Una característica de las actitudes discutibles que observamos en algunos aficionados en el campo de la Bioética obedece a ciertos reduccionismos que impiden la recta formación de la conciencia, y la circunscriben a un mero fenómeno subjetivo que juega un papel impreciso en la conducta en general y en las decisiones concretas de cada persona.
El camino que ha forjado este enfoque reduccionista de la conciencia fue preparado por distintos dogmatismos científicos, religiosos y culturales, entre otros, el creerse depositario de la verdad absoluta es ya el primer gran impedimento epistemológico y metodológico para sostener un diálogo de altura y elocuencia ética.Una ingente cantidad de los conflictos que se presentan en las cuestiones actuales relacionadas con la praxis bioética, se debe a una soberbia pseudoética expresada por distintos actores sociales que se autodenominan árbitros para indicar a quiénes les corresponde opinar y a quiénes les corresponde guardar silencio. Cuando lo pertinente podría ser escuchar con profundo respeto todas las opiniones acerca de temas tan complejos como el de la fecundación in vitro, ahora bien, cuando se cree que lo expresado es nocivo para el bien común, por el mismo canal del respeto y la tolerancia, se recurrirá a las autoridades pertinentes para plantear la inquietud y si la duda es por asuntos discutibles habrá que crear los espacios éticos para debates epistemológicamente bien cimentados, sin promover fundamentalismos de ningún tipo.
En todo caso, en tiempos como los actuales es urgente forjar una visión de totalidad, superando la egolatría que nubla el entendimiento y puede llegar a fulminar la sensibilidad y el amor por la otredad. Deberíamos, por consiguiente, trascender el ego cartesiano y ver más allá de nuestra “mismidad”, aceptar que a nuestro lado se encuentra el Otro, gracias al cual “soy el que soy”.
El quehacer bioético que proponemos tiene una clara impronta humanista, esto quiere decir que nuestros enfoques académicos y prácticos no se encierran exclusivamente en el ser, sino en la relación, ya que cada uno de nosotros está referido a la “relacionalidad”; por ello, hemos de responsabilizarnos no sólo de los embriones (en el caso de la fecundación in vitro) sino también de multitudes de seres humanos irrespetados en su más alta dignidad a causa de la injusticia practicada de modo directo o por silencios cómplices de esos que cuelan el mosquito y se tragan el camello (cf. Mt 23, 24).
En la actualidad parece apremiante forjar un modelo de coherencia que no sea únicamente el resultado de leer textos sino también de leer, interpretar y transformar contextos. ¡Paradojas de la vida! Por ejemplo, muchos de los que ahora abogan por los derechos de los embriones, cosa buena y justa, hasta la fecha no han escrito un solo reglón u organizado una marcha para defender los derechos de las víctimas de la pedofilia.
Quizá este sea el momento propicio para construir espacios de mutuo respeto en los que se pueda dialogar de modo sincero y franco, sin ofender, pero sin descontextualizar los temas acuciantes en discusión. La meta no puede ser una vana esgrima intelectual; podemos y tenemos que aspirar a consensos éticos para la vida nacional.
Por todo lo expresado, la búsqueda de una verdad que no tenga conexión con el Otro, el distinto y el distante, puede ser cambiada por una verdad como la que subyace en los evangelios, más que una verdad metafísica es una verdad remitida a la otredad.
Son chocantes las paradojas que he observado en el último año a propósito de los debates sobre FIVTE; pareciera que el afecto a la verdad subjetiva ha posibilitado que algunos olviden el amor y el principio de responsabilidad para con todas las etapas vitales de los seres humanos.
En definitiva, el «no matarás,» no se circunscribe a depurar las técnicas, las leyes y los planes regulatorios para que exista una ética de los confines de la vida; «no matarás,» desde nuestra propuesta bioética, también equivale a decir: «¡No irrespetarás al Otro!»