada y seudoconcreta de un «injusto» diputado que, al mejor estilo de la cacería de brujas de la Edad Media, arremete contra todo aquello que considera no está dentro de sus cánones morales establecidos. Pero no tenemos porqué asustarnos. En la Asamblea Legislativa desde hace muchas décadas los «muñecos diabólicos» han hecho de las suyas. Tal es el nivel de  posesión, que muchos diputados y diputadas, después de haber suplicado por el voto del pueblo, cuando llegan ahí «Chuky» no los deja hacer nada por ese pueblo y se dedican a defender los intereses de su partido político y a quienes les financiaron la campaña electoral.

No hay duda, nuestro país necesita un exorcismo, se hace fundamental «desmuñecar» a la sociedad costarricense. Avanzamos peligrosamente a un despeñadero del cual será muy difícil salir. La maldición de la vieja metrópoli se ha extendido a todo el territorio nacional y  amenaza con socavar, ya no a un equipo, si no los cimientos mismos de una sociedad completa. La «mentalidad de muñeco» puede hacer posible que nada cambie, aunque estemos a solo 90 minutos de lograrlo, sale a relucir el infortunio y caemos de nuevo en la funesta tradición de que nada podemos hacer por cambiar la historia.

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