Control social e infamia:
Tres casos en Costa Rica
(1938-1965)
George I. García
Héctor Hernández
Álvaro Rojas
Editorial Arlekin
2015
Como una necesidad para justificar sus procesos de control social, mantener sus creencias y valores morales, cada tanto, las sociedades acuden a la creación de personajes que funcionen como anatemas, antítesis de esos valores y modos de poder que aspiran a sostener. Estos personajes no solo resultan abominables, sino que su sola evocación debe merecer repudio y su existencia desagrado. Nada en ellos puede ser considerado aceptable y deben ser siempre rechazados. Esos personajes son los infames.
Los tres autores de sendos ensayos dedican su atención en este libro a personajes de la vida costarricense que han cumplido esa función de infames. Uno, un asesino confeso, otro, un escritor inculpado de un horrendo crimen, el tercero un arquetipo del borracho perdido, llamado, en sus propias palabras, “un harapo en el camino”, quien deja un registro literario del mundo marginal del San José en que le tocó vivir.
Estos personajes y su ámbito inmediato sufrieron todo el peso de la condena social. Los medios de comunicación, la prensa en particular, se ocuparon de crear una leyenda maldita sobre sus vidas, los aparatos de regulación y normalización se encargaron de que no encajaran.
BELTRÁN CORTÉS
El primer ensayo es escrito por George I. García y está dedicado a Beltrán Cortés, el asesino del doctor Ricardo Moreno Cañas. Los hechos ocurren la noche del 23 de agosto de 1938. Sin reparos de ningún tipo, Beltrán Cortés asesina a balazos a los doctores Moreno Cañas y Carlos Manuel Echandi Lahmann y en su huida a Arthur Maynard. El homicida es capturado poco después.
El doctor Moreno Cañas era diputado y un médico muy respetado y querido por la población en general. Se dice que incluso tenía aspiraciones presidenciales. La figura del médico en la sociedad costarricense en esa época, y como parece seguir siendo, gozaba de importante prestigio.
Pero su imagen posiblemente se engrandeció aun más por los reportes que dio la prensa de entonces donde se exaltaban sus cualidades y se contrastaban con la imagen monstruosa del asesino.
George I. García estudió principalmente los periódicos La Prensa Libre, diario que se ocupó extensamente del caso y el semanario Trabajo, del partido comunista. Al analizar medios tan disímiles ideológica y políticamente, García confirma que:
“El infausto suceso provocó que ambos medios apelaran a la institucionalidad estatal, en la cual incluso los comunistas tenían relativa confianza; lo considerado políticamente posible permaneció dentro de los confines del Estado existente, del mismo modo que siguió siendo denominador común el nacionalismo tico. La hegemonía del proyecto liberal-terapéutico permaneció incólume; pese a la coyuntura de crisis, en la opinión pública la amenaza no redundó en un cuestionamiento de las causas del crimen en relación con el sistema socioeconómico, sino que la condena se volcó virulentamente sobre el suceso puntual del crimen”.
A lo largo de su ensayo, García demuestra cómo la figura de infame de Cortés sirve para los intereses de los medios que escriben sobre el crimen y para los sectores que representan, aun cuando estos sean ideológicamente opuestos.
Igualmente, parece que la imagen buena y querida de Moreno Cañas es reclamada para sí por el discurso político de uno y otro.
JOSÉ LEÓN SÁNCHEZ
El segundo ensayo del libro, escrito por Héctor Hernández, se refiere al escritor José León Sánchez, quien fuera inculpado del robo ocurrido la noche del 12 de mayo de 1950 en la Basílica de los Ángeles en Cartago, donde además resultó asesinado el guarda velador.
Sánchez contaba entonces con 21 años de edad, había tenido una vida muy dura, con una niñez marcada por alberges, reformatorios y cárcel. El muchacho díscolo y pendenciero desafiaba sin pudor a los mecanismos de control de la sociedad.
Los periodistas del diario La Nación, quienes ya habían convertido el hecho delictivo de la Basílica en una “afrenta nacional”, se ensañaron contra Sánchez y se regodearon escribiendo editoriales y artículos convirtiéndolo en monstruo y enemigo público.
