La Liga Extraordinaria

En pantalla vemos al dandy Dorian Gray, alter ego de Oscar Wilde, cuyo miedo a la muerte lo condena a una existencia banal. Frente

En pantalla vemos al dandy Dorian Gray, alter ego de Oscar Wilde, cuyo miedo a la muerte lo condena a una existencia banal. Frente a él, Mina -víctima de experimentos científicos de su esposo- mujer vampiro que huele a sangre y sexo (ya Murnau reveló los subtextos eróticos en el Conde Drácula y sus afines). Asimismo, un Tom Sawyer muy yanqui, audaz y simpático, que se cuela sin invitación al festín de aventuras. Agreguemos a Skinner, que roba la poción del Hombre Invisible (H.G.Wells), al Dr. Jekyll convertido en un Hyde que en vez de perturbado mental se revuelve como un Gregorio Samsa (Kafka) convirtiéndose en King Kong. El Capitán Nemo, pintado de pirata Barbanegra, suministra no solo el submarino Nautilius sino un lujoso automóvil que haría enmudecer de envidia a James Bond. Encabeza el «SWAT team» el renuente y a la vez entusiasta aventurero Allan Quatermain, el que descubrió las minas del Rey Salomón (Haggard).

Las primeras escenas del prólogo son buenas, en especial la de Allan, el personaje más rico en el filme, interpretado con el carisma de Sean Connery, que, siendo uno de los productores, se dejó la mejor parte. El malo viene de Conan Doyle (James Moriarty).

Cine de aventuras e ingeniosa mezcla de personajes literarios que, con altibajos, entretiene si nos ponemos a su disposición. Figuras excepcionales acometen tareas casi imposibles y salen avante. Es 1899 y pasan de Kenia a Londres y París, y de Venecia a Mongolia y de nuevo al África, donde cada paisaje destaca por exótico. Prevalece lo monumental e insólito, la acción frenética, la lucha encarnizada pero no cruda, diluida con una mirada infantil, caricaturesca. Es tan inverosímil como espectacular. Las convenciones del género se mantienen y mezcla efectos especiales a la antigua, tipo cartón piedra, como una pátina de dèja vu, con otros posmodernos. Lo mejor, aunque escaso, son algunas líneas de muy buen humor. Lo que ya cansa es la estridencia hollywoodense.

Gran interés despierta el sugestivo cuadro de protagonistas. Ventaja para el filme es que todos los que conocen y aprecian a los originales de los libros, como el suscrito, le aportan al audiovisual la fuerza tremenda de lo que no se ve pero se sabe. La película se vincula a los textos de un modo que la hace mucho mejor de lo que es, gracias al genio implícito de maravillosos autores como Mark Twain, Julio Verne y R.L. Stevenson.

La ingeniosa idea proviene de un comic escrito por Allan Moore y dibujado por Kevin O’Neill.

Me gustó más la presentación de cada uno, pese a ser hecha con  pocas pinceladas, que la intriga y correrías posteriores, manidas pese a su presunta novedad. Debe reconocerse los puntos de giro logrados con las traiciones. Algún interés tiene cómo reacciona cada hombre frente a la única mujer del grupo, siendo lo más llamativo el desinterés del viejo Quatermain. Igual ocurre con la relación filial que surge entre Allan y Tom; el héroe arrastra una culpa, la vida le ofrece una segunda oportunidad, su sacrificio es el precio de la redención moral (además, se sugiere una mágica resurrección física que vista a la luz del cristianismo tiene delicadas implicaciones). También, que la Mina (así se llama, che) sea vampiresa sugiere conflictos de género que se prestan para controversia.

Filme convencional y a la vez extraño, sin pretensiones, que se disfruta a discreción.

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