En tiempos en que Europa atraviesa por una crisis financiera, adjetivada de mil maneras por los políticos de turno, las retóricas del poder no dejan de sorprender en su afán por justificar el desplome en el empleo y en la inversión social, al punto que las últimas víctimas son los “sin papeles” en España, a quienes se les negará la atención médica a partir de septiembre.
Ya desde esta denominación se nota el descalificativo y los hombres de carne y hueso, que a partir de septiembre no tendrán derecho a enfermarse, deberán primero huir de su condición de sin nombres, sin alma, sin derechos y sin humanidad, como de antemano los clasifica y los condena el sistema.
Los políticos de aquí y de allá se refugian en sus frases elaboradas, la mayoría producto de sus asesores, para maquillar el rumbo desastroso de sus gobiernos, por lo que apelan al lenguaje para que se convierta en cómplice de sus exabruptos y desaciertos.
El tema no es nuevo, desde luego, pero hoy más que nunca la técnica del storytelling y la de deslizar palabras subliminales para imponer una ficción a la realidad están cada vez más en boga.
Si antes se hablaba de “crecimiento cero de la economía” y todo el mundo, empezando por los medios repetían el cuento, hoy, ante los desplomes de los bancos, los políticos acuden a las conferencias de prensa con sus carpetas debidamente documentadas y listos para anunciar que dada la crisis “se nacionalizarán las pérdidas”, pero que en un futuro se “privatizarán las ganancias”.
La vieja idea de que el lenguaje de la vida cotidiana era inocente, simple y que se apegaba a la lógica de la denotación en detrimento de la connotación, atributo este último que se reservaba sobre todo al lenguaje literario, no solo está pasada de moda, sino que es empleada por los políticos para “vender” y esparcir sus verdades en los cuatro rincones del planeta.
Más allá de los diccionarios, como bien lo expresa el periodista y escritor Álex Grijelmo, en “La seducción de las palabras”, es imposible aprehender en toda su dimensión el valor de un término.
“Nada podrá medir el poder que oculta una palabra. Contaremos sus letras, el tamaño que ocupa en un papel, los fonemas que articulamos con cada sílaba, su ritmo, tal vez averigüemos su edad; sin embargo, el espacio verdadero de las palabras, el que contiene su capacidad de seducción, se desarrolla en los lugares más espirituales, etéreos y livianos del ser humano”.
Esto lo han entendido muy bien los asesores de políticos, presidentes y ministros, porque no faltará aquel que diga a sus anchas que hay en el país una “presidenta inédita”, como ya sucedió para escándalo de la Academia Costarricense de la Lengua, por intermedio de lo expresado por uno de sus miembros más destacados como lo es Alberto Cañas Escalante.
Más allá de un entorno local que a veces tiene sus tropiezos en el uso del lenguaje, este le ha permitido a los financistas, banqueros y candidatos escudarse en sus paredes y dejar que la muchedumbre se ahogue en el río de significados y subterfugios a los que recurren.
QUÉ ESCÁNDALO
Debido a ese mecanismo de eludir al lenguaje referencial y apegado a los hechos, cuando surge un anuncio que aspira a ser, esta vez sí, ante todo denotativo para que no haya dudas ni equívocos, en su mensaje, de inmediato brota el escándalo.
Ocurrió la semana pasada en Valencia (España), cuando por la calle empezaron a repartirse tarjetas sobre un “Curso básico de prostitución profesional”, con el pretítulo de “Trabaja ya”.
Si el autor de la iniciativa, Brandom Morales, quien está a punto de ser procesado por la Fiscalía de Valencia por incitar a la prostitución, se hubiese asesorado como suelen hacerlo los políticos, su negocio posiblemente no estaría en un problema legal y habría hecho unas leves modificaciones a su publicidad, para que su tarjeta circulase con la siguiente leyenda: “Curso básico para trabajadores del sexo”.
A nadie le habría sorprendido su propuesta para combatir el desempleo que en España alcanza a los seis millones de “parados”, denominación esta última que de nuevo procura suavizar el efecto de las palabras, aunque no resuelva las penurias de los miles de hogares que hoy viven la angustia y la incertidumbre por falta de trabajo de sus integrantes.
