Palabritas

Palabritas tiene una barbita muy bonita, le va bien. El chiquito se la deja crecida pero cuidada, un look que le hace ver bohemio

Palabritas tiene una barbita muy bonita, le va bien. El chiquito se la deja crecida pero cuidada, un look que le hace ver bohemio y relajado, pero no por ello menos serio.

Palabritas sabe tocar el piano con maestría (le llaman “Maestro”), y cuando se le olvida esta singular característica, tiene la suerte de contar con asistentes, fans y periodistas que a diario se lo recuerdan. En un mundo de ciegos, él es emperador, porque ni tuerto es.

Palabritas pertenece a esa especie (todavía no en peligro de extinción) de autoproclamados non plus ultra culturales de un país que se las tira de muy culto. Palabritas es un intelectual. Se pasea por los cafés parisinos; con modales bebe su taza y piensa en las sonata “# 15 en Re mayor, Opus 28” que a su regreso tendrá el menester de interpretar en algún teatro capitalino y ante una muchedumbre que –permitiéndome parafrasear a Helio Gallardo- poco o nada entienden de soprano y contraltos; de falsetto, de Mendelsonn ni mucho menos de Sartre, pero que quiere estar cerca de un culto famoso, tocarlo si es posible y llevarse foto con autógrafo.

 

Palabritas es un campeón olímpico en el oficio de sacarse adjetivos bajo la manga en virtud de adornar frases y párrafos. Durante años ha alternado varios temas: del amor, el romance; de la reivindicación de la política nacional ahora “lúcida”; de los “sofistas de cafetín” y otras realidades de un país al que visita cuando hay que dar recitales, entrevistas y charlas en el vestíbulo de alguna librería patrocinadora. También ha pasado de escribir sobre las piernas de una mujer, a escribir sobre las “Nalguitas” de otra (Proa, 18/03/2011) y así dar cátedra sobre fenomenología de las caderas, orientalismo auténtico vs. orientalismo kitsch y cómo competir (en igualdad de condiciones) entre aspirantes a deidades paganas.

Palabritas contaba ya con el desprecio de varias personas algo cultas. Sin quererlo se ha involucrado en tristes polémicas que han hecho que su café le sepa un poco más amargo y su piano suene algo desafinado.

Pero esta vez, Palabritas cometió un craso error: escribió sobre Nalguitas, se metió con Nalguitas.

Sí, se metió con Nalguitas y no ha parado de lamentarlo, porque desató una ola de respuestas variadas y llenas de acotaciones que a él tanto le disgustan (le frustra no tener un némesis con el equivalente de atestados académicos para discutir).

Palabritas cometió el error de hablar sobre Nalguitas, quien es una cantante pop que además realiza (mal que le pese) más trabajo humanitario que el que Palabritas realiza desde la UNESCO.

Palabritas escribió ese infame articulito que pone en evidencia el hecho de que pasó más tiempo fijándose en esas nalguitas que “se menean retrasadas con respecto a los bandazos de las caderas” (sic) que lo que duró pensando los adjetivos que iba a agregar para presumir que conoce la estética de Hegel.

Palabritas comparó a Nalguitas con Simone de Beauvoir, en un fallido intento de dotar a la segunda de mayor importancia, y de paso, darle una mano a las feministas, las cuales le devolvieron la mano y hasta un dedo de más, recordándole que no necesitan de su padrinazgo. La comunidad homosexual tampoco le agradeció mucho la muy respetuosa referencia a otro filósofo de las caderas.

Palabritas no pega una: antes un 50 % del pueblo culto lo despreciaba y ahora el otro 50% también lo desprecia, porque se atrevió a insultar a su nueva abeja reina: Nalguitas.

Palabritas está deprimido. Se lamenta de la pobreza cultural del país que le toca representar en Francia. Me da pena ajena.

A mí me cae bien Palabritas, quiero ayudarlo en su problema de relaciones públicas con esa gentuza del tercer mundo. Quiero hablarle, decirle que no hay por qué estar deprimido, que sólo necesita modificar algunos modos de aproximación al status quaestionis y será amado y venerado, justo como él lo merece.

¡Palabritas, si me estás escuchando, quiero que sepas que estoy de tu lado, que entiendo tu sentir! Es más, sirva la presente para el primer consejo: para tu próximo recital, cambia tu repertorio. Sé versátil. ¿Qué tal si nos deleitas con una interpretación de 4′33″ de John Cage? Sé que entra en conflicto con tus principios morales y artísticos, pero míralo como un desafío. Incluso puedes presentar un formato similar en tus artículos o tus ponencias ante la UNESCO. Nadie te lo reclamará. Te lo aseguro.

¡¡Ánimo, Maestro!!  Que la peor lucha es la que no se hace.

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