En enero de este año el semanario francés Le Nouvel Observateur celebró sus 40 años de existencia con un número especial en el que daba cuenta de quiénes eran, a su parecer, los 25 pensadores no franceses más importantes del mundo. En esa lista figuraba García Canclini junto a los filósofos Agamben, Negri, Sloterdijk o Rorty. Sin embargo, García Canclini (La Plata, Argentina, 1939) ocupaba desde hacía tiempo uno de los lugares más sólidos en el mundo de los estudios culturales.
¿Quiénes son los diferentes, los desiguales y los desconectados?
A veces son los mismos. Ésa fue la principal motivación para trabajar juntos los tres términos y las teorías que los sostienen. Me llamaba mucho la atención que los especialistas en la cuestión indígena o en la de género ponían todo el acento en la diferencia y creían que a través de una afirmación de ella podían resolverse problemas de desigualdad o de incomunicación o desconexión. Por otro lado, el marxismo y otras teorías macrosociológicas han subordinado las diferencias a la desigualdad, como si en el hipotético caso de que se pudiera acabar con las clases o disminuir notoriamente las distancias y las desigualdades entre ellas se resolvieran los problemas de la diferencia. Sabemos que hay infinidad de ejemplos históricos, en los propios países que se llamaron socialistas, donde esto no operó así. Y finalmente el proceso más reciente es que en un mundo tan interconectado hay diferencias que se crean por el acceso desigual a las conexiones internacionales, y hay también nuevas desigualdades, que ya no proceden sólo de la desigual participación en los medios de producción, sino también del acceso a la información o al consumo. Pensar juntas estas tres condiciones de diferencia, desigualdad y desconexión me parece básico para avanzar en cualquier pensamiento y transformación de lo social.
¿Qué papel le atribuye a las nuevas tecnologías de la comunicación en la reestructuración cultural del mundo de hoy?
Evidentemente, no son idénticos los efectos de la aparición de la radio y la televisión que los del surgimiento del vídeo doméstico, ni, mucho menos, que la incidencia del teléfono celular, la informática u otras tecnologías aún más recientes. Pero sí podemos consignar algunas convergencias, como el haber propiciado un repliegue sobre lo privado, la posibilidad de satisfacer un mayor número de necesidades, de realizar trabajos, de comunicarse, obtener información y entretenimiento sin moverse de la casa. Entre mediados de la década de 1980 y de la de 1990, cuando se multiplicó la circulación de películas en vídeo, se produjo, aunque no sólo por eso, un notable decaimiento de las grandes salas de cine. Éste es un ejemplo de los desplazamientos de la esfera pública, de la vida de la calle, de la interacción cara a cara, a la reclusión en la casa, en espacios más seguros, lejos de una vida urbana que en muchas ciudades se ha vuelto insegura, complicada, hostil. Sin embargo, los efectos no son los mismos en todos los campos: en muchas sociedades las telecompras han fracasado o tienen un impacto muy leve. Más bien, la gente ha cambiado, en muchos casos, el comercio del barrio por los grandes centros comerciales, a los que convierten en una especie de plaza cerrada, en un lugar público y de paseo.
¿Y cómo intervienen esas nuevas tecnologías en la dialéctica entre lo local y lo global?
En primer lugar, han abierto el repertorio de ofertas. La globalización tecnológica nos ha dado una amplitud de canales de televisión, de periódicos, de simultaneidad de la información, entretenimientos y posibilidades de comunicación que no teníamos hace muy pocos años. Todos nos hemos globalizado, y todos, de algún modo, vemos los signos de la globalización. Podemos incorporarlos más o menos a nuestra vida, a veces nos llegan violentamente, como una imposición, pero están ahí, muy cerca. Lo que de ninguna manera significa que desaparezca lo local. Junto con esto hay una rehabilitación y un reavivamiento, incluso por parte de las nuevas generaciones, de expresiones culturales locales, como el flamenco en España y el tango en la Argentina.
¿Qué piensa de las teorías que sostienen la no localización nacional del poder y la quiebra del Estado en el mundo actual?
Sin duda ha habido una disminución radical de la capacidad de los Estados nacionales en la administración de las economías, y en algunos casos también en la gestión del poder militar y de otras áreas de la vida social. El caso de los países europeos es muy significativo, porque la integración en la UE es mucho más densa en cuanto al modo de organizar las sociedades nacionales. Pero aun en Europa vemos que las naciones no desaparecen ni las lenguas dejan de hablarse; muy al contrario, en muchos casos se reafirman. A veces se renuevan las identidades locales, pero no se suprimen. Pero hay, sí, identidades amenazadas, hay lenguas que están dejando de hablarse, y no podemos ser insensibles ante estos fenómenos, que habitualmente están asociados a la pobreza, al aislamiento.
¿Es el caso de algunas lenguas indígenas de México, por ejemplo?
Sí, pero es todavía peor en otros países latinoamericanos, donde el aislamiento y la penuria de los grupos indígenas, como ocurre en Argentina, es mayor. En cuanto a la no localización del poder, ha sido formulada y estudiada por muchos otros intelectuales antes de que Negri y Hardt escribieran Imperio. Por ejemplo, por Habermas. Sin embargo, respecto del poder la cuestión me parece más complicada. Hay una redistribución del poder, no cabe duda, y para mí la más radical se da entre lo público y lo privado. Los Estados han perdido capacidad de acción como lugares de concentración de las decisiones públicas. Ha habido un proceso de privatización de los servicios públicos, del trabajo, de muchos sectores de la economía, de la vida social, de la cultura, incluso de las fuerzas armadas. Me parece que esta transferencia de la capacidad de decisión a instancias que no sabemos muy bien dónde están, porque ni siquiera las grandes empresas transnacionales tienen sedes claras, provoca la disminución del interés por participar en política.