Dos cuartillas

No, no se piense mal. Aunque la verdad es que, viéndolo bien, no estaría mal tomarse un par de cuartillas de buen licor (¡eso

No, no se piense mal. Aunque la verdad es que, viéndolo bien, no estaría mal tomarse un par de cuartillas de buen licor (¡eso sí, con buena boca!), para celebrar este pequeño acontecimiento personal, pues el 22 de abril cumplo 30 años de mi debut como colaborador en la prensa. Pero no…,  el título más bien alude a esas dos cuartillas usualmente permitidas como límite de extensión.

Biólogo de formación original, y entomólogo especialista en manejo de plagas, como lo soy, parece raro que uno escriba por la prensa. Pero, a decir verdad, eso lo debo a varias personas. En primer lugar, a mi hermana Myriam -quien muriera muy joven, recién graduada en Filología-, así como a Adrián -uno de mis once hermanos-, siempre insistentes en que nos expresáramos bien. Asimismo, a dos excelentes profesores del añorado Liceo de San José, los extintos Carlos Altamirano y Carlos Duverrán, severos en lo académico y sensibles en la creación artística, al punto de que fueran galardonados con el Premio Nacional Aquileo J. Echeverría en cuento y poesía, respectivamente. Bajo su celosa supervisión emborronamos numerosas páginas tratando de dar forma a ideas o a poemas, hasta lograr que las palabras fluyeran solas y se derramaran sobre el papel, casi con la misma facilidad y espontaneidad con que uno silba alguna tonadilla.

 

 

Pero el factor decisivo sería, a inicios de mi carrera en Biología, la lectura del libro «Vida y obra del doctor Clodomiro Picado T.», del Dr. Manuel Picado Chacón. Obra preciosa, incluye numerosas citas de los muchos artículos de opinión de Clorito por la prensa, los cuales me hicieron percatarme de que, aparte de las publicaciones en revistas científicas formales, como científicos también es necesario compartir nuestro conocimiento y opiniones con un público más amplio, y especialmente cuando hay un imperativo cívico de por medio.

Transcurrirían varios años para la gestación de mi primera criatura periodística. A mis 22 años, grávido de información sobre aquel oleoducto interoceánico que el gobierno quería construir de manera apresurada e irresponsable, por participar en un comité universitario de lucha al respecto sentí que debía alzar mi voz de denuncia. Y, tras asistir a misa un domingo por la noche, donde escuché al valiente cura de mi barrio hablar con fervor de principios, honestidad, ética y responsabilidad ciudadana, su mensaje caló en mi ya inquieta conciencia, por lo que al llegar a casa empecé a esbozar lo que escribiría. Cuatro noches después, había escrito exactamente lo que quería.

Titulé el artículo «Oleoducto o agua, disyuntiva histórica». Entusiasta y novato, se me fue la mano en su extensión (¡cinco cuartillas!) y, por sentir que había que divulgarlo al máximo, lo entregué en cinco periódicos (lo cual nunca debe hacerse, según aprendí después); pero, debido a ese engaño involuntario, dos me lo publicaron el mismo día: La República y el recordado Excelsior. Por fortuna, el artículo gustó a compañeros y algunos profesores, lo cual me estimuló para seguir escribiendo.

Desde entonces lo he hecho de manera intermitente, hasta completar hoy unos 140 artículos, gracias a que ahora tengo más reposo y tiempo para escribir, sobre todo en los dos periódicos que nunca me han negado ni mutilado un texto: Universidad y La República, a quienes debo sincera gratitud. Y, aunque en algunas ocasiones he excedido el límite convenido, siempre hago un gran esfuerzo por cumplir con el pacto de las dos cuartillas, por dos razones: por respeto a los lectores, para que no se aburran, y porque ahora comprendo cuánto ayuda esto a ser preciso y eficiente en la comunicación.

Y mientras las musas -que existen, y me han sido tan fieles como muchos de mis lectores-, no me fallen y la salud me lo permita, siempre estaré por estos pagos, ojalá con no más de dos cuartillas.

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