El eclipse de la conciencia moral

En la ética suele mencionarse la situación posible en que la conciencia moral prácticamente no se da; y no se da por varias razones:

En la ética suele mencionarse la situación posible en que la conciencia moral prácticamente no se da; y no se da por varias razones: por falta de una efectiva y cabal educación (formación humana), por alteración estricta de la sensibilidad propiamente humana. Esa situación o estado es la conciencia de intención nula o de conocimiento ignorante.

Una sociedad, en su totalidad o en parte, puede carecer de esa formación, y eso es dramático. En un caso la causa puede ser el descuido, negligencia u omisión, generalizados de las instituciones educativas o religiosas de la sociedad; en otros casos, la mínima sensibilidad moral puede estar disminuida o abolida por falta de ejemplos, por despecho y oportunismos, por viciosos procederes de los cuales aparentemente se obtiene provecho. El mínimo de humanidad para respetar, apreciar, valorar a los demás y a sí mismo.

Siempre es una tentación que esa conciencia moral alterada, aparezca por aquí o por allá, hoy o mañana.

La pregunta que se deben hacer los líderes de la sociedad es si ellos facilitan o entorpecen el desarrollo de esa distorsión de la conciencia moral. Los políticos, los deportistas, los artistas, las modelos, los ricos, guapas, guapos y famosos de la farándula, los docentes todos, deberían dar verdaderas y claras pautas para sembrar y cimentar el desarrollo de la justicia, del ejercicio de la libertad y la responsabilidad personales y colectivas, de la honestidad, de la integridad y de la superación personal corporal y espiritual. La búsqueda de una plenitud moral cada vez más progresiva, no puede ser excusable ni prorrogable sin infligir ello graves lesiones morales personales y colectivas. Es un deber de todo ser humano perfeccionar su conciencia y desarrollar cada vez más una sólida y activa personalidad moral. Repetimos, no se puede renunciar a ello sin cometer dolor y daño a sí mismo y a los demás, sea uno quien sea, el místico más afamado, el indigente más miserable, el trabajador más afanoso o el haragán más desaforado o el político promedio o el más excepcional o el más connotado o el aspirantillo a político más insignificante.

El deber de perfeccionamiento auténticamente moral es una tarea que corresponde a todos, independientemente de quién sea cada quien.

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