Un delicado orden político yace en ruinas en Egipto

Se calcula que cerca de un millar de personas han muerto en los últimos días por los choques entre los simpatizantes de los Hermanos

Se calcula que cerca de un millar de personas han muerto en los últimos días por los choques entre los simpatizantes de los Hermanos Musulmanes y del depuesto presidente egipcio Mohamed Mursi y los miembros de las fuerzas de seguridad.

El escenario cuidadosamente construido duró exactamente 35 años. Los acuerdos de paz de Camp David, firmados el 14 se septiembre de 1978, en Estados Unidos, por el primer ministro israelí, Manahen Begin, y por el presidente egipcio, Anuar el Sadat, se transformaron en una de las patas en las que se sostuvo el escenario político internacional durante estos siete lustros. No es poca cosa en una de las regiones más volátiles del mundo, no solo por su inmensa riqueza petrolífera, sino también por el brutal orden político sobre el que se construyó. Ese orden está hoy en ruinas.

Lo llamaron “primavera árabe” y se desataron polémicas en torno a las posibilidades “democráticas” en el mundo islámico. El proceso que se inició en Túnez en enero del 2011, con la caída de Ben Ali, se extendió por el norte de África, derrocando dictadores, hasta recalar en el país clave para el equilibro político en la región: Egipto.

 

Con cerca de mil muertos oficialmente reconocidos (probablemente muchos más) en las represiones de la semana pasada y con la sangre todavía corriendo por las calles de El Cairo, Daniel Levy, director del programa sobre Medio Oriente y norte de África del Consejo Europeo sobre Relaciones Exteriores, escribió: “Estos son días definitorios en el Medio Oriente y Egipto ha sido considerado siempre el corazón del mundo árabe”.

 

En su opinión, se está en el año tres de lo que será “inevitablemente, un período de transición y turbulencia que se extenderá por años, probablemente por décadas”.

Es la misma sensación de Chris Hedges, experimentado periodista norteamericano, corresponsal durante 15 años para el New York Times, y que ha cubierto acontecimientos en más de 50 países.

La masacre de centenares de creyentes en las calles de El Cairo, afirmó, representa “no solo el asalto contra una ideología religiosa, no solo el retorno del brutal Estado policial de Hosni Mubarack [del expresidente], sino el inicio de una guerra santa que sumergirá Egipto y otras regiones pobres del mundo en un hervidero de sangre y sufrimiento”.

HAMBRE Y BALAS

Pero resulta aún más importante su visión sobre la naturaleza del conflicto. Mientras lo que está ocurriendo en Egipto será definido por algunos como una “guerra religiosa”, y los actos de violencia de los insurgentes “que surgirán de las calle ensangrentadas del Cairo serán definidos como terrorismo”, el motor de este caos, en su opinión, “no es la religión, sino el colapso de la economía en un mundo donde los miserables de la Tierra deberán ser dominados y muertos por hambre o por balas”.

Hedges recuerda que el año pasado casi 14 millones de egipcios, 17 % de la población, estuvieron sometidos a lo que Naciones Unidas califica como “inseguridad alimentaria”, un 3 % más que en 2009.

Lo que está ocurriendo en Egipto “es el antecedente de una guerra más global entre las élites mundiales y los pobres del mundo, una guerra causada por la reducción de los recursos, el desempleo crónico y el subempleo, la sobrepoblación, la reducción de las cosechas como consecuencia del cambio climático y el aumento del precio de los alimentos”.

En ese escenario, si se vive en los desastrosos tugurios de El Cairo, en los campos de refugiados de Gaza o las pocilgas de Nueva Delhi, “todas las avenidas de escape están cerradas”.

No parece casualidad, por lo tanto, que en medio de este escenario, se haya anunciado el reinicio de las negociaciones entre palestinos e israelíes, sin que prácticamente nadie, en el escenario internacional, le haya atribuido cualquier posibilidad de éxito.

Transformado en un verdadero “campo de concentración” luego de los acuerdos de Camp David, la Franja de Gaza, enclavada en Israel y colindante con la península de Sinaí, en Egipto, no podrá sobrevivir toda la vida en las condiciones actuales.

Tampoco parece viable que se mantenga la desmilitarización del Sinaí, una pieza clave de lo que acordaron los egipcios con los israelíes en 1978.

