.El reino Fungi agrupa un universo en la Tierra, aún poco explorado, de organismos eucariontes, seres constituidos por células con núcleo verdadero, que forman organismos unicelulares o pluricelulares.
Es interesante que los hongos, junto con las plantas y los animales, compartan ciertas estructuras e información genética muy especificas, que se encuentran en el núcleo de forma estrictamente organizada en cromosomas, los que intervienen en la división celular.
Los hongos tienen la particularidad de que las paredes de sus células están compuestas por quitina, mientras que las de las células vegetales contienen celulosa, lo que hace que plantas y hongos se clasifiquen por aparte (Mata et al, 2003).
Según su ecología, los hongos se agrupan en cuatro grandes grupos: saprófitos, líquenes, micorrizas y parásitos; se calcula que hay más de un millón de especies (Nabors, 2006).
Los saprófitos son los hongos que obtienen su alimento de residuos provenientes de organismos en descomposición; son los grandes recicladores en la naturaleza.
Los líquenes, asociaciones entre un alga y un hongo, viven en simbiosis casual o permanente; pueden producir cambios en la morfología habitual de cada individuo, al crear tejidos falsos o talos alrededor de la raíz. La capacidad de resistir condiciones extremas y la adaptación al clima la da el hongo, mientras que el alga aporta la fotosíntesis. Este grupo puede considerarse como el colonizador, pues fue a partir de él que se extendieron las plantas en la Tierra.
Las micorrizas son otro tipo de relación mutualista entre una planta y un hongo, donde uno de los organismos fotosintetiza y el otro no. El hongo aporta agua, minerales y nutrientes, y la planta provee hidratos de carbono y vitaminas. Esta es la única forma que tienen las micorrizas de obtenerlos, ya que los hongos no realizan la fotosíntesis.
Finalmente, están los parásitos que presentan una asociación en donde el hongo depende de un hospedero, al que daña; este grupo se considera como el de los grandes depredadores (Nabors, 2006).
Las enfermedades causadas por hongos son las que mayor daño causan a la agricultura mundial. La Phytophthora infestans, causante del “tizón tardío” en la papa, causó hambrunas en Irlanda entre 1845 y 1849 y en Escocia, de 1846 a 1857. El Fusarium graminearum daña los cereales como maíz, cebada y trigo; las pérdidas en EE.UU. por su causa, en la década de los años 90 se estimaron en $300.000 millones. La roya del café, Hemileia vastratix, causó en Centroamérica, solo en el 2013, pérdidas de $600 millones (Oda, 2013). Esto para mencionar solo tres hongos, dentro de los más de 8000 fitopatógenos que existen y producen micotoxinas, las que, a su vez, enferman a los animales y contaminan los alimentos. Pueden causar también, en los humanos, enfermedades hepáticas y renales.
Los hongos no siempre son dañinos, se emplean como alimento, en medicina forense, control biológico de plagas y producción de enzimas. Sin embargo, podrían utilizarse para realizar una guerra biológica.
Actualmente, cada vez toma mayor importancia el uso de los macrohongos, como parte de la solución a la seguridad alimentaria de comunidades urbanas, dado el contenido proteico que tienen como alimento para los seres humanos. En el mundo se recolectan 1069 especies distintas de hongos comestibles. Éstos constituyen un importante producto forestal no maderero, esencial para la supervivencia de muchas comunidades rurales (FAO, 2004).
Su proliferación radica en la gran capacidad que tiene para adaptarse, sin duda una gran ventaja evolutiva, que les permite a estos organismos vivir casi en cualquier condición o diversidad de hábitats, lo que los hace ineludibles y eficientes
