Los sistemas políticos de todo el mundo parecen estar sumidos en crisis internas poderosas, al parecer la transformación de las reglas de juego, la consolidación de reglas cartel y los juegos de suma variable (donde se pierde algo, pero no se pierde todo con tal de poder seguir en el ejercicio del poder), son las herramientas de las que se valen ciertos sistemas políticos y ciertas élites para continuar en el poder, evitar la alternancia política y sobre todo a nuevas élites. En definitiva la tendencia es asegurar su participación y sobre todo su estatus.
Veamos los casos de Afganistán y de Nicaragua, ambos sistemas comparten similitudes dignas de observar. En primer lugar, la reelección de Karzai en Afganistán y el caso de la permisibilidad de la reelección en Nicaragua, en segundo lugar, son dos sistemas políticos que comparten antecedentes bélicos relativamente cercanos, en tercer puesto, una élite política fuerte que busca preservar su condición y un interés por parte de los Estados Unidos hacia la región (quizás no actualmente sea así para el caso nicaragüense).
Al examinar el caso afgano nos damos cuenta de que el proceso electoral y la ética de las decisiones del reelecto Karzai y los miembros de su gabinete es cuestionable, de la misma manera el caso nicaragüense ha procedido de manera corrupta, violenta y antidemocrática, recordemos el caso de las irregularidades vividas en las elecciones municipales en Nicaragua, la represión brutal de León y ahora la vinculación de los miembros de la Corte Suprema de Justicia de ese país con el presidente Ortega, claramente una relación fraternalista que alimenta decisiones corruptas y de desequilibrio. El caso afgano presenta similitudes, sin embargo, dado la gran presencia y el marcado interés de los Estados Unidos en la región, la comunidad internación no tuvo gran papel en la fiscalización del proceso electoral en Afganistán y los cuestionamientos hacia los miembros de su gabinete no han sido tan fehacientes como deberían ser, debido a los cuestionamientos sobre crímenes de guerra y genocidio. Del proceso afgano podemos aprender que Karzai es capaz de jugar en el sistema político con juegos de suma variable, que le permite mantener su condición de líder otorgando ciertos puesto de poder a posibles opositores o actores desequilibrantes, en el caso de Nicaragua es la consolidación de una organización tipo cartel en los puestos claves del gobierno que le permiten a la actual élite del país aspirar a continuar en el escenario político y desde ahí seguir legislando a su favor, en ambos casos la suma de nuevos actores es el responsable de que la élite pueda continuar en el ejercicio del poder. Ambos Estados comparten la búsqueda de modelos organizacionales que les permitan poder seguir gobernando, colocando a actores en puestos estratégicos; a su vez el uso de la fuerza para reprimir a la oposición antes de que pueda provocar graves desequilibrios, incitar a grupos ciudadanos mayores y sobre todo que capte mucho mayor atención de los medios de comunicación. Comparten además el control de los demás poderes del Estado, que en buena teoría le permitiría seguir alargando su periodo en el ejercicio del poder. Sumado a lo anterior, las declaraciones de sobre Karzai son muy similares a las hechas sobre Somoza, “puede ser una mala persona, pero es nuestra mala persona” (valga el eufemismo), así los definen las grandes potencias.
Otro similitud de importancia gira en torno a los graves problemas sociales acompañan a su gobierno, a las relaciones corruptas entre los poderes del Estado y el uso de sus facultades públicas en beneficio de los altos puestos del gobierno y para colmo de males sobre su respeto a los derechos humanos.
De ambos casos, podemos hacer las siguientes observaciones: la comunidad internacional puede intervenir y exigir el respeto de los principios democráticos, el derecho a la oposición y sobre todo un principio quizás poco estudiado, el derecho a la alternancia en el poder, este es vital en los sistemas democráticos a fin de evitar organizaciones cartel dentro del Estado y corrupción. También podemos observar la relación adversa, las grandes potencias pueden hacerse de la vista gorda siempre y cuando la élite en el poder sea afín a sus intereses. Parece además, que la violación de los derechos humanos tampoco es razón suficiente para separar a ciertos actores de los puestos de poder y finalmente, las élites han aprendido que el control de los puestos claves dentro de la estructura política y los juegos de suma variable (para permitir el acceso de actores desequilibrantes en el escenario político) es vital para su continuidad en el poder.