Cada vez que en Costa Rica ocurre un evento desastroso salen en carrera los directores de los medios masivos de comunicación y los políticos de pacotilla a gritar sus “soluciones”.
El trágico suceso que ha ocurrido en un colegio en Heredia, donde un estudiante de 17 años disparó a su directora en la cabeza, no es la excepción a esta aparente regla. Nuevamente escuchamos a nuestros politiquillos y a nuestros amarillistas medios de comunicación decir que un problema como este se resuelve de manera sencilla: revisando bultos.
Nos están tratando de convencer de que con esta simple medida ¡listo!, se resuelve el problema de la violencia y la inseguridad en los centros educativos. Según ellos, si nos preocupamos bastante por revisar bultos, ya no tendremos que preocuparnos después porque puedan agredir o matar a alguien. Reducen el problema de la violencia a un asunto de eficacia del control.
Pero veamos con mayor detenimiento, ¿resiste esta lógica argumentativa el más mínimo examen crítico?, ¿se resuelve automáticamente el problema con la sola aplicación de tal “solución”?
En realidad, tendríamos que ser muy ingenuos para creerles, a no ser que pensemos que la violencia juvenil se explica en su totalidad por la falta de control por parte de los adultos. Pero, preguntémonos ¿de quién, sino de sus modelos adultos y de los mismos medios de comunicación que ahora se rasgan las vestiduras, han aprendido los jóvenes a actuar con violencia?
¿Se encuentran las causas de la violencia en los bultos de nuestros jóvenes? ¿No será que estamos buscando en el lugar equivocado? La pregunta de fondo no es ¿dónde esconden los jóvenes sus armas (suponiendo que muchos de ellos verdaderamente las portan)?, sino más bien ¿por qué tienden a emplear la violencia para resolver sus conflictos (suponiendo que esto es realmente así)? No hace falta ser un político poderoso o un gran empresario mediático para entender que la violencia no es causada por la sola presencia de armas, pues es exactamente al contrario, los humanos creamos las armas para poder hacer más eficaz y contundente nuestra violencia.
La violencia es primero, el arma viene después. Podríamos estar en una habitación llena de armas que si nos aprendemos a relacionar bien nunca tendríamos que usarlas, pero de igual forma podríamos estar en una habitación sin una sola arma que si no nos sabemos relacionar tarde o temprano usaremos la violencia. ¿Es a las armas a las que les debemos tener temor o a las personas que las usan contra otras?, ¿son las armas por sí solas las causantes del incremento de la inseguridad? Las armas no se disparan a sí mismas, pero su uso sí tiende a incrementarse en sociedades cada vez más desiguales y deshumanizadas como las que parecemos estar construyendo. Cuando se actúa con violencia cualquier cosa (un lapicero, una varilla, una piedra) se convierte automáticamente en un arma. ¡No hace falta que le hayan dejado de revisar el bulto a una persona para que pueda matar a alguien más!
Pensémoslo: ¿es la revisión de bultos la solución al problema? ¿No será mejor que en lugar de perder el tiempo revisando bultos o poniendo detectores de metales o colocando cámaras en cada rincón de los colegios (que además de ineficaz del todo es inviable) nos concentremos en revisar el interior de nuestras estructuras sociales, el propio interior de nuestros seres, y el de nuestros jóvenes? ¿No será que estamos tan llenos de miedo que nos espantaría comprobar que las raíces de nuestra sociedad y nuestro ser están requiriendo de una atención trasformadora en vez de sólo poner parches?
Sería bueno que en lugar de aumentar el amarillismo, aprovechemos la necesidad de encontrar explicaciones que nos generan este tipo de desgracias para reflexionar críticamente sobre los cambios de rumbo tanto personales como sociales que se requieren para que las mismas no vuelvan a ocurrir.
Es posible que este miedo al cambio de fondo sea lo que llevo a la muerte a personas como el cardenal guatemalteco Juan Gerardi en 1998, que fue asesinado por los militares unos días después de que presentara el informe denominado “Guatemala nunca más” en el que concluía que cerca del 90% de las matanzas durante 36 años de guerra civil en ese país hermano (con más de 200.000 víctimas) fueron obra de estos.
¿Será que en el fondo tenemos miedo a crear sociedades más igualitarias, más horizontales, menos adultocéntricas, menos autoritarias y más afectivas y genuinamente cálidas que nos desnuden como seres humanos y nos obliguen a quitarnos las caretas que solemos usar para cumplir los roles que ejercemos en la sociedad, y que nos hacen cada día más cosa y menos persona, más objeto y menos sujeto, y que nos distancian más y más unos de otros? Queda la pregunta abierta para invitar a la reflexión. Esta cultura efectista de lo inmediato y lo efímero producida por la revolución informática actual parece estar restándonos capacidad para el análisis crítico y profundo. El trabajo por hacer es muy grande y más vale que nos concentremos en aquello que vale la pena. ¿Es una sociedad en la que el buen comportamiento (no violento, compasivo, solidario, respetuoso) dependa de la vigilancia y el castigo lo que queremos? Pues deberíamos preguntarnos hacia dónde vamos con esta aparente obsesión por la represión como única salida.