El 14 de octubre de este año asistí a una presentación en la cual se expondrían algunas líneas de análisis para pensar sobre por qué la crisis, me refiero a la llamada crisis económica actual que se define así por el “desplome” de las economías capitalistas mundiales.
La exposición estuvo a cargo del profesor, antropólogo y geógrafo, Neil Smith. Las propuestas de análisis dieron paso a una reflexión sobre las formas de producción actual, sobre sus consecuencias y efectos, siendo uno la toxicidad.
Capitalismo tóxico, para él como metáfora, es una manera muy sugestiva de nombrar los efectos de los procesos de acumulación sobre todas las formas de vida. Se ha usado en relación a las atrocidades ocurridas sobre los recursos naturales: contaminación de mares y ríos, desaparición de bosques, flora y fauna, devastación de suelos que después no son aptos para cultivos… en fin, se ha usado como una forma de denominar las implicaciones sobre los sistemas ecológicos del planeta tierra.
Sin embargo, asimilando la metáfora, pensando sobre ella y comprendiendo su significado, quise pasar su nivel analítico hacia los sistemas de salud mundiales y la pregunta que me planteó es: ¿qué función pueden tener los sistemas de salud, que se desarrollan y mantienen, dentro de un sistema productivo en el que priva un capitalismo tóxico?
Los sistemas de salud, definidos institucionalmente según un enfoque occidental y biomédico, que son asimismo, legitimados social y políticamente ¿tienen entonces una función de desintoxicación?, ¿son entonces necesarios para el mantenimiento de este capitalismo tóxico? Y si es así: ¿cómo se supone que nos desintoxican?
Al parecer la desintoxicación se hace por otros medios de intoxicación: los productos farmacéuticos, que dicho sea de paso, son parte de los procesos acumulativos que producen un capitalismo tóxico. Así, los medicamentos farmacéuticos vendidos a las industrias médicas, que después se trasladan hacia los sistemas de salud, mantienen los niveles tóxicos “necesarios” para la reproducción de este orden social.
Por lo tanto, es preciso preguntarse: ¿para quiénes es rentable nuestra intoxicación?, ¿para quiénes es rentable mantener vidas intoxicadas? Nuestros cuerpos se condicionan a la rentabilidad del capitalismo tóxico, el enfoque de los sistemas de salud silencia los cuerpos y sus manifestaciones. Un capitalismo tóxico violenta los cuerpos porque la vida, en sí, se convierte en una vida tóxica: muchas formas de trabajo son tóxicas, el consumo es tóxico, los productos de las industrias alimentarias capitalistas son tóxicos… la existencia se intoxica.
Ejemplos que siempre me abruman de esta condición tóxica son la producción de banano y piña en nuestro país. Todavía hoy hay personas que trabajaron para las compañías bananeras y no tienen respuesta para las secuelas que las formas de producción del banano dejo en sus vidas, ya que el banano se extendía vertiginosamente por las tierras hasta dar con el sabor del banano que fuera aprobado por el paladar norteamericano. Mientras se sembraba banano hasta obtener el sabor rentable, las vidas de las personas y las condiciones de las tierras de cultivo se intoxicaban.
La producción de piña, que arrasó con muchas de las plantaciones de banano y sin más se sembraron grandes hectáreas de piña, también es una forma de capitalismo tóxico. Basta con hacer un recorrido por la zona atlántica: desde Guácimo hasta Siquirres es posible observar los procesos de transformación que se ajustan rápidamente a las condiciones tóxicas del capitalismo como modo de producción imperante.
¿Podría el capitalismo dejar de ser tóxico?, si fuera posible, ¿sería un “capitalismo saludable”? Según se ha dicho, no es que haya una forma de capitalismo tóxico y entonces lo tóxico sea un adjetivo, sino que el capitalismo es tóxico por definición. En ese sentido, las condiciones actuales nos exhortan a pensar sobre acciones de transformación y a cuestionarnos qué son de los sistemas de salud cuando las vidas son intoxicadas.