Silvio Rodríguez: “Creo haber sido consecuente con el joven que fui”

Este 29 de noviembre, el cantautor cubano Silvio Rodríguez cumple 65 años. Reproducimos aquí una entrevista concedida a +Página 12 de Argentina con motivo

Este 29 de noviembre, el cantautor cubano Silvio Rodríguez cumple 65 años. Reproducimos aquí una entrevista concedida a +Página 12 de Argentina con motivo de su reciente gira por ese país. Habla sobre su trayectoria artística de 44 años, su visión de la política actual en la isla y su hacer, siempre consecuente con su arte y su postura revolucionaria.

Silvio siempre les ha tenido pánico a las luces y a las cámaras, y se alegra porque está cada vez más lejos de eso. Su perfil, disparado en flash hacia atrás, da para sospechar que no le gusta que el business lo invada. Que no le gustan las fotos, las “pasarelas musicales”, ni las cámaras de TV. Tampoco el halago fácil, efímero, cholulo. No lo dice, pero se le nota que esquiva aparecer y cuando lo hace, se agazapa. Trata de mimetizarse como un igual entre un resto ocasional, se cubre bajo su boina marrón, o defiende su intimidad con los sonidos de su guitarra. Prefiere recibir preguntas por mail y escribir.

Hay que conformarse, entonces, con un esfuerzo de realismo mágico –guiado por él, claro– para ponerse en situación: el trovador está en Siboney, el barrio de La Habana (muy cercano a su natal y boscoso San Antonio de los Baños) donde vive desde hace once años. Lo rodean árboles frutales y pájaros. Está levantado desde la seis de la mañana y acaba de llevar a su hija de ocho años a la escuela. Es temprano, no más de las ocho, y se impone leer noticias, revisar correos y abrir instintivamente su blog: el Zurrón del aprendiz. Tal vez esté proyectando hacer algo en +Ojalá, su estudio de grabación casero, mientras acaricia a sus dos perros (Lilith, una chow-chow negra y silenciosa, y Blue, un chihuahua “cordial y neurótico”) cuando en uno de esos correos abiertos al azar le caen 29 preguntas. “Uh… cuánto trabajo”, habrá pensado tal vez, pero se dispone a responder. Y lo hace detallada, puntillosa y respetuosamente con cada una. “¿A quién admiro además de Bach, Martí, César Vallejo y Lennon…? A muchos, claro: a Mario Benedetti, por su lucidez y coherencia. A Eduardo Galeano y a Juan Gelman, por lo mismo. A Pete Seeger, por la pena sincera en sus ojos cuando dice que América latina no ha progresado más por culpa de los gobiernos de su país. Admiro a Paco Ibáñez, a los que no se doblegan, a los que nos dan fuerzas para no cansarnos. A Martí, a Maceo, a Villena, a Fidel. Soy vulnerable y necesito de esa gente”, contesta, mientras Blue quizás esté esperando que desocupe otra vez su mano.

Hidalgo lo de Seeger. La primera vez que tocaron juntos fue en 1978, en Estados Unidos. Hubiese sido imposible que sucediera algo así aquí…

Claro. Después cantamos varias veces. En La Habana; en el pueblo en el que vive él, que queda cerca de Nueva York y se llama Poughkeepsie. También hicimos una gira por ciudades de Italia, en homenaje a Víctor Jara. El año pasado Pete estuvo en el segundo concierto que dimos en el Carnegie Hall. Por supuesto que se lo dediqué. Y no pude evitar acordarme de cuando hice lo mismo con Yupanqui, en el Gran Rex de Buenos Aires.

Habla de los ocho recitales que le permitieron dar en EE.UU. luego de 30 años sin poder hacerlo, porque le negaban la visa. ¿Cómo ha sido la experiencia?

