En estos días de septiembre hay gente que «celebra» a Chile. La caverna que reúne a ‘intelectuales’, funcionarios internacionales y empresarios de manos nítidas en Diálogo Latinoamericano, la fundación Konrad Adenauer y el costarricense Instituto para la Libertad y el Análisis de Políticas, le dan medalla de oro en democracia y saludan sus logros económicos: 9.810 dólares de ingreso per cápita y un crecimiento exportador de más de 30% en este año. Sin embargo ni ellos pueden obviar que el salario medio chileno es de 460 dólares y que el desempleo se acerca al 9% con un 36% de los trabajadores en el sector informal. El coeficiente de desigualdad entre 1990 y el 2004, años ‘democráticos’, se mantiene por encima del 0,555. En Costa Rica, aunque este indicador muestra una sensible tendencia al alza, su media para el período es de 0,461. Al parecer crecimiento económico, alza del volumen de exportaciones y ‘democracia’ no son incompatibles con concentración de la riqueza, penuria del mercado de trabajo y salarios flacos.
Chile llegó a su «espléndida» situación tras 17 años de un terror de Estado que masacró sectores políticos, desagregó y atemorizó a los grupos populares y disciplinó fuerza laboral para una economía ‘liberal’ y global. Este terror fue resistido principalmente mediante formas diversas de reclamo por derechos humanos. Hoy el tema, tras 33 años de lucha, no está resuelto. El terror se ha prolongado en la impunidad y la complicidad de los dirigentes ‘democráticos’.
Precisamente el «socialista» presidente Lagos se ocupa en adelantar otro esfuerzo por fijar un nuevo «pacto de impunidad» que beneficie y exculpe delincuentes. Lagos en persona indultó al asesino de Tucapel Jiménez, un dirigente sindical, y gesta una ley de «punto final» que «deje atrás el pasado». No parece importarle que la impunidad garantice una repetición de la tragedia.
En este ‘otro’ once de septiembre, Lagos, con orgullo, muestra para la exportación y a quien desee verlas, unas democráticas garras limpias.