¿Campaña por la vida?: El performance gore “pro-vida”

Los sectores conservadores, fundamentalistas y heterócratas, elites incrustadas en el poder del Estado, esta vez encabezados por el PASE, continúan su guerra santa, el

Los sectores conservadores, fundamentalistas y heterócratas, elites incrustadas en el poder del Estado, esta vez encabezados por el PASE, continúan su guerra santa, el gatillo de hoy, la figura del feto como  humano, y otra serie de distorsiones a-científicas, falsas y mágicas sobre el aborto; en medio de todo esto, las mujeres −sujetas de derecho, personas y ciudadanas− son desplazadas y lo que pasa a ser centro de disputas es lo que se expulsa y lo que se anida durante el embarazo. Estas elites que hace menos de un siglo les encontrábamos demonizando el voto femenino y el divorcio, se han opuesto en lo reciente a la anticoncepción moderna, educación sexual, FIV, reconocimiento de derechos a parejas no heterosexuales y otros; son los mismos que creen que pueden patologizar la homosexualidad con fondos públicos, e insisten en  instrumentalizar la función pública para promover el odio, perpetuar privilegios, y mantener su hegemonía político-sexual.

La  campaña “pro-vida” impulsada por la diputada Chávez apuesta por una sociedad del espectáculo, sin asidero científico, pero muy llamativa y efectiva; una donde la política conservadora y neoliberal, se asocia a imágenes que mediante el terror,  nos dicen cuál mundo debemos habitar, cuál cuerpo tener o qué hacer con él, y buscan naturalizar o tornar reales, ficciones políticas de dominación, que se centran en promesas de vida dejando al margen a personas concretas, una política que se preocupa más por esas posibilidades de vida humana que de las muertes concretas que habitamos diariamente.

¿Dónde están los autoproclamados pro-vida defendiendo la seguridad social? ¿Dónde manifestándose contra el femicidio, o las políticas que provocan la precarización de la vida e injusticia generalizada? ¿Dónde los que enarbolan la figura de la mórula, embrión o feto equiparándola a persona humana, denunciando la degradada institución que provoca el que según cifras del PANI 7 infantes diariamente terminen en el Hospital Nacional de Niños producto de la violencia que les infligen sus progenitores?

El truco de esta campaña ¿pro-vida?, pasa por desplazar la cuestión de la “vida”, de algo concreto experiencial (una vida buena para las mujeres) a lo metafísico: “la vida del no-nacido”. Oculta lo que dice externar, el dolor, que no pasa por imágenes espectaculares cargadas de amarillismo y efectos, sino por la realidad cotidiana que sufren cientos de niñas embarazadas −léase violadas−, en un país donde se les obliga a ser madres, de miles de adolescentes que deben renunciar a sus proyectos de vida por el mandato que le impone una elite rancia y ajena a la realidad, oculta la realidad de todas esas mujeres que realizan una triple jornada en pésimas condiciones, y con salarios más bajos frente a sus compañeros.

La cruzada antiaborto no defiende la vida, simplemente hace campaña por la muerte en nombre de la protección de la vida. Con este fin oculta cuestionamientos como ¿a cuánta  violencia y terror deben  exponerse ciertos cuerpos para producir vida normativa?, ¿cuántas vidas deben cesar para que exista una vida normativa?, ¿cuántas mujeres deben “ser mártires” para salvaguardar el mandato sexista sobre las políticas sexuales/reproductivas?

La democratización de la sociedad pasa necesariamente por el cuerpo, por el defender el derecho de este a su autodeterminación sexual y de género. Una sociedad que enfoque su atención en promesas de vida, al tiempo que produce cuerpos que no importan −los de las mujeres concretas−, es profundamente totalitaria. La lucha pasa por ser más que fuerza de trabajo o reproducción; esta garantía de soberanía sobre el cuerpo es el primer elemento de la vivencia de una ciudadanía plena, y por ende de una democracia real. En ese sentido, abrir la discusión en torno al aborto es una necesidad que no solo pasa por el género, sino también por la clase y otras cuestiones, y que debe darse en un nivel serio, lejos del pensamiento mágico propio del fundamentalismo religioso y de la instrumentalización político-electoral, poniendo en el centro la cuestión de que mujer no es sinónimo de madre.

 

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