Insólita. Empezando porque tuvimos muy mala promoción, pero todos los conciertos se llenaron. En el último, en Orlando, Florida, estaban los mismos rompedores de CD que se cebaron con Pablo Milanés. Conmigo estaban muy furiosos: en todas partes había cantado “El necio” y dedicado un tema a los cinco cubanos antiterroristas que están presos allá. En el concierto en Washington me dirigí al presidente Obama y le pedí que los liberara, y le prometí que el pueblo de Cuba se lo iba a agradecer. Cuando estaba diciendo aquello pensé: si los libera, en el próximo 1º de Mayo voy a tener que desfilar con un cartel que diga: “Gracias, Obama”. Pero el presidente norteamericano me evitó el trance.

¿Qué opina del presente político y cultural que se está viviendo en la Argentina?

La veo bastante polarizada; pero eso no sucede sólo en Argentina, es un fenómeno mundial. El mundo parece estar cruzando límites, como si estuviera empezando a ser otra cosa entre muchas angustias. Hay menos en qué creer. Hay mucha más información (no siempre cierta) y la imposibilidad de esconder lo feo, como se hacía antaño, matiza la percepción e invita al cinismo. Aun así, me parece que América latina está mucho mejor que el resto del mundo occidental.

 

Usted ha tratado de hacer algo frente a este contexto “que invita al cinismo”, como diputado en la Asamblea Nacional del Poder Popular. ¿Qué ha podido rescatar de la experiencia?

Mi experiencia como diputado fue hasta cierto punto simbólica. Fui elegido inmediatamente después de que se cayó el campo socialista, cuando nos quedamos sin comercio. Todo el mundo auguraba el derrumbe de Cuba y habría sido una cobardía no aceptar. Nunca he tenido vocación de político; dije que sí por patriotismo, por los días cruciales que pasábamos. Pienso que mis tres mejores momentos en la Asamblea fueron cuando propuse la enseñanza musical desde la escuela primaria. Después, cuando se votaba por un socialismo irreversible, planteé que el socialismo debía ser también perfectible. Por último, me despedí pidiendo que la cultura sistematizara un trabajo en las prisiones. Creo que fueron las tres cosas más positivas que pude hacer.

 

Ha defendido la palabra revolución en muchísimas canciones de su acervo. ¿Qué implica hoy, para usted, ese concepto en general, y aplicado a sus circunstancias cercanas, en particular?

Revolución no significa lo mismo en cada circunstancia. Mucho menos desde que los dueños de los medios lograron que algunas cosas se vieran al revés. No creo que el Muro de Berlín haya sido revolucionario. Pero defender la continuidad de la Revolución Cubana sí lo es. Y no hablo de la simpleza de defender a un gobierno. Hablo del hecho histórico de autodeterminación, del ejemplo moral que ha gravitado sobre el subjetivo latinoamericano.

¿Reivindica la Revolución Cubana como en las épocas de “Vamos a andar” o “Te doy una canción”?

Pretender una Revolución Cubana como la inicial creo que sería infantil y además no sería revolucionario. No defiendo el pasado, defiendo el derecho de los cubanos a ser como decidamos ser. Y creo que mientras el país más poderoso del mundo esté empeñado en imponernos su voluntad, no tendremos derecho y deber más importante que defendernos como nación.

¿De esto habla cuando habla de una democracia socialista sólida?

Hablo de una aspiración. Pienso en un socialismo sostenible. Quizás alguien piense que lo ideal sería que nos lo dieran todo, pero ¿de dónde sale lo que se recibe? La necesidad de la palabrita “sostenible” la hemos tenido que aprender los cubanos por haber practicado un socialismo generoso y a la vez paternal. Nos daban todo porque lo merecíamos y el Estado también asumía la mayoría de las decisiones. Me parece necesario que nos ganemos más los bienes y un derecho más amplio a decidir.

¿Se está haciendo hoy?

