Andrés Serbin, académico venezolano: La sociedad civil tiene que recuperar su protagonismo

Un defensor del papel “sociedad civil” en los procesos políticos de la región, autor de diversos libros y artículos sobre integración regional, Andrés Serbin

Un defensor del papel “sociedad civil” en los procesos políticos de la región, autor de diversos libros y artículos sobre integración regional, Andrés Serbin es el presidente ejecutivo de la CRIES0 (Coordinadora Regional de Investigaciones Económicas y Sociales).

Serbin impartió una conferencia sobre los procesos de integración regional en América Latina y el Caribe, como parte de los actos conmemorativos del aniversario de la Universidad de Costa Rica, la semana pasada, y conversó con “UNIVERSIDAD” sobre algunos aspectos de la realidad regional.

No será fácil, ante un eventual triunfo de la oposición, deshacer las transformaciones impulsadas por el gobierno de Hugo Chávez, afirmó, pero critica lo que considera una falta de capacidad de gestión y el desmantelamiento de la institucionalidad en ese país.

 

Su último libro es Chávez, Venezuela y la reconfiguración política de América Latina y el Caribe”. Ese texto –se dice ahí– “se centra principalmente en la relación desplegada por Chávez con la región”. Empecemos por Venezuela: ¿qué balance se puede hacer después de una década de transformaciones políticas en ese país?

– En lo externo el balance es positivo. Ha contribuido, junto con otros actores, a incluir en la agenda regional lo social, vinculado a una reactivación de las concepciones del desarrollo, que tienen que ver con un rol protagónico del Estado, a diferencia de las concepciones neoliberales vigentes en los últimos años.

Pero, desde otro punto de vista, empieza a complicarse. La Alianza Bolivariana para las Américas (ALBA), proyecto promovido por Chávez, abarca mucho más que América del Sur y depende del apoyo financiero del Gobierno venezolano. Como modelo es interesante, pero su sostenibilidad está condicionada por la capacidad de los países para darle continuidad.

Plantea, como núcleo duro, la Unión de Naciones Suramericanas (UNasur), pero Brasil dice que será el Mercado Común del Sur (mercosur). Y hay muchas preguntas. Por ejemplo, Cuba, que está en un proceso de actualización de su economía, de aquí a cinco años podría estar explotando sus yacimientos de petróleo en el golfo de México y transformarse en exportador de petróleo en la región. En ese caso, ¿va a seguir en misma posición respecto del ALBA?

Hay otras preguntas relacionadas con los demás socios. Bolivia tiene su situación complicada en el plano político, con sectores de la misma base de Evo cuestionándolo; Ecuador ha tomado una cierta distancia de la posición venezolana; y el único aliado firme que le queda es Nicaragua.

Por otro lado, la “diplomacia de los pueblos” y el financiamiento de los movimientos sociales, que muchas veces son críticos de sus gobiernos, también abren muchas interrogantes. Hay incluso Gobiernos de izquierda que cuestionan ese financiamiento. El panorama es complejo y a veces surgen conflictos entre la aspiración de Chávez y los intereses nacionales de los países del ALBA.

En la parte interna, el proceso empezó con buen pie, por el apoyo popular y la inversión de gran parte de los ingresos petroleros en programas sociales.

Pero la gestión es un fracaso y la desinstitucionalización del país por parte del chavismo ha hecho mucho daño al país.

La construcción del Socialismo siglo XXI choca con la falta de capacidad en gestión y falta de institucionalización e integración orgánica de un movimiento revolucionario que no dependa de un solo hombre.

¿Todo esto, es algo consolidado o un cambio electoral podría deshacer sin mucha dificultad las estructuras políticas del gobierno de Chávez?

– La política exterior de Chávez, más allá del contexto ideológico y personalista, responde a una posición histórica de Venezuela, solo que magnificada y llevada a su extremo por personalidad de Chávez.

En términos de instituciones, un cambio de Gobierno implicaría un cambio en el proceso de debilitamiento institucional del que ya hablamos. Pero, de todas maneras, la posibilidad de desmantelar todo lo que Chávez armó no va a ser fácil para ninguna oposición; ni en lo interno, ni en lo externo.

