La axiomatización es un procedimiento común en lógica y matemáticas, consistente en la fijación de un conjunto de principios incuestionables. La base axiomática de una teoría no resulta, pues, susceptible de crítica ni de revisión en la medida en que su ‘verdad’ se sostiene sobre tal base. Los sistemas axiomáticos suelen ser cerrados y exhiben la tendencia a demostrar lo que quieren (pueden) demostrar.
Esto es lo que hace precisamente Iván Molina, en su última “respuesta” a mi crítica a un artículo suyo (Universidad 2043). Molina no dice absolutamente nada que no haya dicho en su primer alegato; peor aún, repite las mismas falacias y me endilga los mismos insultos hacia el partido que defiende. El contenido de su artículo puede resumirse así: “Anticomunismo porque sí, y punto”. O, mejor aún: “Anticomunismo tout court porque lo digo yo, Iván Molina Jiménez”. La circularidad de este perezoso argumento está a ojos vistas. El recurso a la axiomatización para argumentar, sorprende más aún tratándose de un estudioso del pasado.Dado que Molina no quiere –o no puede− argumentar mejor, quisiera ahondar un poco más en mis puntos de vista. Mi posición inicial ha sido que no existe una “izquierda renovada” en el FA, como cree Molina (al igual que el señor Rogelio Cedeño, en un artículo reciente en Universidad 2044). Tanto la vieja como la “nueva” tendencia comparten la misma acriticidad y fascinación por regímenes y líderes autoritarios, un discurso antiamericano limítrofe con la xenofobia, así como la misma vieja retórica antimercado. A todo esto, o bien como consecuencia de ello, se aúna un estatismo de principio y la defensa a priori de los sindicatos.
Por supuesto, la pregunta es ¿hasta dónde se sigue siendo ‘de izquierda’ sin renunciar a ideales políticos básicos? Sobre este punto, considero que la dicotomía izquierda-derecha sirve hoy día, más que a la comprensión cabal de los fenómenos políticos, a su ideologización y enturbiamiento. En este sentido, existen otros intentos de caracterización de las tendencias políticas −tales como el diagrama de Nolan− que muestran en todo caso la inoperancia y las carencias de la oposición clásica.
Si ser de izquierda es regirse por el valor básico de justicia, o tener como estrella polar el ‘principio de igualdad’ (Bobbio), hay que recordar que existe una tradición liberal igualitarista importante, que se ha tomado en serio el problema de pensar los límites del liberalismo libertario a lo Nozick. Más aún, dentro de los clásicos del liberalismo contamos con autores del peso de Mill o Dewey, quienes han llamado la atención sobre la importancia de la dimensión ética en el pensamiento liberal, precisamente para evitar caer en utilitarismos economicistas ayunos de valores, o bien en concepciones cuasi mágicas del fundamental mecanismo del mercado.
Si criticar al Frente Amplio, en el estrecho marco conceptual de Molina, me hace “anticomunista” y, por ende, de “derecha” o “conservador”, nada puedo hacer frente a esos rancios expedientes demagógicos. Los que no compartimos ni la demagogia ni los simplismos del FA, no somos indiferentes a las problemáticas sociales ni le restamos valor a la búsqueda de la justicia, pues precisamente somos conscientes de la pluralidad de abordajes posibles de la misma problemática. Esto no es embargante; resulta muy difícil un diálogo abierto y productivo cuando existen militantes y políticos que se creen en posesión de la última palabra en materia social y suelen presentarse como paladines exclusivos del “bien común”, aupados no infrecuentemente por académicos como Molina, que contribuyen desde su escritorio a alimentar mistificaciones irresponsables.
