Mi propio abuelo paterno llegó a principios de siglo y como muchos de su generación fueron instados por las autoridades costarricenses a cambiarse su nombre por uno más “occidental.” De ahí apellidos tan ticos pero también tan chinos como Acón, Apuy, Achío, León, Sánchez (sí, Sánchez) y Atán, entre algunos otros. La verdad, mi apellido chino es Chan, sin la “g”, pero llevo con mucho orgullo el apellido que mi abuelo escogió, porque representa la persistencia de mi gente en un país que finalmente nos acogió después de muchas experiencias de discriminación e incomprensión. No pretendo dar una cátedra sobre la historia costarricense nunca contada en libros de texto escolares o colegiales. Para eso están historiadores como Alonso Rodríguez Chaves y Marlene Loría Chaves con su tesis de licenciatura “La inmigración china a Costa Rica: Entre la explotación y la exclusión (1870-1910), o la historiadora de temas chino-costarricenses por excelencia Hilda Chen-Apuy, entre otros. Lo que sí me interesa dejar en claro, es que si bien nunca hubo un núcleo importante de chinos que habitara en el llamado Paseo de los Estudiantes o sus alrededores, hemos estado en el país desde mediados del siglo XIX. Primero llegó mi gente, los cantoneses del sur de China, estableciendo un monopolio que fue dichosamente roto por los taiwaneses de la República Democrática de China en las últimas décadas del siglo XX y, finalmente, por los chinos continentales cuya primera lengua la constituye el mandarín, a raíz del rompimiento diplomático con Taiwán y el consecuente establecimiento de relaciones diplomáticas con la República Popular de China en el 2007.
Según su acepción original en los Estados Unidos (Chinatown), un “barrio chino” no era un barrio residencial. Muy al contrario, este era concebido como un gueto, un sitio donde establecían sus negocios y pasaban su existencia inmigrantes chinos y sus descendientes, pero no porque necesariamente lo hubieran escogido, sino porque el grupo hegemónico caucásico había destinado sitios alejados de los barrios residenciales blancos para confinar al “peligro amarillo” (the yellow peril) como se llegó a denominar al grupo étnico chino en los Estados Unidos. En la actualidad es poca la gente que aún habita en esos Chinatowns.
Sin importar si la iniciativa de construir un Barrio Chino en San José posee tintes políticos o está alejada de una realidad histórica (hegemónica) o no corresponde a su acepción original, lo que hay que destacar es que se constituye en un homenaje a una gente trabajadora, que ha contribuido en la construcción del ferrocarril, faenas agrícolas y domésticas, y actividad comercial nacional desde hace más de 150 años. Además, los negocios chinos que se encuentran en el Paseo o en sus inmediaciones no se multiplicaron de la noche a la mañana por razones políticas o demás, sino que por el contrario, tienen décadas de estar en ese sitio. Muchas de las razones esgrimidas en contra del Barrio Chino poseen una lógica poco concordante con la sociedad multicultural y heterogénea que es la Costa Rica del siglo XXI. Es fundamental que se dé un cambio de mentalidad, porque el barrio chino es solo uno de los tantos barrios étnicos que representan el ser costarricense.