Hace un año el presidente George W. Bush dictó pena de muerte contra el saudí Ossama bin-Laden y sus seguidores. No hubo juicio, solo sentencia. En nombre de las víctimas de las Torres Gemelas, W. Bush lanzó un devastador ataque contra Afganistán. Además de los miembros de la red de Al-qaeda que puedan haber muerto, nadie sabe cuántos civiles perecieron en esa devastadora campaña militar en el nombre de la libertad y la civilización.
Entonces, los aliados de Estados Unidos en el mundo, es decir los miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, le dieron pleno respaldo a la campaña militar norteamericana, lo mismo que las naciones árabes y por supuesto también el coro de gobiernos del Tercer Mundo, a los que no hay necesidad de consultar porque lógicamente compartirán los puntos de vista de Washington, sean cuales sean.
En ese momento, se habló de castigar a los terroristas de Al-qaeda y al régimen talibán que los cobijaba. Un régimen retrasado y fundamentalista, que trataba a las mujeres como animales domésticos y sometidas a todo tipo de vejámenes.
El ataque se cumplió. ¿Cuántos inocentes murieron? Eso no tiene relevancia. ¿Qué pasó con las mujeres? Nadie lo sabe, y ya no importa. Ya la nueva VOA (Voice of America) de la televisión satelital dejó el tema de lado. ¿Y qué se hizo bin-Laden?
Pero devastado Afganistán, había que inventar otro enemigo, en nombre del combate al terrorismo, claro está, y para evitar una caída en las ventas de la industria armamentista. Sus dueños y accionistas también tienen derecho a una vida decorosa. Entonces la mirada de los asesores de Bush, se volvió hacia Irak y el nuevo satanás del mundo: Saddan Hussein, ex aliado de Washington a fines de los años 80, en la guerra contra el régimen iraní del Ayatollah Jomeini, que entonces encarnaba al mismo demonio.
Sin ninguna prueba contundente, Bush y la nueva VOA haciéndole eco mañana, tarde y noche, han hecho creer al mundo que Hussein tiene «armas de destrucción masiva» que tarde o temprano empleará contra la civilización occidental o que si se le da tiempo construirá armas atómicas. Y entonces hay que destruirlo antes de que sea demasiado tarde.
Ni Alemania, ni Francia, ni Rusia, ni China, ni las naciones árabes, ni el secretario general de la ONU, que anteriormente apoyaron la campaña militar en Afganistán, están de acuerdo con la nueva guerra que está formulando el presidente Bush.
Pero, eso no parece desvelar al defensor de la libertad y los derechos humanos, que habla en nombre de Dios. «No pararemos hasta que se haya hecho justicia y nuestro país este seguro», dijo Bush en el aniversario de los atentados terroristas.
¿Cuántos civiles morirán si se produce la guerra contra Bagdad? Eso no tendrá tampoco la menor importancia. Serán contabilizados como víctimas de los denominados «errores colaterales» y a lo mejor, dirán en Washington, se lo merecían.
Luego de que el régimen de Hussein sea barrido, si es que lo logran y no crean un caos petrolero que pagaremos todos, la pregunta será ¿quién sigue?
Como es una «guerra sin fin contra el terrorismo», lógicamente Washington tendrá que seguirla. Los enemigos ya aparecerán, si no se los inventarán. Lo importante es tenerlos.
Ayer, los enemigos eran Japón, ahí están de mudos testigos las más de 200.000 víctimas civiles de Hiroshima y Nagasaki, (¿también se lo merecían?), la Unión Soviética, Vietnam, Corea del Norte, Libia, El Salvador, Nicaragua, Chile, Guatemala, donde murieron cientos de miles de personas.
¿Quién seguirá después de Irak? Tal vez Irán o Libia, por qué no Colombia o Cuba, ya dijeron que el régimen de Castro podría estar construyendo armas bactereológicas o químicas, o quizás Venezuela, por qué no Venezuela, no es mala idea, o alguna nación africana.
Pero, de eso no hay que preocuparse, ya el presidente Bush nos sabrá decir en su momento quién será el elegido, y la CNN se encargará de recordárnoslo minuto a minuto, en tiempo real y a todo color, pero con su enfoque informativo en blanco y negro, para que no haya lugar a confusiones.