A Sandra León
Vicerrectora Académica UNA
En el contexto de crisis integral del capitalismo solo el tema ético-político de la dignificación del ser humano constituye una alternativa de sentido comprensible frente a la desarticulación que las identidades han sufrido.
Lo ético no resuelve la crisis de capitalismo, sino que nos lleva al reconocimiento de que ha de plantearse una solución alternativa en la que el ser humano se reivindique frente a su reducción a “homo oeconomicus”.
Las necesidades humanas de reivindicación son históricamente concretas, diferenciables y particularmente comprensibles en oposición a la lógica de exclusión y enajenación específica del capitalismo.
El ser humano no es un simple actor del mercado, sino un sujeto significativo y por sobre todo significador de realidades. Entendido así, solo en la alternatividad a las imágenes del mercado será que aparezca como sujeto reconocible dentro comunidades o colectividades co-gestoras de sentido.
En este ámbito de reconocimiento mutuo se pueden resignificar la tolerancia, cooperación, co-gestión, participación equitativa en la riqueza y respeto a la diversidad como valores identitarios que emergen del encuentro con otros en la configuración colectiva de un mundo mejor para todos.
Tras la crisis integral del capitalismo la anónima convivencia cotidiana se dirige hacia su reconstitución como comunidad de sujetos. En esta nueva época de la historia, el anonimato de los individuos se desvanece ante el sujeto significativo como parte de una colectividad.
El ser humano vive en la transformación de la realidad en un lugar habitable, somos creadores de mundos, significadores de realidades, vivimos en la creación y morimos en su agotamiento, es por ello que nadie puede apegarse a una existencia que carece de vida.
Nada posee menos sentido que la muerte pues en ella nadie puede ser significativo; el único significado sensato del existir es lograr vivir, es decir crear sentidos para sobrellevar el tiempo al darse una identidad; no es la muerte la que da sentido a la vida, sino que es la vida la que da magnitud a la muerte.
La pretensión de una individualidad es una ilusión, pues inmersos en una convivencia compleja las identidades diversas, constituidas por definiciones de sentido, no constituyen individuos, sino singularidades significativas.
La individualidad no existe, es una imagen carente de contenido que emerge de la perversión de la significación del sujeto a través de su reducción a agente de mercado.
La singularidad significativa, más que individualidad es un puente relacional entre el sujeto y la colectividad de la que forma parte, por ello no es valiosa por sí misma, sino en la relación con otros.
Y si bien una singularidad significativa es resultado de la asociación de sentidos identitarios particularizados por el brillo de la inteligencia, el alcance de esa particularidad, en ocasiones matizada por excentricidad, nunca constituye una exclusividad perdurable de ser o sea una individualidad estricta, es por ello que es siempre es posible encontrar con otro, abriéndonos al encuentro íntimo y filial.