El Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) define inteligencia en los siguientes términos: f. “Capacidad de entender o comprender. | 2. Conocimiento, comprensión, acto de entender. | 3. Sentido en que se puede tomar una sentencia, dicho o expresión. | 4. Habilidad, destreza y experiencia. |5. Trato y correspondencia secreta de dos o más personas o naciones entre sí | 6. Sustancia puramente espiritual”. Por otra parte, define habilidad así: f. “Capacidad y disposición para una cosa | 2. Gracia y destreza en ejecutar una cosa que sirve de adorno al sujeto, como bailar, montar a caballo, etc. | 3. Cada una de las cosas que la persona ejecuta con gracia y belleza.| 4. Enredo dispuesto con ingenio, disimulo y maña”.
Aunque algo tienen en común, esos conceptos son claramente diferentes: destaco en el primero las nociones o intuiciones sobre “comprensión”, “entendimiento”; y, en el segundo, las de “ingenio”, “destreza”. Como siempre ocurre con los diccionarios, podríamos continuar buscando significados y afinando definiciones, encontrando especies de círculos o elementos tautológicos en ellas; pero basta lo anterior para formar un apropiado sentido o intuición de su diferencia. En ésta, lo principal es que la primera palabra supone, implica o sugiere un nivel de conocimiento más profundo en comparación con la segunda.No cabe establecer juicios de valor o de preferencia a priori entre los dos conceptos y las opciones de cada uno. Es decir inteligencia, en sí, no es ni buena ni mala; habilidad tampoco; y ninguno marca superioridad o denota inferioridad. Dicho de otro modo: la inteligencia o habilidad de una persona, como tal, no determina ni preferencia ni aversión respecto a otra; y una persona más inteligente o hábil que otra no es ni superior ni inferior. Inteligencia y habilidad se refieren a atributos distintos: la primera unifica; la segunda multiplica.
¿Y a qué vienen las disquisiciones anteriores? Me preocupa que nuestro sistema educacional está siendo –o ya ha sido- penetrado por un intento de equiparación de ambos conceptos; lo cual daña y limita las posibilidades de desarrollo del ser humano. Psicólogos, pedagogos y educadores, por ejemplo, confunden los significados de ambos atributos, cualidades o rasgos, adoptando un paternalismo equivocado respecto a quienes están dotados de más habilidad que inteligencia: en el fondo, creen que “ser inteligente” es superior a “ser hábil”; entonces, impulsados por un errado afán igualitarista, tratan de borrar o desconocer la diferencia entre ambos.
De tal manera, el analista Howard Gardner planteó su teoría de “Inteligencias Múltiples” en 1983; y Daniel Goleman escribió su famoso libro sobre “Inteligencia Emocional” en 1995. Y hay muchos antes y después que han hablado sobre “inteligencia social”, “inteligencia inter-personal”, “inteligencia grupal”, “inteligencia adaptiva”. Todavía otros se refieren a “Inteligencia matemática o fina” e “inteligencia intuitiva o gruesa”; siguiendo esa tendencia, cabría hablar sobre inteligencia económica, política, antropológica; y (¿por qué no?) física, química, biológica, etc.
Pero, entonces, ¿qué sería inteligencia y qué sucedería con ella? ¿A dónde la llevamos? ¿Estaremos estirándola y dispersándola tanto que se nos puede llegar a reventar, explotar o desintegrar, escapando el control del pensamiento individual? ¿Así, no estará saliendo de la discreción personal, pasando a ese ámbito impersonal y colectivo que Eric Blair –más conocido como George Orwell- llamaba “Big Brother” (“Gran Hermano”)? Y, en ese umbral, temo que atinaríamos diciendo, con Eclesiastés, el filósofo del Antiguo Testamento, “vanidad de vanidades, todo es vanidad”, al columbrar en el horizonte un eventual vacío o nada de las cosas de la vida.