Poco hace que encontré en un blog el comentario de un profesor universitario (¡sic!), quien afirmaba con una certeza a prueba de toda duda, que ‘pensamiento crítico’ sólo “había” en las universidades públicas.
De tan extraña formulación verbal, desprendí que el pensamiento crítico estaría contenido dentro de los campus a la manera de una bolsa con jocotes. Según este extraño modelo “caja de leche” del pensamiento crítico, lo que se hace dentro de las universidades, únicamente por esta determinación espacial, nacería con una especie de “ISO de criticidad”, mientras que lo que acontece fuera de las aulas representaría una especie de mar neblinoso, poblado de sapos y culebras.
Para el caso de nuestra UCR, siguiendo este peregrino enfoque, el ‘pensamiento crítico’ se interrumpiría hacia el noroeste a la altura de la Rotonda de Betania, para emerger de nuevo a partir de las instalaciones deportivas en Sabanilla, quedando irremediablemente clausurado en derredores de Barrio Carmiol. La Calle de la Amargura, no obstante, presentaría un estatus algo problemático según esta visión, pues para muchos esta calle y sus aledañas son una especie de prolongación del campus. Lo cierto es que los vahos del guaro que de manera ahíta saturan allí el ambiente, aturdirían visiblemente, aunque de forma momentánea, la capacidades críticas de los profesores, alumnos o el personal administrativo que gustan de socializar por esos predios.
Sarcasmo a un lado, es increíble que haya personas que se crean a pie juntillas este tipo de ficciones. La Universidad puede ofrecer un espacio ideal para el desarrollo del pensamiento y la investigación, deparando excelentes frutos, pero también favorecer toda clase de chapuzas. No hay ninguna garantía. Más aún, los que creen que dentro de la Universidad todo es ‘bueno’, mientras que afuera todo ‘malo’ o ‘sospechoso’, parecen ser completamente ciegos frente a las dinámicas de poder al interior de la institución universitaria. En las instituciones se premian no pocas veces simpatías y amiguismos, sino también toda suerte de pueriles obediencias ideológicas, por encima de cualquier otro criterio. “Élites”, discursos hegemonizantes y clientelismos existen también en las universidades, los que hacen del ascenso en el escalafón académico no siempre el mecanismo más transparente. Más aún, es inadecuado hablar de una universidad en singular, pues a lo interno de cualquier institución, sobre todo la universitaria, existe una pluralidad de opiniones y opciones políticas, muy a pesar del talante intolerante y sectario de algunos docentes y estudiantes.
Entonces, ¿de dónde tanta beatería a la hora de tomar distancia crítica con respecto a la Universidad? ¿De dónde la resistencia a reconocer que ella es también un lugar de reproducción de ideología? Pensar críticamente supone ineludiblemente la independencia de criterio, más allá de gregarismos intelectuales de cualquier tenor.
Sólo los individuos, por lo demás, “piensan críticamente”, nunca las instituciones, por más loables que estas nos parezcan. Esto no impide, sin embargo, que en la tarea del pensar crítico, que supone un esfuerzo constante, tengamos compañeros de ruta con los cuales compartimos intereses, ideas u opiniones en común, de manera coyuntural o bien de largo aliento, si bien nunca habrá garantía de que aquéllos con los que hoy transito, mañana no estén en la “acera de enfrente”.
Ante la provisionalidad e incertidumbre inherente a los acuerdos y consensos sociales, la única llave para la convivencia resulta ser la tolerancia, un valor lamentablemente tan vilipendiado por muchos, comenzando por los intelectuales. Sólo ella puede garantizar un espíritu, tanto dentro como fuera de las universidades, que aunque asuma el debate y el conflicto plenamente, posibilite a los seres humanos comunicarnos y debatir sin echar mano a la difamación, la mentira o la violencia bruta.