La oposición ha buscado la unidad. Junto a los resabios de los viejos partidos tradicionales, que siguen siendo fuertes, ha surgido un nuevo liderazgo, más joven, que propone hacer un “bypass” por la izquierda: hay que llevar más allá lo que Chávez ha propuesto, pero hacerlo bien y hacerlo con la gente.

Usted habla del “discurso polarizador y altamente ideologizado de Chávez”, que confronta a Estados Unidos y propone una nueva estrategia de unidad latinoamericana y caribeña. ¿Esas propuestas –ALBA, MERCOSUR, UNASUR…–, en su opinión, tienen suficiente sustento regional o son iniciativas que podrían revertirse con un cambio de tendencias políticas en la región?

– Tienen sustento regional. El proceso de regionalismo incluye gobiernos progresistas y de centro-derecha, y busca articular una respuesta a la globalización.

El mejor ejemplo de ese esfuerzo es el Consejo de Economía y Finanzas de UNASUR, que se acaba de crear en Buenos Aires. Al principio todo se articulaba en torno al Consejo de Defensa sudamericano, que resolvió tres conflictos en los últimos dos años. Pero ahora se habla de economía y finanzas. Lo cierto es que la región está mucho mejor reparada para enfrentar esta crisis; no nos olvidemos de eso.

Pero es importante tener en cuenta cuales son las debilidades de orden institucional que presentan las nuevas propuestas de integración. La particularidad del multilateralismo latinoamericano es que es presidencialista, genera organismos gubernamentales. Hay poca participación de actores no estatales, a diferencia de lo que pasaba en la década de los 90, y las instituciones que se generan son muy débiles.

Pero la prueba de fuego será este Consejo de Economía y Finanzas. Todas esas ideas de crear un Banco del Sur, una moneda común y la activación de un modelo productivo están planteadas, pero hay que ver si pueden darle un anclaje institucional. A nosotros siempre nos han presentado otros modelos como ejemplo, como el europeo, pero todo esto ahora hace agua, aunque no sé si seremos capaces de construir otro, distinto.

En sus textos hay una preocupación particular por el tema de la globalización. ¿Cuáles son las características de ese proceso, qué vale la pena destacar ahora?

– Creo que la globalización hay que verla de forma matizada. Hay una globalización económica neoliberal, con efectos perversos, y una globalización de derechos humanos y nuevos derechos que responden a posición más emancipadora.

Yo creo que el problema es que nos han acostumbrado algunos dirigentes políticos a pensar la globalización como globalización económica del capital. Pero la globalización ha implicado también la de los derechos humanos, de normas internacionales que responden a un criterio humanitario, a la reafirmación del derecho internacional. La globalización de los derechos humanos ha sido fundamental para traer la democracia a América Latina.

Pero ahora ya no es solamente la cuestión de los derechos económicos, hay una serie de otros derechos que la ciudadanía demanda, que es efecto de esa globalización, como la existencia de una democracia global, que va más allá de las fronteras.

Otro tema recurrente en su obra es el papel de la sociedad civil, entre otras cosas, en el mantenimiento de la paz. ¿Usted esperaba que surgieran nuevas formas de manifestación, como las que hemos visto en Madrid (pero también en el Reino Unido o en Grecia)?

– Creo que sí, por una razón: después de la década de los 90, el espacio que los movimientos sociales habían adquirido en los foros internacionales se fue retrayendo. Hubo un alto nivel de decepción, de desencanto con las posibilidades de generar una gobernanza global con esos movimientos. Esto coincidió con una creciente exclusión social.

No quiero decir que estos movimientos sean una fuerza sostenible, pero sacude los cimientos de la sociedad para preguntar hasta cuándo la ciudadanía va a seguir siendo excluida del esfuerzo para mantener la paz, para evitar que se sigan agudizando los desequilibrios sociales.

La sociedad civil ha pasado a un segundo plano y tiene que recuperar alguna suerte de protagonismo. Tenemos que trabajar conjuntamente con los Gobiernos, pero también que los Gobiernos nos dejen trabajar.

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