El tapiz del alma o las siniestras plumas del búho

Un par de artículos anteriores son parte de la urdimbre, en la que trato de anudar un tapiz sobre la historia de los animales; insisto

Un par de artículos anteriores son parte de la urdimbre, en la que trato de anudar un tapiz sobre la historia de los animales; insisto en que es de gran importancia el peso simbólico que poseen los vertebrados e invertebrados en la imaginación humana y cómo esto se proyecta en las ambigüedades de la vida cotidiana, por ejemplo, en su mortadela bolognesa, en sus salchichas de desayuno, en esa lasaña de pollo, en los huevos fritos, o la sopita de mariscos que le gusta tomar con cerveza.

Es pertinente entender el proceso histórico en el que animales y humanos sostenemos una relación milenaria y hemos modelado juntos el planeta. No obstante han ido siendo relegados en la escala naturae, dándoles a probar nuestras medicinas en experimentación, y cocinándolos para alimentar a una voraz humanidad. A medida que esta alcanza mayores logros en la medicina, la genética y la biotecnología, los cuerpos de humanos y animales diseccionados han perdido la mística que encerraron siglos atrás.

La zoomorfización de personajes históricos es un indicio de ello, revela los rasgos sociales de determinadas culturas, incluso es una unidad de significación muy útil a la hora de entender en síntesis la personalidad de algún individuo, una cualidad o los rasgos psicosociales de una comunidad, ni qué decir de los contenidos simbólicos e imaginarios. Acá podríamos tener en una mesa del taller del historiador, al jefe Sioux Toro sentado pasándole la pipa a José Luis Rodríguez el Puma, en tanto el Rey Enrique el pajarero, el Rey Ricardo I corazón de León y a su lado la leona sangrienta Jeanne de Clisson hablan sobre la taumaturgia del tacto de los monarcas, esto mientras Batman trae las tazas y el Lobo de Wall Street prepara la mesa.

En el mundo imaginario hayamos representaciones arquetípicas donde los animales son los portadores de un sentido muy profundo, son cajas negras del horizonte cultural de la humanidad, son parte de los anclajes mentales.

A tono con la academia, el búho con esa mirada que atraviesa la conciencia, se ha cotizado como ícono de asociaciones de profesores o universidades en el mundo contemporáneo. Sin preocuparse por seguir un camino de migas de unos 30.000 años de antigüedad, fecha de la primera representación encontrada de un búho, esto en la cueva de Chauvet Francia, la cual sostiene un ligamen con el culto a la Gran Madre, quien da y quita la vida en un eterno ciclo de regeneración.

Platón, tanto en Fedón como en Fedro, utilizó la imagen del ala desde una metampsicosis que representa la continuidad y transmigración del alma, cuya ala cóncava por el viento va de un cuerpo a otro. El ala recrea la forma del aire, lo más vital e intangible para el cuerpo humano.

Amén de los trabajos de Serge Grusinsky, Carmen Bernard, Juan Estenssoro, entre otros, es que conocemos mejor el plano cultural de los primeros y caóticos años de la conquista y colonización europea. En el bosque de las noches prehispánicas el ulular del búho coincidía con un término asociado a la muerte pero más específicamente era una incitación al homicidio: ooúú ooúú- ¡mátalo! ¡mátalo!

Esta creencia en Muwaan según Grusinsky, fue aprovechada por los frailes franciscanos para quienes fue difícil el explicar los dogmas y personajes del cristianismo a los indígenas quienes veían con fascinación las imágenes de Satán. Así se valieron de tapices hechos con plumas de búhos para evangelizar y atemorizar a los indígenas con el soberano del inframundo cristiano representado mediante un plumaje.

Mi padre (q.d.e.p) de niño capturó una lechucita, el animal huyó posteriormente al crecer, pero no sin antes haberle sacado algunas monedas. El cura cansado de ver a su feligresía bombardeada por la cuitas de las palomas en medio sermón, decidió contratar los servicios de mi padre y su lechuza, así durante varias noches consecutivas fue suficiente para limpiar de palomas aquel templo metálico.

Cuando iba a misa, me gustaba mirar las blancas bóvedas y los altísimos arcos e imaginaba el vuelo rapaz de aquella lechuza. Vaya ironía que el cura fuera quien deseaba aniquilar aquel símbolo del propio Espíritu Santo, el animal que le trajo a Noé el verdor de la esperanza, el pájaro que designaba la más humana de las cualidades, su alma. Mi padre y la lechuza eran unos sicarios del simbolismo espiritual, ese fue el contrato.

El búho arquetipo del final y la muerte, pero de un fin que es parte de un ciclo regenerativo, fin para que exista un principio. Este animal parece invitarnos a pensar en lo que existe más allá del velo de la muerte.

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