Dice Hernández: “En ese sentido, es tan necesario un símbolo patrio (la Virgen de Los Ángeles) como la construcción de un enemigo monstruoso que la pretenda anular. Así, la actual importancia simbólica de la Virgen de Los Ángeles descansaría en la corporalidad apestada e infame de José León Sánchez Alvarado, paradójicamente el obsceno padre de la patria. El monstruo de la basílica como invención de La Nación es el alma-cárcel creada sobre el cuerpo de José León Sánchez”.
Según cuenta Hernández, en 1962, tras purgar 12 años de condena, José León Sánchez escribe su cuento El poeta, el niño y el río, el cual envía a concurso de los Juegos Florales de 1963, organizado por la Escuela de Humanidades de la Universidad de Costa Rica.
Para sorpresa y desconcierto de muchos, ganó el primer lugar. Hernández se ocupa entonces de un análisis de este relato que extiende a su obra en general: “la aparición de los textos de José León Sánchez testimonia una de las múltiples versiones de los marginales sobre el proyecto civilizatorio costarricense.”
Personajes, tratamientos y temáticas de las novelas y cuentos de este autor estigmatizado y que cumplió una condena de más de 20 años de prisión, son analizados por Hernández como una respuesta a esos procesos de control social.
“En fin, el proceso que asentó la identidad nacional en un ideal de familia nuclear, urbana, patriarcal y fundada en el matrimonio católico, debió constituirse sobre las corporalidades deformes de individuos monstruosos e irremediables. Por ello, la literatura de José León se asoma ominosa, como testimonio de esas víctimas marginales, bestiales, residuales y, sin embargo, necesarias en ese proceso identitario nacional”, afirma Hernández al cierre de este ensayo.
SINATRA
El tercer texto del libro se ocupa del escritor Alfredo Oreamuno, conocido con el apodo de Sinatra. Autor de una serie de novelas cortas, de corte autobiográfico, en que narra un retrato de la ciudad de San José en sus rincones y condiciones más sórdidas.
Álvaro Rojas analiza Un harapo en el camino, Noches sin nombre y Mamá Filiponda para ver en ellas el retrato infame de la ciudad de San José.
El proyecto disciplinante liberal que se impulsa en las primeras décadas del siglo XX conforma legislación e instituciones que normalizan, excluyen y condenan, de acuerdo con los parámetros establecidos. Así, se crean categorías de indeseables, marginales, anormales y las instituciones que deben servir para controlarlos y evitar que contaminen o perjudiquen el resto de la sociedad.
El San José que se retrata en las obras de Alfredo Oreamuno es el de las dos décadas siguientes a la guerra civil de 1948, años en que el mismo autor vivió en los ámbitos descritos en una vida que él describe de desenfreno y decadencia.
Álvaro Rojas ve en ellos algo más que su valor literario o testimonial, para analizar en ese gran escenario de marginalidad los proceso de control social y disciplinamiento en un periodo muy importante de conformación de la sociedad costarricense.
Este mundo descrito por Sinatra no es el que aparece por lo general en la narrativa nacional de esos años.
“Ese es el bajo mundo, los bajos fondos de la capital, extraños a la imagen oficial de la nación; ese es el nido de los anormales abierto en panorama por Sinatra…”, dice Rojas.
Desde ese mundo abyecto, se puede medir el proceso de control social que castiga, reprime, excluye, encierra y persigue a quienes atenten contra la normalidad que sus reglas dictan.
“Los textos de Sinatra, que de alguna manera se pueden leer como el retorno y la solución imaginaria de un conflicto social real, nos abren en perspectiva uno de los sectores malditos, infames y ocultos del San José posterior a la guerra civil de 1948, con toda su normalización y su higiene social, con sus instituciones totales como la Penitenciaría Central y el Asilo Chapuí, y con sus discursos de poder que producen un saber autorizado y que constituyen subjetividades a la manera del discurso legal y del discurso médico-psiquiátrico”.
En general, Alfredo Oreamuno ni sus obras son tomados en cuenta por los estudios literarios; sin embargo, la posibilidad de lectura que ofrece Álvaro Rojas en este ensayo rescata su valor desde la marginalidad.
Los tres ensayos que componen este breve tomo presentan una lectura novedosa e inteligente de la sociedad costarricense desde personajes negados o abiertamente castigados por los procesos de control social.
Aunque no son de “culpable y magnífica existencia”, los infames aquí tratados han recibido el castigo disciplinar que el poder ejerce cuando algunos se atreven a desafiarlo.
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