Servicio al cliente…

Ya no. (Antes, un cliente, al elegir un negocio, le ayudaba a éste a crecer, a mantenerse, y el negocio correspondía sirviéndole al cliente).“¿En

“¡Tas! ¡Tas! ¡Tas!”… Camino con entusiasmo; un paso más hacia adelante, “¡Tas!”, entro y, “¿en qué le ayudo?”: ¡El clásico recibimiento en gran cantidad de comercios e instituciones de servicios! La premisa: ayudar al cliente; no se trata de servirle.

Ya no. (Antes, un cliente, al elegir un negocio, le ayudaba a éste a crecer, a mantenerse, y el negocio correspondía sirviéndole al cliente).

“¿En qué le ayudo, mi amigo?”: ¡Recibimiento completo! Uno ya no es un señor, ¡o todo un caballero! Ya no. “Qué va, mi amigo, estamos taco a taco, yo no soy su empleado ni mucho menos”, le susurra a lo interno una vocecilla, al dependiente de turno, para que éste se sienta displicentemente a gusto ante uno: simple comprador necesitado.

Es triste vivir en carne propia y ajena o vergüenza ajena da la clase de servicio al cliente que se practica en nuestro país.
Por estas cosas de nuestra idiosincrasia, uno, a la vez, como cliente, no ordena, para que el dependiente ni se inquiete ni se ofenda. Uno no ordena, por ejemplo: “¡Un café, por favor!” Dios guarde una orden directa.

Mejor: “¿Me regala un cafecito?” O, “¿me regala la cuenta?”. (¡Ojalá!) Y entre dientes o en vos baja es preferible. “Porque a veces no es lo que se dice sino cómo se dice o se pide”, podría agregar el que atiende. Y ante la posibilidad de un  estreno: “¿Y qué te parece este pantalón ¡anaranjado!, en lugar del beige que andás buscando?” ¡De tú a tú, es la cosa! Con un sentido de la orientación o del buen gusto queee…  ¡Y ya uno no es usted, en estos casos! Uno es vos. Y vos es tu.

Por más kilométrica que sea la distancia en años entre el ayudador de turno y uno. Y antes de que uno se retire con la mercadería en una bolsa y el entusiasmo en otra, ¡uno es el que debe dar las gracias al dejar la plata en la caja y al retirar el paquete o la bolsa! Sino, los dependientes entre ellos dirán:”¡maes, qué malacrianza le de ése, maes!”
Y en cuanto al carro y el taller: una vez por semana se debe visitar el taller, porque aunque uno lo saque de ahí repanchingado al volante debe regresar empujando… o en plataforma el carro, una vez por semana.

“¿Pero de qué se preocupa, amigo, si el trabajo tiene garantía?”, le exclaman entre ademanes a uno. ¡Por favor!, si uno espera no tener que echar mano a la garantía y olvidarla. Aunque si no hay más remedio que usarla, lo esperado es que sea una vez, nada más, y no tener que sacar la garantía ¡a lucir y relucir!

En un banco: Un cajero cuenta manualmente los billetes -10- que le va a entregar a uno. (Después de que uno ha hecho maromas, musarañas o muecas haciendo fila). Ya contados los billetes… los coloca en una contadora automática de billetes, marca Acme seguro y, recontados al cabo, no al fin: se queda uno con la mano en el aire, desocupada y meditabunda, pues el cajero de marras, ¡decide contarlos de nuevo manualmente! Esta vez, colocándolos uno sobre otro, sobre su mostrador y (sea privado o sea público el banco)… ¡por fin!, ¡diez billetes!, ¡ni uno más! Pero, ¿adivinen qué? ¡Correcto!, uno los va recibiendo de uno en uno en la mano mientras se escucha en el aire: “uno, dos, thres, cuathro”…

Ya de noche, en el cine… al hacer fila para comprar el boleto todo se mueve tan lento que: ¡un dèja-vu experimenta uno! Y uno se pregunta: “¿estoy en el cine o no logré salir de aquel banco?”  

Este es un repaso, como crítica constructiva, sobre el servicio al cliente en estos días.

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