El Semanario “Al Vuelo”

  Laurencia Sáenz, profesora de filosofía en la UCR, ha publicado desde febrero pasado su columna semanal Al Vuelo, en La Nación, donde trabajaba como

 


 

Laurencia Sáenz, profesora de filosofía en la UCR, ha publicado desde febrero pasado su columna semanal Al Vuelo, en La Nación, donde trabajaba como asistente en la sección de opinión. En sus opiniones, ella destacó como una voz independiente, de rigurosa lógica y con enfoques originales y cuestionadores acerca de temas actuales.

Laurencia fue despedida de La Nación el pasado 26 de julio, al regresar de una licencia laboral tras haber cuidado a su padre −el crítico de teatro y música de ese periódico, Andrés Sáenz− durante su enfermedad terminal. Su computadora fue desactivada cuando intentaba despedirse de sus compañeros y tampoco se le permitió publicar su última columna que, sin embargo, usted puede leer hoy en este Semanario.

En UNIVERSIDAD trabajamos en un rediseño integral, que incluiría la introducción de columnas de opinión periódicas. El despido de Laurencia ocurrió justo cuando discutíamos estos cambios y decidimos adelantarnos un poco en ese proceso y pedirle a ella que continúe publicando su columna en este periódico. La llegada de Laurencia a las páginas del Semanario UNIVERSIDAD enriquece la pluralidad del debate público costarricense y significa una ganancia para todas las personas que desean leer periódicos cada vez más inteligentes.

La Dirección.


 

Era un jueves por la noche y, como me sucede a menudo, no encontraba tema para esta columna.

– ¿Sobre qué escribo, papi?

– No sé… ¿sobre la eutanasia? Me respondió, con la voz entrecortada por la disnea. Desde hacía unos meses, los síntomas de la enfermedad pulmonar que le estaba truncando la vida se habían agravado considerablemente.

“Lástima que sobre la muerte haya tantos prejuicios”, me dijo otra noche. “Todos los prejuicios son tontos, pero quizá los más absurdos son los que le impiden a la gente tener una muerte digna”. La manera en que morimos, ¿no debería ser en efecto parte de nuestra libertad vital?

‘Cada quien es libre de vivir su vida’. La frase expresa una verdad comúnmente aceptada; la enunciamos sin meditarla mucho, pensando quizá en asuntos más o menos banales, como escoger una profesión, una pareja; decidir si casarse o no, tener hijos o no tenerlos, preferir el té al café, la novela negra a la ciencia ficción… Sin embargo, si una vida libre es poder elegir cómo vivirla, ¿no debería consistir también en decidir cómo morirla?

Sobre el tema de la eutanasia existen distinciones conceptuales (eutanasia pasiva o activa; directa o indirecta; voluntaria o involuntaria) y distintas posturas filosóficas cuya complejidad no podemos restituir en este espacio. Quisiera sólo reflexionar aquí sobre lo que significa vivir –vasto problema que tampoco se puede pretender tratar en una columna, me objetarán con razón.

¿Podemos vivir sin darle significado a lo que hacemos? Si no podemos dar una respuesta afirmativa a esta pregunta, ¿no debemos concluir que se aprecia más la vida si decidimos que no merece la pena vivirla cuando esta pierde su significado para quien la encarna? ¿No tiene más valor la vida cuando se puede decidir sobre la muerte, que cuando la dejamos reducirse al mantenimiento de las funciones vitales del cuerpo, como un simple mecanismo que solo nos queda padecer?

Unas semanas antes de morir, mi padre me expresó con lucidez que el poder elegir la forma de dejar la vida debería formar parte de nuestro modo de vivir. Que vivir, es también saber cómo y cuándo dejar de hacerlo. Él hubiese querido tener la posibilidad de una eutanasia.

Como con otros temas que la religión, durante mucho tiempo, ha tratado como anatemas, en Costa Rica no hemos comenzado a debatir verdaderamente sobre este problema. Si aceptamos que la libertad individual supone respetar las opciones de vida de cada quien, ¿no deberíamos comenzar a considerar el derecho a una muerte digna como parte de esa libertad?

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