Acaba de llegar a mis manos una sentencia de un tribunal de familia de San José. ¡Cáigase de espaldas¡ Sin hechos no probados ni probados, ni considerándos y sin por tanto. Es sentencia de primera instancia porque viene de una juez. Tiene “poder”. ¡Punto!
La sentencia nos hace ver en su extensa perorata que en materia de pensión alimentaria, en la práctica, hay ciudadanos de primera y segunda categoría; lo que equivale a decirnos que la ley ahora, con todo esto de la revolución de “la igualdad real”, sigue siendo ciega y hasta sorda. La resolución que comento está dada por una autoridad con innegable “poder” y… punto. Tiene apelación, lo que significa que una de las partes tiene que enfrentar a la otra, pero ahora quien llegó a clamar justicia, hace frente a las ocurrencias de esta juez.
¿Qué diablos es el poder? Para el jurista español Díez Picasso es la posibilidad de dominio, de sobreponerse sobre los demás. El presenta el poder al menos con diez características notorias, incluso en otros animales distintos al hombre. La aparente debilidad de un animal, por ejemplo, frente a otro más fuerte que va a eliminarlo, resultaría una manera de ejercer el poder por el débil. Es decir, el poder, contrario a lo que hemos creído, no es sinónimo de fuerza.
El poder es la capacidad de dominio, no facultad de hacer o no hacer. Esto último es una consecuencia del poder (a diferencia de lo que piensa Cabanellas). Hoy, lo que se ve en los ámbitos judiciales, legislativos, ejecutivos y militares -esto último en naciones con esta ”vagabunda clase”, es capacidad de dominio. Luego viene el acuerdo de si lo ejercen o se lo reservan.
Hago esta salvedad porque difiero profundamente de quienes ven en el libro, de reciente publicación, “La rebelión de las avispas” ( Carlos Morales, editorial Prisma, San José, 2008), una profunda crítica a la corrupción que aqueja al país. Si bien los hechos que dan origen al libro acontecen en una universidad privada, donde el autor da cuenta del tráfico de influencia, complotes tipo pequeña aldea, preferencia sexuales, etc., en el fondo subyace de cómo un grupo de personas envestidas de “poder” ejercen este sin proporcionalidad ni razonabilidad. Al peor estilo de Maquiavelo.
Al autor no le da sarcasmo la corrupción administrativa, política o económica en esa Universidad. Conociéndolo en sus distintas facetas, jamás se reiría de los corruptos. Creer que se ríe de la corrupción en “ La rebelión de las avispas” equivaldría a dar todo por perdido. Más bien pienso que lo planteado en el libro es la decadencia intelectual y política en que estamos, producto, precisamente, del ejercicio del poder en forma abusiva.
El autor no se detiene en profundizar filosóficamente sobre el poder. Recurre a lo que a muchos periodistas les han enseñado: pasar de puntillas sobre diversos escenarios, sin que compliquemos el “porqué” de los hechos (es más fácil el “qué”). Poder y abuso siempre llevan a la decadencia; sino que lo diga la antigua Roma.