La poesía como sellado de grietas

“San Lucas, Ciudad Quesada 2011 y otros poemas”Adriano de San MartínPoesíaProducciones BBB2012De vez en cuando los poetas nos facilitan la tarea al separar sus

“San Lucas, Ciudad Quesada 2011 y otros poemas”

Adriano de San Martín

Poesía

Producciones BBB

2012

De vez en cuando los poetas nos facilitan la tarea al separar sus poemarios en secciones, sin embargo, este no es el caso de “San Lucas, Ciudad Quesada 2011 y otros poemas” de Adriano de San Martín. El artificio de aglomerar todos los poemas de forma seguida logra darle al libro un carácter de diálogo interno, donde el poeta, fuera de ser monolítico en su propuesta, se intrica a sí mismo e invita a seguir ese paso acelerado.

La isla “San Lucas” es una suerte de rito iniciativo para el lector, pues debe ubicarse justo en el medio de dos polos que se enfrentan violentamente: por un lado, están las naves y edificios abandonados, acompañados de fantasmas y muertes pasadas; pero allí mismo se gesta también una vitalidad feroz, en el apareo de las tortugas y los pochotes que crecen como guardianes. El terror que genera esa contradicción (bellamente condensada con la imagen el intervalo entre flor y cuchillo) es inevitable; tanto así que desencadena una serie de textos en los cuales el poeta hace un recorrido a su pasado y lo confronta con el ahora. Es así como la selva pasa de ser el patio de juegos de la infancia al lugar de la guerra y la crudeza (De repente otra vez la montaña, pero ahora cruzada por trazadoras, bombas de gasolina…guerrilleros caídos). Más aún, la migrante cierra los ojos para contemplar el rostro joven del esposo / que se amusga allá en el pueblo de la infancia y María continúa teniendo los veinte años descocados que exhibía.

En su intento de sellar esa grieta que se ha abierto entre el pasado y el presente, el poeta decide dialogar con el nicaragüense José Coronel Urtecho para traer a valor presente (entiéndase 2011) su “Ciudad Quesada”, enseñándole así las nuevas amenazas neoliberales de la minería y el narco. Y es precisamente en este punto donde aparece una primera solución: el diálogo con los poetas. De Oliverio Girondo se aprende que del centro no quiere saber nada, lo suyo es el costado y de Luis Rogelio Nogueras que un intervalo de incertidumbre de 80 años desaparece utilizando su célebre Eternoretornógrafo.

La poesía se concibe en este punto como el oficio de lo inmediato, es decir, como una forma de hacer que las cosas siempre estén en el presente, fuera de ese intersticio en el cual gobierna la ilusión del tiempo. Bajo esta consigna aparecen poemas como “Haikai”, “Antiadariana”, “Consigna”, “Enigma” y “Posmo”, donde los versos marcan su propia temporalidad. Ese furor por la inmediatez alcanza su punto máximo con el “Elogio a la marihuana”, donde el momento preciso en que se prende la hierba es ocasión para que se concilien los ángeles y los demonios, la guitarra eléctrica y el timbal. El trauma del parto del cual hablaba Freud y su consecuente complejo del Nirvana desaparecen con uno de los mejores logrados versos del libro: regreso al instante donde nacimiento y tránsito tejen el puente hacia otro cielo…

Adviértase que lo anterior se cierra con puntos suspensivos, lo cual hace sospechar que aún no se tiene la respuesta final (esto ya se presagiaba desde el poema “Latinoamericanidad” donde el poeta se confiesa en una espera hasta que sean legibles nuestros versos). Tras sellar la grieta entre el pasado personal y el presente personal, se abre una nueva entre el presente personal y el presente colectivo. En “Panajachel” hay un desencanto con la posmodernidad, en “Poema urgente para Honduras” la historia que viene y regresa / llevándose lo mejor de la esperanza aumenta la distancia entre las estructuras sociales y las del poder. Inclusive la poesía se ve apedreada por la egolatría filosófica de Hegel y, peor aún, manchada con el rockstarismo revolucionario de Ernesto Cardenal tocando las puertas de Estocolmo y machacando al poeta pulpero.

Un segundo momento de respuesta llega en boca de Max Jiménez, cuyo mayor atributo es el ser ¡Decidido!, así como de El Güegüense que se enfrenta con sus risas a un Cristo que se superpone. Ambas fuentes le sirven al poeta para reafirmar que lo que existe es el presente, pero esta vez como una toma de conciencia al margen de idealizaciones; más bien, su oficio consiste en la captura del presente contextualizado, con sus altos y bajos. Así como al inicio se mostró la Ciudad Quesada del 2011, se muestra el Barrio Amón donde conviven casas de la cultura y prostíbulos, estudiantes y travestis, afirmando: son también mi patrimonio.

“San Lucas, Ciudad Quesada 2011 y otros poemas” no es un poemario sobre el tiempo, sino sobre el poeta frente al tiempo. El oficio de la palabra, como bien acierta Adriano de San Martín, es del presente, pero de ello no se sigue una negación del fenómeno temporal. Recurrir al pasado es una operación válida en la medida que se haga para actualizarlo, es decir, para sellar la grieta que atrapa al sujeto en un tiempo ya ido y le impide participar de su tiempo existencial y de su entorno inmediato.

Curiosamente el poeta abre con la isla de San Lucas y cierra con “La isla que somos”, evidenciando cómo el oficio poético consiste en el tránsito desde un lugar ajeno hacia uno propio, desde el pasado a la brutal realidad de su presente.

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