El 11 de setiembre, además del segundo aniversario de los ataques y del vigésimo aniversario del golpe de Estado, se cumplieron 100 años del nacimiento de Theodor W. Adorno, uno de los filósofos y críticos sociales más destacados del siglo XX.
No voy a tratar de ahondar en la extrema complejidad de su pensamiento, sino en lo que Adorno -su teoría- nos puede decir en nuestra situación histórica con respecto al terrorismo, Hay que decir, primero, que para Adorno, una división entre un terrorismo ilegítimo y otro legítimo respondería a una división abstracta del pensamiento que se resiste a ver las cosas dialécticamente como procesos en los cuales los contrarios se confunden y devienen parte de una identidad que integra toda realidad bajo el signo del intercambio y la muerte. Pensar la división reificada entre lo mismo y lo otro vuelve al pensamiento en existencia falsa. Como dice Adorno: «En este caso, el pensamiento retrocede hasta convertirse en órgano, en naturaleza» debido a la separación ideológica que hace entre mito e ilustración, naturaleza e historia, civilización y barbarie, o en nuestros tiempos, entre humanismo y terror, para efectuarse una suerte de exorcismo y conseguir la aniquilación de lo diverso en nombre del Hombre o Allah. Un verdadero pensamiento, según Adorno, consiste en identificar las partes como integrantes de una misma totalidad degradada, lo cual es identificar, en nuestro caso, la dimensión terrorista del humanismo como la dimensión humanista del terrorismo, entendiendo nuestro humanismo, por supuesto, no como esa comprensión pseudo-romántica del hombre «liberado», sino como la ideología instrumental, antropoteológica, totalitaria del signo «hombre» en todas sus expresiones. Porque para Adorno, no significa que la segunda sea mejor que la primera sino que constituyen la misma aberración. Porque las consecuecias de nuestro humanismo son igual de execrables que el terrorismo en el sentido que Occidente impone por la violencia de las bombas, lo mismo que los terroristas imponen por medio de sus «mártires» y carros-bomba.
De que nuestro humanismo es terrorismo es algo que solo el Papa no entiende: basta mirar la historia de Occidente de los últimos mil años en esa mezcla degenerada de genocidio y éxtasis místico (por ejemplo, en el colonialismo y el misticismo españoles). Pero que los terroristas sean humanistas, es en que son astutos como Ulises (nuestro primer humanista).
Toda la retórica fundamentalista es para mantener el poder de siempre en los fracasados estados musulmanes. A los ojos de ellos, es obtener el favor de su dios para su propio beneficio, como en todas las religiones. Lo sacrificial del terrorismo apunta a la legitimación de una casta sacerdotal que perpetúa el sexismo, chovinismo y totalitarismo en las sociedades islámicas. La astucia de su sacrificio es sacrificar la propia felicidad de muchos por la cuota de poder de pocos.
Y es que nada representa mejor la subjetividad del humanismo que su violencia sobre la propia naturaleza y la de otros. Pues el terrorismo es la continuación del humanismo por otros medios.