El error de Morales, como ya se habrá podido apreciar, es haber empleado la palabra “prostitución”, con toda la carga semántica que arrastra desde tiempos inmemoriales de la humanidad.
Nadie se habría atrevido a proferir una demanda contra Morales si este, aunque hubiese de igual manera, incitado a conocer al revés y al derecho el Kamasutra a sus alumnos, se hubiera cuidado con el uso de las palabras que empleaba en su tarjeta promocional.
Por el contrario, los políticos y ahora los gobernadores del mundo, como son los financistas internacionales, saben que en el lenguaje está el tesoro anhelado durante siglos y siglos de búsquedas. Es el nuevo paraíso y una promesa de El Dorado, por el perecieron tantos y soñadores en el pasado.
NO SON SIMPLES PALABRAS
Guy Durandin, experto en desinformación y citado por el doctor en filología Ángel Romera, define con claridad el fenómeno: “La existencia de palabras hace creer en la existencia de cosas y la propaganda al escoger palabras que utiliza, y al repetirlas, instala en los espíritus juicios de existencia así como juicios de valor”.
Con el mecanismo de encubrir la realidad, el lenguaje del poder lo que logra es “desinformar” de manera magistral a la población, que día tras día recibe el continuo bombardeo de los medios de comunicación.
Hay, entonces, diariamente una lucha de los actores, en especial los políticos, por posicionar su verdad en los medios y que sean estos los que a su vez la distribuyan hasta el infinito con las extraordinarias potencialidades tecnológicas que existen hoy.
Los medios son, por ende, nuevos en algunos casos, pero los principios son viejos axiomas importados de los manuales de retórica clásica.
De esta forma, Romera recuerda, cómo a los políticos (es cuestión de agudizar un poco los sentidos) les encanta hablar de que en el mercado o en la sociedad hay que atenerse “a las reglas de juego”, aunque nunca explican a cuáles reglas se refieren.
EL PESO DEL LENGUAJE
Ignacio Bosque, coordinador de la Nueva Gramática de la Real Academia de la Lengua, expresó en una entrevista con UNIVERSIDAD que al lenguaje hay que ponerle atención y que hay que sopesarlo para descubrir en él las maravillas que lleva consigo.
Y eso había que hacerlo en el contexto del diario vivir, sin necesidad de aislarse en una torre de marfil a contemplar el significado último de los términos, añadió.
Un breve repaso al azar de conceptos que, de tanto repetirlos parecen tan cotidianos, induce a un primer momento de reflexión.
Así, de forma constante, el lector topa con que la posición de la “comunidad internacional” es del criterio de que los aliados deben proceder con el auxilio a los revolucionarios. Pocos se preguntan, sin embargo, de cuál “comunidad internacional” se habla, a qué intereses responde y en última instancia si existe esa “comunidad internacional”.
En esta línea, se invocan en el lenguaje de la prensa, en especial, denominaciones como “daños colaterales” para evitar nombrar una matanza; se exalta a los “combatientes de la libertad”, en lugar de nombrar a los soldados estadounidenses; y se firman “tratados de libre comercio” que justamente buscan y proyectan lo contrario: restringir la participación de los pueblos y los países en el mercado internacional.
En el país, por ejemplo, la Caja Costarricense del Seguro Social comenzó a reducir los presupuestos y a disminuir la atención en hospitales y clínicas al utilizar la modalidad de “disponibilidades médicas” en vez de la presencia del médico en el centro de salud y para que el pueblo no se alarmara y menos los sindicatos, acuñó el término “contención del gasto”.
Incluso, cuando se aborda el tema, la gente común, que todos los días sale a trabajar para llevar el pan a sus hogares, no entiende muy bien qué son “guardias presenciales” y “guardias de disponibilidad”, con lo cual se consigue el efecto perfecto de desinformar y encubrir.
De ahí que el llamado de Bosque sea más válido que nunca: es necesario pesar y sopesar las palabras que nos dicen cada día, en especial en estos tiempos, en los cuales los políticos afinan las retóricas de la crisis para contar sus verdades.