Presencia de Rubén Darío en León, Nicaragua

Dicho evento, sui géneris por su modelo operativo (mezcla de actividad académica con actividad literaria propia de festivales: lecturas, presentaciones de libros, talleres, etc.),

Del 15 al 21 de enero del año en curso participé en el IX  Simposio Internacional Rubén Darío en la ciudad de León, Nicaragua.

Dicho evento, sui géneris por su modelo operativo (mezcla de actividad académica con actividad literaria propia de festivales: lecturas, presentaciones de libros, talleres, etc.), es un foro donde se celebra el nacimiento cultural del “panida” (recordemos que había nacido en Metapa), y se procura reconocer, resguardar y proyectar la obra y la herencia estético/cultural del gran poeta hispanoamericano.

Tal vez por la cantidad de organismos y personalidades presentes en su organización, el perfil del simposio todavía no se consolida en términos de su ambigüedad académica o de participación literaria. Es de esperar que en un futuro cercano logre tomar rasgos precisos y pertinentes.

No obstante lo anterior, el evento es un espacio digno donde se dialoga con colegas nicaragüenses e internacionales sobre la órbita dariana y otras ondas culturales, a la vez que se re/conoce in situ la salud de la poesía leonesa y de algunos otros rincones centroamericanos. Por ello, a la hora de iniciar esta breve crónica debo subrayar, ante todo, mi regreso agradecido tanto por la invitación como por la hospitalidad, no sólo de los organizadores sino de todos los nuevos amigos y amigas leoneses que nos trataron a cuerpo de rey.

Lo segundo para destacar, por la coyuntura “especial” que atraviesan nuestros países, es la cordial atmósfera de respeto y camaradería con los nicas, fueran estos intelectuales, poetas o ciudadanos de a pie, que son la mayoría.

Mientras la prensa y los relacionistas públicos de ambos gobiernos insisten en una crisis fronteriza y en una peligrosa escalada militar, las personas inteligentes y sensibles no se dejan arrastrar por campañas de falso patriotismo y xenofobia artificial.

Lo tercero es la notable actividad poética e intelectual de la centenaria ciudad leonesa. Se percibe una suerte de renacimiento cultural apoyado en una pujante actividad turística y comercial. Conocí estupendos poetas y narradores jóvenes, apertrechados críticos, artistas inquietos y una juventud interesada en el arte y la literatura.

Hay que tener en cuenta que León, además de sus 19 iglesias regentadas por su imponente catedral, es una ciudad universitaria con una tradición insigne y como tal se asume y se reconoce.

Una de mis variadas y gratas experiencias fue la visita al Centro de Arte de la Fundación Ortiz-Gurdián, excelente pinacoteca alojada en dos casas coloniales restauradas señorialmente, una de finales del siglo XVIII y otra de principios del XIX. Posee una excelente colección de arte barroco (escuela quiteña y cuzqueña, entre otras) latino y centroamericano moderno y contemporáneo con interesantes sorpresas de las vanguardias europeas.

Y por supuesto, una amplia muestra del arte nicaragüense desde sus bases precolombinas. Es este quizá el esfuerzo más importante de la iniciativa privada en Centroamérica con respecto al resguardo, exhibición y promoción del arte contemporáneo.

Lo demás fueron sensaciones, olores, vocablos, giros, gestos, puestas de sol, conversaciones maratónicas y alucinantes por su fisga y brillantez. Todo ello permanece aún como multiplicidad de fotografías impresas en la memoria. Y mucha poesía compartida con los leoneses y nicas en general, no tanto en las lecturas del Teatro Municipal, abigarradas y asimétricas las más de las veces, sino las realizadas en terrazas, fritangas, patios de casas, bares, restaurantes, habitaciones de hotel, y hasta en las playas de Poneloya. Luego, la necesaria y tradicional armazón comunicacional con académicos y poetas de Centroamérica y de más allá.

Pero especialmente la presencia dariana cifrada en su obra para abrirnos y dejarnos poseer por la esencia de otras culturas, así como para saber reconocer el aporte de cada una de ellas. Es decir, la posibilidad de acercarnos a los otros y dejarnos leer por ellos para igual realizar nuestra propia lectura.

En suma, la confianza infinita en la poesía y la cultura como elementos catalizadores del diálogo intercultural y de la hermandad entre los pueblos; entre nicas y ticos, paisanos inevitables.

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