Los cambios económicos que Cuba está poniendo en práctica van a influir políticamente, porque afianzan sectores con intereses nuevos. De hecho, ya existen. Y si crecen, ganarán peso. Esto no debiera implicar riesgos para una realidad social justa, debiera complementarla. Los que nacen deben seguir teniendo los básicos derechos de salud, educación, trabajo y vejez digna. Incluso hay que mejorar y profundizar en todo eso. Las conquistas de la Revolución las quisiera intocables. Por mi parte, tengo derecho a no creer en las sociedades de consumo. Cada vez hay más población en el mundo y cada día el planeta da más signos de agotamiento. Debemos amar y cuidar el lugar al que pertenecemos, nuestra única casa. Es justo que las sociedades, las familias y las personas tengamos la oportunidad del progreso, pero también debemos comprometernos en que lo bueno alcance para todos. El egoísmo y la codicia no debieran ser trabas para la responsabilidad y la conciencia humanas.

Si tuviera que hacer una elipsis entre aquel Silvio que compuso sus primeras canciones, el de +Días y flores, y este Silvio “post” +Cita con ángeles, ¿qué permanencias y distancias encontraría?

Creo haber sido consecuente con el joven que fui. Creo que me encargué de asegurarlo cuando canté sobre los riesgos de envejecer. Abordé el tema varias veces durante el viaje en el Playa Girón. No me quise dejar escapatoria y me advertí de sillas tentadoras, de cansancios y otras oportunidades. Incluso cuando dije, en “Oda a mi generación”, “sigan exigiéndome cada vez más, hasta poder seguir o reventar”, sabía que nada ni nadie me pediría más que yo mismo. Claro que ahora hay un acumulado de vivencias, pero las distancias que pudiera notar de entonces a hoy son más por biología que por convicciones.

¿La más fuerte de esas vivencias fue la Trova…? En principio, abrió caminos…

Una de ellas, sí. La Nueva Trova empezó cuando coincidimos algunos muchachos que hacíamos canciones algo diferenciadas de lo tradicional. Eso fue por 1967 y en los primeros tiempos algunas instituciones de la cultura nos rechazaron. El tipo de canción que hacíamos despertaba suspicacias, eran textos y músicas inquietas, no complacientes. Quizá tuvimos antecedente en Teresita Fernández, una maestra de Las Villas que musicalizaba a Gabriela Mistral y que Bola de Nieve presentó en La Habana. O en Miriam Acevedo, una actriz que cantaba poemas de Virgilio Piñera en un club nocturno. El rechazo de algunos medios oficiales ayudó a que nos uniéramos y nos identificaran como corriente. Pero lo cierto es que los pioneros de la Nueva Trova teníamos procedencias y desarrollos diferentes.

¿Cuál es su relación actual con aquellos compañeros?

Nos vemos menos. Todos somos, más que “padres de familia”, abuelos. Alguno se nos ha ido, como Noel, hace seis años, o Miguel Escalona, hace más tiempo. Mantengo las mismas relaciones con Vicente Feliú, con Sara González, con Amaury Pérez y con Augusto Blanca. Con Eduardo Ramos y Lázaro García también, cuando los veo, y con otros músicos y escritores que entonces conformábamos una especie de núcleo generacional.

¿Qué tipo de resignificación pueden tener hoy aquellas canciones de batalla, que escribió en épocas de la trova, “Canción del elegido”, “La maza”, “Fusil contra fusil”, “Playa Girón”? ¿En qué aspectos se podrían considerar presentes y en cuáles, una rémora de otro tiempo?

Yo esperaba ver caducar mis canciones. Habría sido feliz con eso, porque los males que señalé estarían superados y las metas que soñé habrían sido superadas. Más bien me contraría que la realidad no deje que envejezcan. Ojalá mañana mismo dejaran de tener sentido.

Imposible dejar de asociarlo con Pablo. ¿Qué opina de su visión sobre el devenir de la Revolución? ¿Los ha distanciado?

Coincido en mucho de lo que ha expresado Pablo, y ya lo he dicho. No en todo, y tampoco lo articulo como él. En la forma siempre fuimos diferentes. Yo no hice loas ni de las chicas.

“Yo quiero rezar a fondo un hijonuestro”. Otra vez “El necio”…

Hay canciones que uno hace en determinado momento y no puede sospechar en qué se convertirán; canciones que superan a su autor, se apoderan de él y a veces lo zarandean. “El necio” podría ser un caso.

 

Extacto de Página 12

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