Ahora bien, siendo así, acaso se pueda tomar esta manifestación recurrente como síntoma de algo más. Quizá habría una discrepancia, entre las expectativas de la persona que asume el puesto y la realidad que confronta, que le lleva a renunciar; esto en el marco de las influencias ya harto demostradas de los Arias Sánchez. Recapitulando entonces, la gran duda es que si la política se entiende como una contienda abierta de intereses, parece ser que algunos políticos de profesión no están dispuestos a comprometerse, prefieren apartarse antes que denunciar o luchar por lo que consideren digno y oportuno de la gestión posible en su cargo.
Aunado a la sensación de que las renuncias son ya algo del curso natural de la política, esto se podría unir a aquella otra sospecha de que la gente honesta no se mete en política, porque corrompe. El saldo es que se alimenta la apatía por la incursión en la política y quienes llegan a altos cargos, y renuncian, dan la impresión de que si no se puede hacer lo que se quería en un primer momento, no hay cabida para la negociación, la disputa, el debate y toda confrontación esperable en la política.
Las influencias y proyectos indeseables en política se deben combatir en las calles como en los parlamentos y despachos, pero en este país se criminalizan y reprueban las manifestaciones (aunque no sean violentas) ciudadanas, y además se ve con frecuencia la renuncia a la disputa por vías formales; lo anterior facilita la gestión de otros, mucho más ávidos de poder, que se instalaron hace mucho en la política estatal y siguen ahí, incluso sin necesidad de un puesto, lo cual les hace peligrosos, pues gozan aparentemente de las mismas facilidades de antes sin la responsabilidad de rendir cuentas en calidad de funcionarios públicos.