Durante los días 22, 23 y 24 de junio tuvo lugar en la Universidad de Costa Rica el II Congreso de Estudios Culturales Centroamericanos: Políticas de la identidad, del cuerpo y la memoria.
Dicha actividad reunió una diversidad de académicos y estudiosos de la cultura cuyas ponencias se enmarcaron en el análisis de las producciones simbólicas centroamericanas, así como en la reflexión respecto a los retos y perspectivas de este campo de estudio.
I Parte
No obstante, fueron las condiciones sociopolíticas las que protagonizaron una particularidad logística en la realización de este Congreso.
Inicialmente propuesto a realizarse en la Universidad de Tegucigalpa, el II Congreso de Estudios Culturales se vio forzado a cambiar de sede debido a la inestabilidad política provocada por el Golpe de Estado en Honduras. De este modo sirva a manera de metáfora este desplazamiento geográfico con el pretexto de pensar los posibles entrecruzamientos teórico – epistemológicos entre los estudios culturales y su aporte en la lectura de los fenómenos sociopolíticos de la región.
Sin lugar a dudas, los acontecimientos ocurridos el pasado 28 de junio en la nación hondureña, activan una conciencia discursiva en relación con el imaginario político centroamericano. Así, por ejemplo, sobra recordar las múltiples y tópicas valoraciones en que la crítica nacional e internacional han dimensionado este conflicto: pérdida de la institucionalización democrática, crisis de gobernabilidad y representación política, intereses partidistas, corrupción, sistema bipartidista, dictadura militar o populismo, son, pues, algunas de las variantes temáticas en que se inscribe la cuestión hondureña. Sin embargo, es a partir del consenso social que implica estas valoraciones en donde el conflicto Zelaya-Micheletti revela las formas político-culturales en que pensamos y releemos históricamente lo centroamericano. No por casualidad o ingenua ficción, la crisis hondureña evoca, en cierto sentido, una correspondencia con el escenario político de la década de los ochenta.
Una vez finalizados los enfrentamientos militares-civiles que caracterizaron la década de los ochenta en Centroamérica, los procesos discursivos de democratización y legitimación ciudadana cobran una importancia capital en las agendas políticas gubernamentales. Este hecho se patentiza también con la creación de diversas organizaciones de carácter regional, las cuales elaboran una visión jurídico- institucional en torno al desarrollo de una cultura democrática y pacifista. Todo este marco oficial, paradójicamente opuesto a las condiciones de pobreza y violencia ciudadana que emergían precisamente en la década de posguerra, formula inicialmente un imaginario político-económico de reconstrucción centroamericana cuyos efectos discursivos han sido aprovechados por los sectores empresariales dominantes.
Si bien es cierto, las implicaciones ideológicas que tuvo a cargo este imaginario político forman parte de los procesos de institucionalización de una conciencia democrática resulta interesante plantear la dinámica semiótico-discursiva que tienen dichos procesos en el imaginario colectivo. Por ello, más que referirnos a una política de representación ciudadana, cabría reflexionar acerca del fenómeno democrático en términos de un efecto socio-discursivo de representatividad política. Tomando en cuenta estas observaciones, el conflicto Zelaya—Micheletti constituye un buen ejemplo para reflexionar acerca de la operatividad semiótica que cumple la democracia como valor significante del discurso social.
Lugar común de nuestro imaginario ciudadano, la democracia como instancia significante y significativa del discurso social evoca una suerte de orden de las cosas. Interiorizada como un emblema constitutivo del sujeto nacional, su poder simbólico se transmite en todos los campos legítimos de sociabilidad. Asimismo, se presenta por excelencia como una palabra negociadora de los conflictos y de los intereses públicos y privados. Palabra, entre todas las palabras, su naturaleza discursiva le permite circular como una palabra ritual y ritualizadora del consenso colectivo.
Dada la operatividad ideológica que cumple esta instancia significante en el diálogo social, la democracia, en términos sociocríticos, es parte constitutiva de una teoría política del discurso. Este hecho se corrobora de manera pragmática si nos detenemos a pensar en la función argumentativa que desempeña este ideologema en los espacios sociales de negociación y legitimación del sentido.
A raíz de los enfrentamientos militares ocurridos en la década de los ochenta, el surgimiento de una conciencia de democratización centroamericana cobra importancia no sólo por una lógica político-institucional, sino también por el valor semiótico-representativo que cumple la democracia como instancia discursiva. En este sentido, cabe destacar que la democracia en tanto noción estructural y estructurante del discurso de representación contiene una función doxológica, la cual consiste en representar una imagen de la representatividad misma. Así, pues, el poder simbólico de la democracia es siempre un poder del imaginario.