A la vuelta del codo

El tiempo que fue sigue latiendo, vivo, dentro del tiempo que es, aunque el tiempo que es no lo quiera o no lo sepa.

El tiempo que fue sigue latiendo, vivo, dentro del tiempo que es, aunque el tiempo que es no lo quiera o no lo sepa. Eduardo Galeano

Una vez más el jueves y la noche fueron cómplices para hacerme viajar de nuevos a esos lugares de dónde venimos, mientras dormimos y nos invitan a despertar; en esa sala de cine la memoria volvió a ser la flor de la palabra, un testimonio y la voluntad de vida de  ellos y ellas, que ante la guerra contra el olvido, lograron vivir para ser; es así que desperté con la pregunta ¿para qué recordar?

La memoria no vive en los monumentos, ni desfiles; ella vive fugitiva en los recuerdos y la palabra de los hijos, hijas, padres, madres, abuelos, abuelas, el vecino que vio o la vecina que escuchó. Ella escapa de consignas, le aburren los discursos, prefiere florecer en las conversaciones de los amigos y amigas, viaja ligera de reconocimientos oficiales y se recrea en los abrazos de los nietos que aprenden a balbucear esos nombres, lugares que retoñan en sus ojos y recuerdos.

El olvido, a diferencia de la memoria, ocupa grandes monumentos, consignas, desfiles, necesita además humillar, enaltecer, procura para sí compromisos de silencio, exige perdón y cuenta nueva, sin ofrecerlo para otros, y cada año no puede faltar la fecha que conmemora y enorgullece los suyos.

Ese artificio del cine nos regaló una pequeña joya llamada el Codo del Diablo; lejos de encadenar la memoria a revanchismos o heridas sangrantes, celebró los recuerdos de aquellos y aquellas que vivieron, les contaron o vieron de lejos ese algo, que a través de sus vidas y recuerdos se negó a morir.

La guerra contra el olvido es una lucha por la humanidad, por su dignidad y vida, lejos del odio y cercana al amor, esos sentimientos que nacieron de esa red de hechos, pensamientos y acciones que nos formaron y permitieron después de muchas complicidades llegar ahí, a la par tuya, a la par mía.

Ni la memoria, ni la libertad serán el altar para sacrificar la justicia y la verdad; más bien son ellas juntas que recorren la humanidad pariendo en los recuerdos, las esperanzas y sueños de los seres humanos, esos deseos e ideales por una justicia y verdad humanas,  desterradas del hediondo panteón de la historia oficial.

Un último agradecimiento a esas y esos vencedores de esta guerra contra el olvido, a esos hijos, hijas, nietos, nietas, esposas, de aquellos hombres que a su modo y manera en aquella década parieron la justicia y la verdad, a los hermanos Jara Vargas, porque gracias a su curiosidad crítica y creativa nos regalaron un tributo donde floreó la libertad y la memoria.

Entonces  un jueves por la noche desperté y recordé que recordar es luchar, que voy sentado en hombros de gigantes, que con sus sueños parieron la verdad y la justicia, que su ejemplo no fallece, ni tiene fecha de caducidad, y donde sólo la memoria y la libertad parirán la última palabra en esta nuestra historia humana, demasiado humana.

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