Sirva el preámbulo para referirme a mi reciente experiencia en busca de una simple cita con la directora de Radio UCR, a quien no conozco ni de nombre ni por sus frutos, como reza el conocido dicho. Lo mismo puedo decir de su secretaria, émula rediviva del mítico Cancerbero, quien ni siquiera se dignó a atenderme personalmente, sino mediante la recepcionista, alegando por teléfono sus “muchas ocupaciones” y tener la agenda “llena” (¡Vaya, ni en los hospitales de la Caja te niegan una cita… aunque sea para dentro de dos años!) Pero vayamos por partes: con la excusa de la inseguridad, tema harto conocido, uno puede entender que ya no es como antaño, cuando uno entraba sin problemas en cualquier lugar y se topaba, de buenas a primeras, con la mismísima persona cuyos servicios se requerían. Lo malo ahora es cuando cualquier funcionario o funcionaria de mandos medios se amuralla ante el público adjudicando a su puesto una importancia que no ve uno ni siquiera en las más altas esferas de la institución. El feo edificio de Radio UCR en sí parece ser el reflejo de quienes lo dirigen: cerrado por todos lados como un cuartel, sin nada que estimule a cruzar su umbral. Detrás del cual se encuentra uno con una recepcionista –muy amable, hay que decirlo- con quien la comunicación se entabla a través del agujero que deja una especie de torre de plástico transparente que bloquea todo intento de ingresar más allá. Y empieza el diálogo kafkiano con la otra, en las alturas de su atalaya, mediante interpósita persona: que quién soy, que qué quiero, que ni ella (la secretaria) ni la directora pueden atenderme por sus ocupaciones, que envíe un correo electrónico, etc. Inútil explicar que solo vengo a pedir una cita, que no lo he hecho por teléfono ni por correo porque me pareció mejor hacerlo personalmente, que no necesito que la cita sea pronto pero que, por favor, me metan en su agenda porque tengo otras obligaciones que atender, etc. Bueno, sin duda Kafka habría explotado este problema de la comunicación interpersonal con más agudeza que la de mi modesta pluma. Consejo para funcionarios atrincherados en sus escritorios, rodeados de tanta tecnología de punta mal utilizada: lean a Kafka, el genial judío que se salvó de los hornos de Hitler solo por haber muerto en 1924, no así su biblioteca, destruida por los nazis, ni sus tres hermanas, asesinadas en Auschwitz.
A todo esto, traía una información de alcance internacional como profesor ad honórem de un curso universitario, información que, dicho sea de paso, se avenía como anillo al dedo para una radioemisora que tiene como razón de ser lo cultural. Duda cartesiana: de haber tocado la puerta de otra emisora, de las mil populacheras que hay, ¿me habría ido mejor?
Tal como lo viví lo he contado. Saque cada lector sus conclusiones.