No hay duda que el tema más relevante para los costarricenses del siglo XXI y del mundo entero, es la inseguridad ciudadana: flagelo que por un lado cercena miles de vidas y por otro genera divisas y sienta a muchos en sillas presidenciales…
Los ciudadanos desean volver a dormir tranquilos y transitar libremente por las calles, sin ser acosados, asaltados, violados o muertos para robarles un celular, pero eso ¿le convendría a quienes manejan el mundo?
Aunque el mayor anhelo de las sociedades es acabar con las muertes, el dolor y la desesperación, cuesta concebir la vida moderna sin la inseguridad y las guerras: fenómenos vivos que transforman (para bien o mal) las sociedades, constituyendo las mayores industrias del mundo.
Son parte del proceso evolutivo del ser humano; promueven muchos millones de dólares y de empleos y protagonizan el juego más relevante y vital: el de la supervivencia, donde depredadores y depredados, se juegan “la chance” de pasar a la siguiente fase: el futuro. En un mundo movido por intereses económicos, sobrevive aquello que genere divisas y la inseguridad mundial representa un negocio incalculable que nadie va a parar, como tampoco las guerras, los huecos en las calles y los pobres… Desgraciadamente, a falta de solidaridad, la inseguridad de unos es la fortaleza de otros y poner fin a esos fenómenos constituiría una crisis mayor, de la que presupone su existencia.
Acabar con la inseguridad es un mero ideal, una utopía y casi una involución… ¡Bueno; la humanidad así lo quiere! Ciertamente, por eso renunció al Paraíso. Pero la seguridad, la paz, las calles sin huecos y el mundo sin pobres, son estados estáticos y el tiempo simboliza movimiento y la vida ebullición. Eso es historia irreversible… Supónganse que se controlara la inseguridad: cortina de humo para “magias” politiqueras, o se acabaran las guerras, los huecos y los pobres, ¿qué maquinaria o negocio podría inventarse, para producir más divisas y empleos que los que generan dichos rubros?
Basta pensar en el costo de las armas nucleares, bombas, productoras de sismos de gran magnitud como el de Haití, misiles, aviones, barcos, hasta llegar al simple sistema de alarma de casa, el llavín, el alambre navaja o el candadito, para darnos cuenta que, sin importar la profesión y el rol que desempeñemos en la sociedad, todos estamos involucrados en este juego indisoluble: la supervivencia, ya como depredadores, ya como depredados.
El mundo gira sobre esos ejes: la inseguridad y su gemela la guerra manejan la locomotora de nuestros tiempos hacia un destino incierto e insospechado. Pero son nuestra verdad histórica. Y mientras los intereses económicos prevalezcan sobre cualquier otro, el ser humano (cada vez más deshumanizado) seguirá balaceándose entre opuestos: huyendo del Paraíso para anhelar su regreso, arruinando la vida para intentar comprenderla, destruyendo para tratar de reconstruir, atormentándose para añorar paz, tratando de conquistar el espacio para poseer la tierra, teniendo sexo para imaginar el amor, creando pobres y aterrorizándolos, para escalar sobre ellos, crucificando a Dios para recuperar la esperanza, autodestruyéndose para reinventarse…
Pero no todo está perdido, los mejores vigilantes somos nosotros mismos, nuestro mejor refugio la familia y Dios, nuestra defensa la honestidad y la precaución, nuestro caballo la justicia, nuestras herramientas la palabra, la solidaridad y el perdón… Una taza de fe por la mañana y una oración de paz por la noche…