La supresión del ejército en nuestro país ha sido el acontecimiento más relevante en toda nuestra historia patria, equiparable con el día de la independencia nacional en 1821. Si en esta última fecha se independizó nuestro país del dominio español, con la abolición del ejército nos independizamos del resto del mundo en cuanto a la cultura de la muerte que produce la guerra.
Con este gesto declaramos que la solución de los conflictos entre las naciones y pueblos pueden y deben ser resueltos mediante el diálogo y la negociación ante los tribunales internacionales, de manera civilizada y pacífica.
El mundo entero le debe a nuestro país el reconocimiento de semejante gesto, que reivindica la vida sobre la muerte. Sólo habrá civilización viable si se logran eliminar TODOS los ejércitos y canalizar la enorme cantidad de recursos dedicados a los militares y a sus implementos bélicos, para destinarlos a la erradicación del hambre y la miseria en todo el planeta.
Sin embargo, en nuestra patria quedaron resabios militaristas entre algunos trasnochados aprendices de gorilas, que nunca han abandonado el sable y las charreteras. Estos grupúsculos han sido acuerpados por los grandes capitales nacionales e internacionales, que los ven como su segura línea de defensa ante el avance popular. Y así, siguiendo la línea guerrerista y de dominio sobre las naciones, típica de la política estadounidense, estos alienados, auspiciados por los gringos, se han ido a entrenar, primero en Panamá y, cuando desapareció esa escuela, en territorio norteamericano y, últimamente, en Colombia con los paramilitares de ese país o bien con las huestes asesinas de los carabineros de Pinochet, en Chile.
Por supuesto que las técnicas represivas impartidas por esos cuerpos militares hacen énfasis en el control violento, deshumanizado, de los movimientos populares que se muestran con huelgas, manifestaciones y toma de tierras, eventos que se suscitan en toda Latinoamérica, por la gran concentración de la riqueza en pocas manos, con unos cuantos ricos, que lo tienen todo y grandes segmentos de poblaciones depauperados, hambrientos, desposeídos hasta de lo más esencial para subsistir.
Esta política de ejercer la represión de los movimientos populares de manera feroz y brutal, ha sido auspiciada por toda la clase política dominante en nuestro país y en el resto de América Latina de manera disimulada pero constante, continuada. Los contingentes militares –ya que no son policiales dado el tipo de entrenamiento que reciben- de nuestro país, se cuentan por cientos cada año en esos centros extranjeros.
Una muestra que tipifica esta clase de aprendizaje al que han sido sometidos nuestros aprendices de gorilas, es la acción violenta sobre los ciudadanos en manifestación en las calles de San José recientemente y la perla que corona el pastel: la lección dada a los paramilitares de un terrateniente por un integrante de nuestra Fuerza Pública, sobre cómo se debe reprimir la invasión de tierras matando a los precaristas, de manera que se pueda evadir la justicia por el asesinato perpetrado a mansalva.
Sin temor a equivocarme, aseguraría, por la gran cantidad de policías que han asistido y asisten en este momento, a estas escuelas de asesinos, que en nuestras fuerzas armadas, existe una buena cantidad de integrantes que consideran a los campesinos -que invaden tierras por tener hambre- como individuos que deben ser, físicamente, eliminados, por “ terroristas”.
Las fuerzas políticas sanas de nuestro país, en la Asamblea Legislativa, no deben dejar pasar esta descomunal manifestación de agresividad de parte de este Rambo tropicalizado. Este individuo debe ser investigado exhaustivamente: donde y por quien fue entrenado, sus compañeros de promoción militar y la historia que, como oficial de la Fuerza Pública, ha tenido. Además del despido de la policía nacional, debe instruírsele un procedimiento judicial por incitación para cometer asesinato.
Este evento justifica una depuración de la Fuerza Pública de manera urgente y a profundidad. Lo descomunal de la ofensa a la integridad física del costarricense por parte de este policía, amerita actuar con presteza y de manera exhaustiva, para extirpar de ese cuerpo cualquier elemento con semejante orientación.