Avatar

“Veo que la posible destrucción y la posible salvación de los seres humanos proviene de la tecnología.“De cómo la dominemos e impidamos que nos

Veo que la posible destrucción y la posible salvación de los seres humanos proviene de la tecnología.

“De cómo la dominemos e impidamos que nos domine.”                                  

James Cameron, realizador

En el hinduismo, un avatar es la encarnación de un dios, en particular Vishnú (se dice que Krishná es el octavo avatar de Vishnú). En sánscrito avat?ra significa ‘el que desciende’. También se utiliza para referirse a maestros de otras religiones, como Cristo. Este término empezó a ser usado en un sentido iconográfico por los diseñadores de juegos de rol, tales como Hábitat y Shadowrun en los 80 (antes de la novela cyberpunk Snowcrash de 1992).

Título adecuado para el último filme del  brillante realizador canadiense James Cameron, el que pareciera va a superar a Titanic, de él mismo, como el más taquillero de la historia. Esto, lo “hype” (el signo, la marca), es lo que ha destacado casi toda la prensa de nuestra sociedad, cuyo verdadero Dios, como sabemos, es el dinero.
Ese éxito ha atizado la polémica, en la que conviene interceder con tres distinciones. Primero, “Avatar” sí es un portento de tecnología para la comunicación audiovisual, lo que per se, no es malo. Hay que verla en 3D porque es un espectáculo de creación estética expresionista inolvidable. Graduado en física, James hizo de camionero para financiarse su entrada a Hollywood; él es un verdadero autor, de un talento excepcional con una voluntad de hierro, que ha combinado como pocos un cine de entretenimiento que conmueve a grandes públicos -con concesiones al gusto superficial, claro- pero con bastantes ideas como para estimular al intelectual. Sus áreas de interés son evidentes y su trabajo ha sido coherente, con los dos primeros Terminator, su Alien, El abismo e incluso Titanic bajo el velo del melodrama (que en las otras pesa el horror). No es la lucha de la naturaleza frente a la cultura, como en el sublime J. Boorman, sino una versión moderna de Frankestein, con el ser humano enfrentado a sus extensiones, las máquinas, como en el clásico de S. Kubrick, 2001.
Segundo, es excesiva la acusación de racismo que algunos le profieren, quizá para aprovechar la excepcional  cima del filme. O mejor dicho, el autocentrismo permea todas las culturas. Él y la producción son norteamericanas y por ende el héroe también lo es, como casi siempre. Por ejemplo, Jesús de Nazareth no es chino, negro ni piel roja, pero no necesariamente el cristianismo es racista, aunque ciertamente lo es el bíblico “pueblo elegido”. Es más, la batalla final de “Avatar” la gana la sublevación de todo el planeta ¿qué más revolucionario que eso?
Subrayo, en cambio, que como en toda su obra, destacan personajes femeninos fuertes (aquí, la princesa y la científica). Asimismo, los masculinos dominantes, que son estereotipos de las corporaciones y el militarismo, son pintados como caricaturas desagradables. Lo lamentable es el pésimo protagonista, Sam Worthington, tan inexpresivo  que provoca tanto frialdad emotiva como inverosimilitud. Que fuese minusválido es un acierto, lo que subraya la diversidad. Que la relación erótica casi no lo sea, en cambio, es una concesión al puritanismo.
Así que si bien el chico de la película es un marine, éste traiciona sus orígenes y se identifica y lucha junto a los nativos del planeta Pandora, los que obviamente representan cuanto pueblo oprimido por el avance corporativo y militar sufre La Tierra (además de que lo que nos muestra pronto puede ser realidad; como con la conquista de América). De modo que este virtual Bartolomé de las Casas sí me simpatiza.
 Pero lo principal, que ya provocó reacciones negativas del Vaticano, es su visión panteísta, de una espiritualidad (L. Boff) ajena a los dominios religiosos, de una armonía de lo existente (o creado -en sentido aristotélico, podríamos concederlo-), donde desaparecen iglesias y sacerdotes explotadores y es literalmente en las raíces de la Madre Tierra donde la trama de la vida se encuentra y nutre.
Nada atrae más a los espectadores que las obras que construyen mundos completos (mitos) a los que viajar, y, ojalá, cotejar con el nuestro. A mí gustó Pandora y su previsible triunfo, pese a la simpleza del relato y los diálogos y al alargue de las peleas, por demás muy bien filmadas. 

 

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