Romero el testigo

El próximo 24 de marzo, Jueves Santo, se cumplirán 25 años de tu martirio, San Oscar Arnulfo Romero. ¡Qué explosión de testimonio del grano

El próximo 24 de marzo, Jueves Santo, se cumplirán 25 años de tu martirio, San Oscar Arnulfo Romero. ¡Qué explosión de testimonio del grano que muere para producir nuevos frutos! Nadie que pretenda seguir a Jesús -menos si ejerce el pastorado, como vos- podría aspirar a muerte más gloriosa. La bala asesina perforó tu corazón en el momento mismo de ofrecer el pan y el vino. Sabías que te iban a matar. Ninguna virgen ni pastorcilla lo tenía en secreto. No hacía falta. Lo sabíamos todos, porque ésa es la única suerte que da sello de garantía de discípulo de Jesús.

Eras un monseñor conservador, convencional, parte de la «nomenclatura» eclesiástica, cultor de imágenes y devociones, administrador de sacramentos a granel, predicador de resignación y prometedor de la gloria después de la muerte.

El asesinato político de un sacerdote de San Salvador, te derriba del caballo como a Pablo y se produce tu conversión. «Yo soy Jesús a quien vos perseguís». Se te abren los ojos para identificar quién es Jesús y quiénes son sus perseguidores: los militares en el poder y sus patronos, los mismos que habían alentado tu nombramiento de arzobispo para su propia seguridad y legitimidad.

Te cegó la luz del Evangelio. El de la Bienaventuranzas y el del juicio final de San Mateo. Te diste cuenta de que los ritos y los símbolos, sin el testimonio de vida no valen nada. Ni siquiera la proclamación de la Palabra. Que el seguimiento de Jesús es un proyecto de vida, cuyos frutos no pueden esconderse. Que la fe, como en la física cuántica, es un proceso. Es el Reino de Dios que se construye y toca la trascendencia. Empieza con la vida pero no se acabará nunca. No hay amor más grande, por encima de códigos, ritos o hábitos, que dar la vida.

De dignatario eclesiástico, te convertiste en testigo vivo y elocuente de un Dios que es potencia liberadora del pueblo pobre. No del Dios antropomórfico, cruel, caprichoso, irascible, injusto, parcial, veleidoso, que se divierte con «milagros» para el consuelo de los devotos, pero es incapaz de abortar una guerra o un tsunami que precipita a centenares de miles en el dolor, la desesperanza y el abandono; que está más preocupado por la vida sexual de los humanos que por su pobreza y sufrimiento; impasible – ¿cómplice?- ante los potentados que en su hombre masacran a los pueblos y mantienen a continentes enteros en la muerte y la pobreza, para apropiarse de sus recursos y que torturan en las cáceles, pero que van a misa y comulgan.

 

 

Desde hace veinticinco años te convertiste en el hecho profético más fecundo de la toda iglesia cristiana contemporánea, de la verdadera, de la que sigue a Jesús; de la que testimonia la muerte y la resurrección y la predica a tiempo y a destiempo; la que padece persecución, inclusive en su interior. Sos hoy la razón más persuasiva, irrefutable, para seguir llamándose cristiano en el mundo del placer, del consumo, del poder, del triunfo, del dinero.

Para ese mundo seguís enterrado. Te ha enterrado la jerarquía católica. Te ha enterrado Arena. Te han enterrado los militares. Te han enterrado las catorce familias. Te ha enterrado el Imperio. Te han enterrado los medios. No les interesa un subversivo. No venden con un asesinado que no hace «milagros» ni convoca a poderosos ni gana elecciones, igual que Jesús. No estarás nunca en la lista de los canonizados o beatificados con mucha pompa en las basílicas barrocas ni en las glorias berninianas.

Pero no importa. El pueblo no necesita procesos canónicos para exaltar a sus héroes. Lo hace en su corazón, con su lucha diaria, con su esperanza invencible. A los 25 años de tu martirio sos el paradigma de seguimiento de Jesús en esta América Latina martirizada, vencida por la pobreza, explotada por la rentabilidad, las privatizaciones, la apertura comercial, la competitividad y los dividendos, más allá de la vida; engañada por gobernantes mentirosos, traidores y ladrones.

¡Ruega por nosotros!.

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