Matrix Revoluciones

Recuerdo una noche fría y fantasmal en el Cine Variedades, cuando salí sacudido por «Matrix», un filme delirante y explosivo que me pareció maravilloso

Recuerdo una noche fría y fantasmal en el Cine Variedades, cuando salí sacudido por «Matrix», un filme delirante y explosivo que me pareció maravilloso y me hizo dudar de lo esencial. La primera en la trilogía de los hermanos Wachowski me puso a temblar. Un despliegue magnífico de recursos audiovisuales nos llevó a las fronteras de la identidad, donde las herramientas de la filosofía y la religión tantean respuestas que nunca acaban de resolverse. ¿Quiénes somos, de dónde venimos y hacia donde vamos? La perenne búsqueda de sentido, nuestra vocación teleológica, la desnudez y soledad de la conciencia, todo esto gravitaba en una telaraña de relatos donde lo vital y lo mecánico, lo inmanente y lo trascendente, jugaban a las escondidas, y la definición de lo real se hacía más incierta que nunca.

Ya no, como en la popular obra de Alfred Hitchcock, un mundo cotidiano que repentinamente se vuelve otro, lleno de azares y peligros. De gente corriente lanzada a aventuras excepcionales.

Ni tampoco los imaginativos pero bien organizados y tranquilizantes mundos del futuro/pasado en las sagas de viajes a las estrellas o guerras de las galaxias, donde las estructuras mentales coinciden con las planetarias.

Mas bien, el horror al vacío, la mente que se descubre inútil, el ser que se sospecha manipulado y prescindible.

Vino «Matrix recargado», y a la salida me preguntaba, qué pasó? Entre lo banal y lo malograda, esta pieza intermedia no me provocó mayores ideas ni pasiones, apenas algunas sugerencias.

En la recién inaugurada Cinépolis, apoteosis del consumismo, aquilatamos la tercera, «Matrix revoluciones». El título confunde, porque en estas tierras de injusticias siempre impuestas, la palabra revolución no sólo alude a cambios políticos radicales, también tiene una connotación sagrada y legendaria. En el filme más bien se refiere a las vueltas recurrentes y a los ciclos.

Esta vez, cierto, no me impactaron las reflexiones ontológicas, mas sí su fascinante y portentosa eficacia como producto cultural. El filme está bien realizado, donde incluso las actuaciones se ven sólidas (y conste que los personajes responden a estereotipos). Pero hay algo más, la película es un catálogo de ideas, sentimientos, deseos e íconos de una fusión cultural que es marejada planetaria. Casi cualquiera encuentra en qué fijarse. Hay para una variedad de gustos e intereses, y de expectativas intelectuales.

Neo se vuelve Sísifo y el programa Smith se desconcierta ante la muy humana y existencialista capacidad de otorgarle sentido a una lucha condenada al fracaso. Lo que vale es el gesto, es decir el acto; y en la base de éste la libertad de elegir el sentido que le otorgamos, incluso, a la derrota o a la muerte. También, me gusta la idea cristiana de que al enemigo, invencible, se lo vence dejándole vencernos. Cuando cae en la trampa de transformarse en nosotros mismos sella su derrota. A otros los cautivará la guerra desesperada de los sobrevivientes que resisten a las máquinas como Leonidas a los persas, o la lujosa coreografía de la batalla final entre el héroe y su Némesis.

«Matrix» ofrece dos antiguas recetas morales, el sacrificio por el bienestar de los demás y la lucha a muerte por los ideales. No es poca cosa en esta época de corrupción generalizada donde campea el cinismo de que lo que importa es el éxito a cualquier precio.

Quizá no sea una obra de arte, aunque es innegable su alta

calidad. Pero sin duda es un extraordinario producto de consumo masivo. Y una religión, claro.

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