REPERCUSIÓN REGIONAL

La actual crisis egipcia estalló el 25 de enero del 2011, con el alzamiento popular que puso fin a los 30 años del Gobierno de Mubarack. Nadie puede predecir cuándo (ni cómo) terminará.

Pero, dado el peso de Egipto en el mundo árabe, es impensable que lo que ocurra no tenga amplia repercusión en toda la región. Probablemente por eso el rey Abdulah, de Arabia Saudita, llamó a los “árabes y a las naciones islámicas a permanecer como un solo hombre y un solo corazón, frente a los intentos de desestabilizar un país que está en la primera línea de la historia árabe y musulmana”.

“El reino de Arabia Saudita, su pueblo y su gobierno –señaló el comunicado– estuvo y está hoy con sus hermanos en Egipto, contra el terrorismo”.

Estrecho aliado de Mubarack, Arabia Saudita es la otra pieza clave de la estructura política del Medio Oriente. Sus relaciones con los Hermanos Musulmanes, del derrocado presidente Morsi, fueron siempre difíciles. Pero, una vez derrocado Morsi, los sauditas aportaron $ 5000 millones en ayuda a Egipto.

Para Estados Unidos, la crisis egipcia es un quebradero de cabeza. “La administración Obama quiere que el golpe funcione; no quiere sangre en sus manos”, dijo el analista de la cadena de televisión qatarí Al Jazeera, Marwan Bishara.

El deseo de Estados Unidos de mantener una relación cercana con los militares y un papel relevante en el país ha hecho que no adopten una posición clara, destacó Bishara. Mientras el ejército egipcio preparaba la represión contra los partidarios de Morsi, “Washington mantuvo un largo silencio”.

La clave para entender la posición de Washington (que se negó a calificar de “golpe” el derrocamiento de Morsi), como recuerda Bishara, es que Egipto es su mayor aliado no miembro de la OTAN y el segundo receptor de su ayuda militar, después de Israel. La relación entre los militares norteamericanos y egipcios terminó por “americanizar” el ejército egipcio, en palabras de Bishara.

Esa relación es clave para mantener el statu quo en el Medio Oriente y explica en gran medida los pasos dados por Estados Unidos y su posición frente a esta crisis.

Por eso –señala–, el nuevo “enviado de paz” de Washington a Medio Oriente, Martin Indyk, insiste en que Estados Unidos debe mantener sus relaciones con los militares del  culturalmente más influyente y geoestratégicamente más importante país en la región,  mediante canales privados, en vez de trabajar contra ellos.

Con acontecimientos dramáticos ocurriendo en Siria, Irak, Irán, Yemen, Líbano, Libia, Túnez –prácticamente en toda la región–, “Washington no puede darse el lujo de perder uno de sus pocos pilares estratégicos en el Medio Oriente”.

SOCIEDAD DIVIDIDA

Mientras eso ocurre en el escenario internacional, Egipto se sumerge en una crisis cuya profundidad no puede ser menospreciada y que ha dividido profundamente su sociedad.

La represión a los manifestantes partidarios de Morsi y de los Hermanos Musulmanes ha dejado ya centenares (probablemente miles) de muertos, tanto en El Cairo como en el interior del país.

El toque de queda fue impuesto a partir de las cinco de la tarde e implantado un estado de excepción por 30 días.

Ante la crisis, incluso en el ejército se habla ya de divisiones. Según el portavoz de la organización Libertad y Justicia, Hamza Zoba’a, sectores militares critican los errores del general el-Sisi, comandante del Ejército. “El-Sisi parece estar perdiendo el apoyo de sus colegas, como resultado de esos errores”, afirmó Zoba’a.

La sociedad egipcia, ya profundamente dividida antes de este conflicto, “enfrenta ahora una polarización sin precedentes”, escribían los analistas, quienes estimaban que, en ese ambiente, lo único que se puede esperar es una escalada de la violencia.

El Gobierno egipcio estaría considerando ilegalizar los Hermanos Musulmanes, que sigue siendo la mayor organización política del país. Evento que no sería nuevo en Egipto. Lo que sí es nuevo son las circunstancias políticas del país y de la región, así como la dramática situación económica que, como advierten diversos comentaristas, es el combustible que alimenta estas llamas.

Lo cierto es que el viejo edificio político, que sustentó más de tres décadas del orden en Oriente Medio, está en ruinas.

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