Las presiones para que se apruebe el muy defectuoso –de forma y fondo- Proyecto de Ley 17.777 sobre investigación biomédica con seres humanos han trascendido la Asamblea Legislativa, encontrando un amplio eco mediático sospechosamente unidireccional: se repiten argumentos viciados denunciados públicamente en el foro “Investigación con seres humanos, bioética y legalidad en Costa Rica” convocado ad hoc por la Universidad de Costa Rica (6/06/12 y 12/06/12). Siendo un tema de interés nacional, sorprende que una sola diputada, Mª Eugenia Venegas, hiciera acto de presencia en ese espacio académico, desde donde defendió su razonada oposición al proyecto de marras.
La “salvación” cuasimesiánica de pacientes como buque insignia de la investigación, sin ir más lejos, cae por su propio peso expuesta a la luz de las definiciones científicas, descaradamente tergiversadas a favor de quienes en última instancia se beneficiarán económicamente con el endeble texto legal propuesto (a saber: industrias farmacéuticas transnacionales e “investigadores” locales, generosamente retribuidos por aquellas); lacrimógenos titulares como “Madre fallece a la espera de probar medicina contra cáncer” (La Nación, 15/06/12) –una falta de respeto a la fallecida y a la causa que en su nombre se enarbola- o “Agonizan pacientes a espera [sic] de investigaciones médicas” (La República, 27/09/12) constituyen ejemplos flagrantes de manipulación emocional como medida de coerción a través de la promiscuidad vergonzante entre dinero y salud.Una cosa es investigación de medicamentos (descubrimiento de compuestos químicos de posible uso en humanos llevado a cabo por compañías farmacéuticas en países desarrollados) y otra muy distinta ensayo clínico (reclutamiento de pacientes para probar el medicamento en su fase experimental, esto es, aplicación rutinaria de protocolos de investigación predeterminados por dichas compañías y ejecutados en países subdesarrollados, tanto por su bajo coste como por su laxa legislación sobre estas prácticas, a través de los llamados “centros de investigación por contrato”). Este último escenario –de evidente connotación mercantilista y con un margen de innovación nulo- es el caso de Costa Rica, cuya responsabilidad histórica para aprobar una ley que asegure plenamente la protección de los derechos humanos constituirá un brillante referente en América Latina y en el mundo… o un sombrío antirreferente.
El mismo adjetivo experimental refleja las acotaciones del tratamiento propio del ensayo clínico. La persona que accede a someterse a este lo hace con la esperanza de una mejoría altamente improbable, exponiéndose, en cambio, a riesgos desconocidos; en función de su respuesta y de la de muchos otros pacientes, la ciencia evalúa la eficacia del medicamento de prueba aceptando –casi nunca- o descartando –casi siempre- su hipotética comercialización en un futuro. Ensayo (medición de posibles resultados) no es sinónimo de recuperación (resultado en firme). El público es confundido en este matiz crucial por quienes hacen de la ambigüedad su modus vivendi al vender como ganadores todos los boletos de una lotería médica: un porcentaje ínfimo de los productos tanteados resulta exitoso y la participación no es inocua (para mayor información, véanse los esclarecedores ensayos “El gran secreto de la industria farmacéutica”, de Philippe Pignarre, y “La verdad acerca de la industria farmacéutica”, de Marcia Angell).
Por lo tanto, la pretendida investigación que los pretendidos investigadores autóctonos reclaman no es tal. Además, hay que considerar si esos protocolos en serie de ensayos clínicos se ajustan a la idiosincrasia sanitaria del país que los recibe; teniendo en cuenta que más del 90% del gasto en investigación biomédica se centra en los problemas de salud de menos del 10% de la población mundial –ubicada en países desarrollados-, no es difícil concluir que las particularidades del país subdesarrollado cuya población se presta a ensayos clínicos sean sistemáticamente ninguneadas.
Investigar no es curar: quienes juegan de manera tan obscena con la semántica demuestran tanto su desprecio por el lenguaje como por las personas afectadas por lo que este designa (es decir, todos). A modo de lábil justificación, tienen la desfachatez de presentar el lucro bajo un halo de santidad. Deberíamos fijar la mirada en verdaderos científicos como Clodomiro Picado y Alfonso Trejos, referentes éticos de Costa Rica cuyos aportes universales e integridad moral permanecen y hacen las veces de luminoso faro en las aguas procelosas del marketing farmacéutico. Sí a la investigación –que anteponga la dignidad humana sobre cualquier otra consideración-, no a su mala imitación en forma de cinismo.